MI ÁNGEL DE NAVIDAD by Norma Bautista

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Historia creada sin fines de lucro.
Los personajes son propiedad de Mizuki e Igarashi.
Imágenes tomadas de la red.

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“El amor es como un ángel, y cada ángel que está en un árbol de
navidad, te trae a la mente a ese amor. Deseo, que cada paso
que des te acerque a ese ángel, que es el amor de tu vida”.
Amanecía, la mañana era fría, muy fría. Afuera, la nieve
comenzaba a acumularse en el quicio de la ventana.
Una joven de rubios cabellos rizados y en tremendo
desorden, se levantaba con lentitud. Se dirige a la
pequeña cocina de su también pequeño pero cómodo
departamento; en minutos, preparó una humeante taza
de café que fue tomando lentamente. Se dirigió hacia la
ventana para ver cómo el sol comenzaba a salir. Era su momento favorito del
día, donde podía llevar sus pensamientos hacia aquella persona que no podía
apartar de su mente, en ningún momento del día. Cerró sus hermosos y tristes
ojos verdes y elevó la plegaria matutina para… él, siempre estaba él, en su
mente y en su corazón.
Al terminar su café, se dirigió a la mesa de su cocina y vio por, ¿cuántas veces
más? El documento, que decía: “Señorita Candice White Andley, para terminar
su curso de enfermería especializada, debe hacerlo en el hospital… de la ciudad
de Boston en Massachussets” …atentamente y demás datos.
Candy estaba feliz, por fin terminaría el curso de enfermería que estaba haciendo
en Chicago, un par de meses más y podría aspirar a ser jefa de enfermeras, un
deseo alcanzado, pero el mayor deseo se quedó trunco, olvidado en lo más
recóndito de su corazón. Estar casada con él.
Minutos después, salía del baño limpia y fresca, con diligencia arregló sus
rebeldes cabellos y estuvo lista para iniciar el día en el hospital.
A media mañana, la joven toma un respiro, un pequeño descanso que la haría
de nuevo pensar en él. ¿Qué estaría haciendo? ¿Cómo le irá ahora en el teatro?
Por salud mental, Candy evitaba a toda costa la sección de espectáculos y
sociales, no deseaba saber absolutamente nada de lo que él hacía y cómo vivía.
Para ella ha quedado prohibido. Lo sabe casado y quizás feliz, probablemente
feliz, pero ella lo es, de cierto modo, al pensar que sí, que él era feliz, aunque su
corazón estuviera roto desde ese día que lo dejó y abandonó en Nueva York,
desde ese frío día de invierno en Nueva York; ya casi habían transcurrido ocho
años desde entonces, cuánto tiempo sola y… sin él. La navidad se acercaba, el
fin de año, ¡cuántos dolorosos recuerdos llegaban a su mente Los días pasan rápidamente. Ya son los primeros de diciembre y Candy debe
presentarse en el hospital… de Boston en dos días. Escribe largas y emotivas
palabras a la señorita Pony y hermana María, que ya sabían de su ida hacia esa
ciudad. También se despide de Albert, Annie y Archi. Acomoda en su maleta lo
indispensable para estar los días necesarios en Boston. Cuando se acerca la
fecha de su partida, recibe una carta de Albert.
-“Querida Candy, sé que falta poco para que partas hacia Boston, y necesito que
me hagas un favor, en esa ciudad, vive un importante hombre de negocios
llamado Roger Hughs, quien apoyará en la fundación para niños y jóvenes que
tenemos y te hará un donativo. Le dije que mi hija adoptiva iría a esa ciudad y
que personalmente te entrevistarías con él. Por favor, Candy, te pido, vayas a su
casa y recibas de sus manos el cheque que donará a la fundación para que
después lo deposites en el banco; lamento tener que pedirte este favor, pero uno
de mis asistentes no podrá viajar hacia allá, espero no molestar tu itinerario de
clases, si en dado caso no puedes ir con el señor Hughs, avísame. Recibe un
fraternal abrazo de mi parte.
PD. Aprende mucho para que pronto estés de regreso, me entristece que no
podamos pasar las navidades juntos. Albert.
