Ahora

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Adrien.

—Voy a acabar contigo.

Y antes de que me dé cuenta, una patada me llega de lleno al pecho, haciéndome caer de espaldas, sin embargo, con la agilidad de un gato me levanto de un salto, giro en el aire y le propino un buen golpe en un costado del cuerpo.

Ladybug cae, jadeante. Veo la chispa volátil de sus ojos que ilumina todo su rostro cuando pelea, pero no me echo para atrás. Se levanta de inmediato, y sin mediar ni un respiro, comienza a repartir golpe tras golpe contra mí, que apenas puedo lograr a cubrirme el rostro.

Siento el ardor de mis músculos tensándose, venciéndose ante la chica, pero aún con ello no puedo dejarla ganar. Quito la guardia, levanto la cabeza de golpe y con un fuerte y rotundo puñetazo, la hago venir abajo.

—Parece que soy yo quien va a acabar contigo—amenazo mientras me acerco hacia ella, completamente victorioso.

Ella resopla en el piso, con los ojos cerrados, agotada a más no poder, cosa que yo aprovecho para acercarme a su rostro y tratar de quitarle los miraculous.

Extiendo las manos hacia su rostro, convencido de que la victoria de hoy ha sido mía, que por fin he logrado vencerla, pero antes de que mis manos siquiera se acerquen a sus orejas, la chica alza las piernas, las enreda con las mías, da un giro en el piso y me hace desplomarme, chocando contra el suelo.

Ladybug se levanta, me da la vuelta en lo que yo repongo mi respiración y me coloca un pie en el pecho, impidiendo mis inhalaciones.

La veo sonreír con autosuficiencia, y casi puedo sentir el enojo de la derrota corriendo por mis venas.

—No, gatito, yo acabé contigo. Yo gano—dice con su sonrisa de oreja a oreja.

Nos miramos un par de segundos, a la defensiva, con la tensión inundando el ambiente, y un segundo después, nos soltamos a reír.

Casi puedo jurar que nuestras carcajadas se escuchan en toda la cuadra, pero estamos en un lugar tan bien insonorizado que sé que no es así.

Marinette se dobla sobre sí misma y se soba la barriga como si eso pudiera aminorar las risas, pero la verdad es que nos encanta hacer esto.

—Ya ven aquí—dice mientras me tiende la mano.

Me aferro a ella y me levanto. El cansancio casi ha abandonado mi cuerpo, pero la risa sigue impregnada en todo el lugar.

—Casi creí que te ganaría—le digo.

—¡Lo sé! Yo también creí que me los quitarías, casi sentí que realmente eras un súper villano. ¿Has pensado en ser actor?

—Ninguna pantalla o escenario se merece este rostro—bromeo y ella vuelve a reír.

—Entonces debería sentirme complacida, ¿me da su autógrafo?

Lo dice tan sonriente que casi me olvido de que tengo que ir a recoger el desorden que hemos dejado en el gran patio que ahora nos sirve como escenario de combate. Y como hemos quedado que hoy me toca a mí ordenar todo, Marinette no hace más que sentarse en la banquita de piedra al lado de la entrada y tomar agua.

Hay cientos de varas tumbadas por todos lados, un par de llantas casi gigantes de camiones, maniquíes, unos cuantos metales y tronquitos apilados.

Por lo general nuestros entrenamientos, que ahora son más físicos que nada, nos toman alrededor de hora y media, sin contar chistes y caídas, y para cuando hemos terminado, estamos tan agotados que no queremos hacer más que echarnos en el sofá de la sala a descansar.

Saving meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora