Dudas y esperanzas

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Marinette.

La paciencia nunca ha sido un arma que pueda utilizar a mi favor.

No he podido quitar los ojos del cuaderno de Marcel, darle vueltas, revisar hoja tras hoja y pasar los dedos sobre los relieves que el frenético trazo de la pluma ha hecho sobre el papel.

Todo parece estar escrito con tal desesperación que la ansiedad se apodera de mí. Me he olvidado de comer en todo el día y sólo lo recuerdo cuando el aroma de un restaurante de pizzas se cuela por mis fosas nasales y me doy cuenta de que una vez más estoy varada en medio de calles que no conozco, con el paraguas atajándome débilmente de la lluvia y el cuaderno de Marcel abierto en busca de algo que no logro entender.

Giro la cabeza y me doy cuenta de que estoy completamente sola, en el centro de una calle con farolas disfuncionales y que la única luz real que tengo cerca es Franco's Pizza. De modo que si no quiero contraer una hipotermia o desmayarme de hambre debajo de la tormenta, no me queda más que entrar y quizá consumir un par de rebanadas de una de mis comidas favoritas.

Entro con el impermeable rosa goteando y apenas cruzo la puerta, dos pares de ojos se colocan en mí.

De inmediato, una de las chicas que me miran se aproxima a mí con una sonrisa amable y yo doblo el paraguas para no seguir escurriendo.

—Buenas noches—saluda la empleada que no debe tener más de veinticinco años—, estamos próximos a cerrar, pero si quiere puede tomar asiento y le paso la carta.

—Disculpe, no es mi intención importunarlas—digo bajito y procedo a sentarme en la mesa más próxima.

Ella bate las manos frente a sí restándole importancia y me dedica una sonrisa un segundo antes de salir camino al mostrador.

Yo vuelvo a colocar el cuaderno sobre la mesa y saco mi teléfono para ver si ya es en serio tan tarde como para que un establecimiento como este ya vaya a cerrar, pero apenas pulso el botón para encender la pantalla, un ícono de batería en color rojo se enciende y la pantalla vuelve a tornarse en negro.

Mierda, no sólo he olvidado comer, también perdí noción del tiempo y si mis padres llegaran a notar que no estoy dormidita en mi cuarto, se me armaría un conflicto bastante grande.

Aprieto los dientes y suelto una risita nerviosa.

Igual es mejor no pensar en eso, que la pila de almohadas que se hace pasar por mí haga su trabajo, ¿qué es lo peor que podría pasar?

Y en todo caso, ¿qué haría París con una heroína castigada?

Pero estas no son las cosas que suelen mostrarte las películas o cómics de héroes adolescentes.

Vida 1. Marvel 0.

Me río ante la idiotez que acabo de pensar y sacudo la cabeza para sacarla de mis pensamientos.

Al final, pido dos rebanadas de pizza vegetariana y sigo metida en mis pensamientos mientras engullo mi única buena comida de todo el día.

Ya ni siquiera me importa el regaño que pueda venir de mis padres, porque si algo he aprendido en los últimos meses y desde comencé a saltar todos los días sobre los tejados de parís, es que el miedo no te sirve de una mierda. Así que o lloras y dejas que las personas a las que amas peligren. O das todo de ti y decides convertir el miedo en poder y perseverancia para impedir que nadie más vuelva a salir lastimado.

Y yo la verdad es que escogí llorar antes de convertir el dolor en determinación.

Porque bueno, una lloradita no le viene mal a nadie de vez en cuándo.

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⏰ Última actualización: Jun 16, 2022 ⏰

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