Candy sonríe ante las palabras escritas por Albert, a ella no le molestaba en lo
absoluto el ayudarle en la fundación ya que los chicos del Hogar de Pony
pertenecían también. Con calma, dobla la carta y la guarda en su uniforme, ya
tenía una encomienda al llegar a Boston.
A la mañana siguiente, Candy parte hacia la fría ciudad de Boston, tenía muchas
expectativas de sus estudios, pero de pronto un presentimiento la envolvió,
haciéndola sentir un poco de miedo, ¿por qué ese sentimiento se apoderó de
ella? Ya había viajado sola en varias ocasiones, no era nuevo para ella, pero ese
extraño sentimiento estaba alojado en su pecho y no la dejaba respirar:
-“Cálmate Candy, es un viaje más, ¿será que me siento así porque es la primera
vez que no paso las navidades en el Hogar? ¿Y con Albert? Probablemente sea
así”.
A la mañana siguiente, la joven rubia llega a Boston, en un par de horas, queda
hospedad en el área de internados del hospital y comienza sus estudios. Recibe
una nota del señor Hughs, invitándola a una cena de gala que tendría en su casa
pasado mañana; -“¡Vaya” Pensó, Candy, de gala y yo no traigo nada que
ponerme, no tenía intención de ir a ninguna cena o reunión importante, sin
embargo, tenía que asistir. Esa tarde, después de las clases, iría a comprarse
algo, aunque no le gustaba demasiado la idea.
Cercano ya el invierno, en la ciudad, oscurecía temprano. Después de las clases
y de comer, Candy se dirige a algún centro mercantil donde pudiera conseguir
un vestido sencillo pero elegante. Las enseñanzas de Annie le habían servido a
escoger ropa elegante, bella y no muy cara; aunque fuera una rica heredera, a
Candy no le gustaba malgastar, ya que no acostumbraba a ir a eventos
importantes; solo cuando Albert se lo pedía y él se encargaba de su vestuario.
En un par de horas consiguió lo que buscaba, estaría bien presentada. Había
elegido un vestido de seda verde, con pequeñas flores incrustadas en el cuello,
los hombros desnudos y la cintura baja, como era la moda en aquellos días. Con
sus paquetes bajo el brazo, caminó hacia el hospital, cuando una simpática
ancianita le llamó la atención. En una pequeña mesa tenía varios ángeles
vestidos en oro y plata. Con cascabeles alrededor. La amable mujercita le hizo
un gesto de que se acercara y la joven le hizo caso.
-“Buenas noches, señorita.
-“Buenas noches”. -respondió, Candy.
-Mire qué lindos ángeles, son los ángeles de la navidad, ¿tiene un árbol donde
colocarlos?
-¡Oh, no! Estoy viviendo por el momento…
-En un hospital… lo sé.
Candy se queda perpleja, ¿cómo supo aquella ancianita dónde se encontraba
viviendo?
-¿Cómo, cómo supo dónde estoy viviendo? -La amable mujer sonríe con picardía
y le dice:
-Por el broche que sobresale de su abrigo y…
Candy sonríe abiertamente y suelta una cantarina carcajada:
-¡Por mi uniforme! No tuve tiempo de quitármelo y así salí, verá, tengo una cena
pasado mañana y salí a comprar un vestido.
-Se verá hermosa, usted es muy hermosa, además, alguien en esa cena notará
lo bella que es y no se separará de usted, nunca más.
Candy hace un gesto de asombro, ¿qué quería decirle con esas palabras la
ancianita?
-No sé a qué se refiere, pero le agradezco el comentario. Bien, me llevaré un
ángel, lo colocaré en mi ventana, mmm, veamos, me llevo el de color dorado.
Después de pagarle a la ancianita, Candy se despide, pero se voltea al escuchar
de nuevo a la mujer, que le grita:
-¡Señorita! El ángel de la navidad que usted eligió, la guiará a otro ángel que la
espera, sea paciente y lo verá.
Candy vuelve a hacer un gesto de extrañeza, levanta su mano y se despide la
ancianita. Mira el ángel dorado que adquirió y lo aprieta fuertemente con su
mano, acercándolo a su pecho, su corazón late acelerado, ¿por qué? ¿Por qué
un simple objeto la hace sentirse así?, otra vez esa extraña sensación.
Candy se dedica en cuerpo y alma a sus estudios y preparación, el día de la
cena de gala llega y después de sus clases, se prepara para salir. Mientras se arregla, observa el pequeño ángel dorado que cuelga de su ventana, lo mira, lo
agita levemente y los cascabeles suenan dulcemente, algo la mueve a tomarlo y
a guardarlo dentro de su bolso. Termina de vestirse, la cita es a las 7:00 pm.
El corazón le late desbocadamente, hace mucho que no sentía eso, solamente
cuando… lo veía a él, cuando quedó de visitarlo en Nueva York para el estreno
de Romeo y Julieta, desde entonces, no volvió a sentir esa desesperación en su
pecho.
-“¿Qué me está pasando? ¿Por qué otra vez esta sensación tan extraña? ¡Por
Dios, cálmate, Candy! Y todo por la visita con el señor Hughs, no es más que
una simple cena, en cuanto hable con él, me despediré, traeré conmigo el
cheque que le prometió a Albert y asunto terminado, ¡Ya! ¡Cálmate por favor,
Candy!”
Con esas palabras en su mente, Candy termina de controlarse, en el taxi, arregla
los rebeldes rizos que se salieron de su peinado; la casa del importante hombre
de negocios se encuentra en la parte sur de la ciudad, donde suntuosas y
elegantes residencias de estilo bostoniano fueron construidas.
Cinco minutos antes de las 7:00 pm, la joven llega; observa que otros invitados
también entran a la elegante mansión.
Ya adentro, deja su abrigo a un ayudante, toma con ambas manos su bolso,
palpando el pequeño ángel que está adentro y camina lentamente admirando la
decoración navideña de la casa. Varias personas la saludan con cortesía y ella
hace lo mismo, el anfitrión y su esposa se encuentran cerca de la entrada,
saludando a sus invitados; Candy hace una pequeña parada esperando pasar
ante ellos, cuando de pronto, su corazón late desenfrenadamente, al fondo
conversando con unas personas, vislumbra la espalda y el cabello de alguien
conocido. Ese porte, esa estatura, ¿será? ¿será…él? ¡No puede ser! Candy no
puede creerlo, su corazón está a punto de salirse del pecho y con desesperación
se toca las sienes, no puede ser él, no aquí. De pronto, llega su turno para el
saludo con sus anfitriones.
-Buenas noches, señorita…
-Andley, Candice White Andley.
-¡Oh, sí! ¡Qué gusto me da en conocerle! Querida, es la hija del señor Andley.
La bella dama da la mano a Candy y ella la toma sincera.
-Bienvenida, señorita Andley, por el momento, diviértase y más tarde
hablaremos.
-Querido, pero que sea antes de que empieces a platicar de nuestros viajes,
porque cuando comienzas, nadie te detiene; no se preocupe, señorita Andley,
yo le recordaré a mi Roger de su conversación.
-Muchas gracias y también gracias por la invitación.
Con amabilidad, la señora Hughs conduce a Candy con un grupo de invitados y
la presenta. Un sirviente pasa con copas de vino y agua, la joven rubia opta por
una copa con agua y escucha atentamente.
Ella se concentra en lo que dicen, pero sus ojos se desvían en momentos,
observa con detenimiento a los demás invitados, ¿dónde está el hombre que
creyó era Terry? Ya no lo ve por ningún lado; se excusa del grupo en el que
estaba y camina lentamente, como buscando, pero no lo ve por ningún lado.
-“¡Oh, Candy! ¡Qué tonta eres! ¿Cómo puedes suponer que Terry está aquí? Él
se encuentra a cientos de kilómetros de distancia, junto a… ella, su esposa; no,
no es posible que él esté aquí, calma tu corazón y tu paranoia, de seguro él ha
cambiado tanto, que en tu mente sigues creyendo que está como el jovencito
que conociste, ahora, debe ser todo un hombre, sí, todo un hombre”.
Una media hora después, la señora Hughs se dirige hacia Candy, quien se
encuentra observando el jardín cubierto de nieve de la mansión. La toma del
brazo y la lleva hacia su marido. El amable hombre la dirige hacia su despacho,
una enorme biblioteca que podría deslumbrar a cualquiera.
-Pase, señorita, pase usted.
-Candy, señor Hughs, llámeme, Candy.
-Por supuesto, así será, Candy. Siéntese.
Amos conversan animadamente sobre la fundación de niños y jóvenes que
preside Albert; Candy le comenta los cambios y avances que han hecho y eso
satisface profundamente al señor Hughs, quien saca la chequera de debajo de
un tapete que se encuentra en su escritorio y comienza a llenarlo, dejando una
cifra de varios ceros en el papel.
Lo extiende a Candy y ella lo toma con determinación.
-¡Oh señor Hughs! ¡Es muy generosa su donación! ¡Muchas gracias!
-No tiene que agradecerme, Candy, fue una cantidad que ya había acordado con
Albert. Espero que esto ayude a los estudios de esos jovencitos.
-Por supuesto que sí, ¡claro que sí! ¡Gracias por su ayuda!
En eso, un sonido familiar para Candy se escucha al fondo del salón; el señor
Hughs levanta la cabeza y mira hacia donde se encuentra la chimenea. Candy
hace lo mismo y voltea, el sonido de unos cantarines y dulces cascabeles le es
familiar. Ambos observan que una cabeza sobresale de un sillón que está junto
a la chimenea.
-¡Ah! Está usted aquí, señor Grandchester, por eso no lo encontré en el salón.
Venga por favor, le presentaré a la señorita Andley.
Candy se queda muda de la impresión, detrás del sillón se encuentra él… ¡Terry!
El resplandor de la luz de la chimenea da en la espalda de un hombre que acaba
de ponerse de pie; trae el cabello corto, pero sus hombros son anchos y su altura es considerable. Viste un impecable frac negro y con paso lento se va acercando
hacia ellos. Candy no distingue su rostro, pero sí unos fulgurantes ojos azul-
verdoso, que están incrustados en su mente y en su corazón, y que la miran
fijamente.
Terry se detiene muy cerca de ella y la mira con detenimiento. Un rubor candente
cubre el rostro de Candy sin que ella lo pueda evitar, de pronto, observa como la
sonrisa cínica y vanidosa de Terry asoma en su rostro.
“¡Cómo es posible!” -Piensa ella. - ¡” Se está burlando de mí! ¡Mocoso insolente!”.
Con tristeza, Candy reconoce que Terry ya no es un mocoso, como el que
conoció en el colegio San Pablo, no, en lugar de ese chiquillo rebelde e intrépido,
se encuentra un hombre de pies a cabeza, verdaderamente, todo un hombre y
ella lo percibe con todos sus sentidos que se encuentran a flor de piel. Tiene el
deseo de salir corriendo de allí, pero se encuentra prácticamente pegada a la
silla.
La voz del señor Hughs la saca de sus pensamientos, sin embargo, su
respiración se hace agitada y su pecho sube y baja de una forma que Terrence
nota, dirigiendo sus ojos a esa parte voluptuosa de su cuerpo.
Candy no puede soportar más y se gira hacia el señor Hughs, bajando un poco
el rostro.
-Señor, Grandchester, le presento a la señorita Candice White Andley, de
Chicago.
Terry se acerca a Candy y le ofrece galantemente su mano. Ella, como en
automático, le ofrece la suya, al momento de sentir su contacto, un
estremecimiento la envuelve de pies a cabeza, de nuevo, con decisión, dirige
sus hermosos ojos del color de las esmeraldas hacia él, quien la observa con
una mezcla de alegría y tristeza; lentamente se lleva el dorso de su blanca mano
a sus labios y Candy siente la caricia que la hace temblar de pies a cabeza. Terry
percibe su turbamiento y con delicadeza, suelta su mano.
Una voz profunda y grave sale de la boca de Terry:
-Es un gusto volverla a ver, señorita Andley.
El señor Hughs observó todo con detenimiento, percibió que estos jóvenes ya se
conocían y dice con picardía:
- ¿Cómo? ¿Se conocen ya ustedes?
Candy asiente tímidamente sin dejar de ver a Terry y él hace lo mismo; luego,
con calma se dirige hacia el señor Hughs.
-Así es, Roger, Candy y yo somos viejos amigos, estudiamos juntos en Londres,
en el colegio San Pablo, ¿verdad, Candy?
La chica vuelve a asentir y mira con detenimiento al señor Hughs.
-Si, señor Hughs, ya nos conocemos de hace algunos años.
Bueno, bueno, me parece perfecto, eso significa que ninguno de los dos se
quedará solo esta noche. Candice no conoce a mis invitados y usted tampoco,
señor Grandchester, oh, perdón Terrence. Los dos se sentirán muy contentos de
rememorar viejos tiempos en el colegio, así que, están en su casa, los dejo para
que platiquen. Candy, dele mis saludos a Albert y… guarde bien ese cheque por
favor.
-Por supuesto que sí, lo primero que haré mañana, es depositarlo en el banco.
Tenga la seguridad de que Albert recibirá sus saludos.
-Bien, me retiro, tengo que atender a mis otros invitados. Es una suerte,
Terrence, que haya aceptado mi invitación de hoy, si no lo hubiera hecho, estaría
de camino a Nueva York y se hubiera perdido el volver a ver a su antigua
compañera de colegio, el asistir al teatro anoche, fue providencial, ¿no lo cree
así? Por toda contestación, Terry inclina la cabeza.
Cuando el señor Hughs se encamina hacia la puerta, su esposa aparece y se lo
lleva casi corriendo. La puerta se queda abierta y el bullicio y la música del salón
llega hasta ellos. Candy se siente intimidada, Terry permanece de pie y la sigue
observando, en eso, él se mueve hacia la ventana, dando la oportunidad a la
turbada joven de levantarse.
Con el movimiento que hace Terry, se vuelve a escuchar el sonido de los
cascabeles, eso hace que Candy se decida a hablar.
-¿Y ese sonido? ¿Qué es?
Sin mirarla, Terry saca de su cinturón, un pequeño ángel con cascabeles, pero
de color plateado, muy similar al de Candy.
-Pero ¿cómo? ¿tú también traes un ángel?
Terry se voltea hacia ella intrigado. - ¿Qué dices? ¿Acaso tú?
Por toda contestación, Candy saca su pequeño ángel de su bolso, mostrando
una amplia sonrisa a él.
Ambos se miran perplejos, tienen en sus manos los pequeños ángeles, idénticos.
Candy se anima a hablar:
-Acaso lo conseguiste con… -Una viejecita que estaba enfrente de un centro
mercantil. – Dice Terry.
-¿Cuándo? -Hace dos días. – le contesta con seguridad
-¿Te dijo algo? -Pregunta con ansiedad, Candy.
-Sí, que mi ángel de la navidad me haría encontrar a alguien a quien yo quiero
demasiado. Y que ya no me separaría de ella.
Al momento que va diciendo esas palabras, Terry se acerca a una temblorosa
Candy, que no puede ocultar las lágrimas que pugnan por salir de sus bellos
ojos.
Pero, tú y yo, no…no podemos estar… estar…
-¿Juntos? -Completa la frase Terry, que siente la imperiosa necesidad de
abrazarla. -Pecosa, sí podemos, no hay nada que no lo impida, ni nadie, a menos
que tú… -Terry dice las últimas palabras con una mirada celosa.
-¡No!. – se apresura a contestar Candy. -No, no hay nadie en mi vida…pero tú,
¿y… y Susana?
Terry levanta sus manos y los coloca sobre los brazos de una temblorosa Candy
que lo mira con desesperación. En su rostro se dibuja una media sonrisa que, en
el pasado, la volvía loca de amor.
Suelta un prolongado suspiro y con lentitud, acaricia sus cálidos brazos.
-Ella y yo llegamos a un arreglo. Cuando se dio cuenta que nunca le pediría que
fuera mi esposa, comenzó a chantajearme. Me exigió dinero y una propiedad
para poder vivir, ella y su madre, a cambio, de… mi libertad. Por ese entonces,
hace dos años, mi padre, el duque y yo, comenzamos a tener una relación de
padre a hijo. Le conté lo que sucedía y me ofreció darle una propiedad en Escocia
y yo el dinero. Como la salud de Susana estaba ya frágil, los inviernos en Escocia
no eran lo que ella y su madre esperaban. Enfermó de gravedad hace un año
y…murió de neumonía. Es por eso por lo que ahora, soy un hombre libre, y debo
agregar mi pequeña y adorada pecosa, que, en mí, nada ha cambiado en todo
este tiempo. ¿Y en ti?
Por toda contestación, Candy se abraza a Terry y toma por sorpresa su boca,
que recibe inmediata respuesta. Sus labios van jugando en una danza de
añoranza y desesperación hasta que los dos, después de unos minutos, se
separan con la respiración entrecortada, agitada, como demostrando toda la
ternura y pasión que los dos tienen para darse mutuamente. Jadeante, Terry le
dice:
-No quiero estar lejos de ti ni un minuto más, quiero que seas mi esposa ya,
¿aceptas?
-Por toda contestación, Candy vuelve a asaltar sus labios enrojecidos e
hinchados por los besos y le dice con la voz entrecortada:
-Cuando quieras y en donde quieras.
Los dos vuelven a abrazarse fundiéndose en un beso que no quería terminarse.
El sonido de cascabeles tintineando, se escuchaba de fondo y afuera la nieve
cayendo suavemente, formando un ligero manto blanco.
Un año después, en una linda casa en New Jersey, una hermosa joven, de rubios
cabellos engarzados, coloca diversos adornos en un enorme árbol de navidad,
casi termina, pero espera a su amado para colocar los últimos arreglos. En eso,
se escucha la puerta principal abrirse y un Terrence, envuelto en un grueso
abrigo y con una gran sonrisa, entra a su cálido hogar.
Candy corre hacia su encuentro, le da un ligero beso y lo ayuda a quitarse el
abrigo.
-Ese beso no fue suficiente, pecosa, ahora verás.
Con alegría, toma a su linda esposa por la cintura y la asalta a besos, entre risas
y besos robados, Candy le dice:
Señor Grandchester, si sigue así, me lo llevaré en este mismo instante a la
alcoba, pero tenemos algo que hacer.
-Pues que sea rápido, porque te tomo la palabra de que me lleves ahí.
Los dos vuelven a reír y Candy se suelta del abrazo de su esposo, lo toma de la
mano y lo lleva a la mesita que tiene los dos últimos adornos para el árbol.
-Mira, mi amor, aquí están nuestros ángeles de la navidad, ¿dónde quieres que
los coloquemos? -Dice Candy muy contenta.
Terrence los toma y se dirige con ella sin soltarla de la mano hacia el árbol.
-Aquí, enfrente de todo, para que, cuando estemos sentados en el sofá, los
podamos ver todo el tiempo, porque esos ángeles navideños, hicieron que tú y
yo nos volviéramos a ver y nos reuniéramos para siempre, para siempre; adoro
la navidad ahora, porque esta época, me trajo de regalo, el mejor regalo de mi
vida, a ti, mi adorada, a ti mi amor, a ti, mi ángel de navidad.
Por toda contestación, Candy lo mira con el profundo amor que siente por él.
-Así es, amor, estos ángeles de la navidad, nos reencontraron y ellos serán los
que vigilen nuestra vida y nuestro hogar, te adoro, Terry, te adoro con todas mis
fuerzas, en este año, he sido la mujer más feliz del mundo, y espero que lo
seamos más cuando…llegue nuestro primer hijo.
Terry se asombra y loco de alegría la abraza, los dos ahora son felices, muy
felices después de años de separación y tristeza, todo lo recompensa la llegada
de su primer hijo.
Con el enorme amor que siente Terry por su esposa
la estrecha más fuertemente entre sus brazos y la
vuelve a besar. De fondo se escucha el tintinear de
unos cascabeles, que festejan el sentimiento que
estos dos seres se prodigan; en el ambiente se siente
el amor que flota en el aire, que se confunde con la  pronta llegada de la navidad.

FIN.

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