10. Misión impasible. pt1.

175 10 11
                                    

Nota del autor:

Puedes descargar este libro y su segunda parte, Imposible pero incierto (una novela de horror có[s]mico), en Amazon, Google Play y La casa del libro.

Era martes ¿O era miércoles? Un lunes seguro que no era, porque habría estado aún de más “mala ostia”. Viernes tampoco era, porque los viernes no tenía clase ¿Quizás fue un jueves? Obviémoslo. Caminaba hacia mi casa por las callejas de la judería, atestadas de foráneos empeñados en que en Córdoba en abril hace buen tiempo, razón por la cual llevaban shorts horteros, camisetas de manga corta y zapatillas “de pensionista”. Pero la verdad es que hacía frío, un frío de la hostia. Yo me arrebujaba en el interior de mi chupa de cuero mientras que gracias a mis muy criticados y desdeñados por un amplio sector de la población, aunque por otra parte queridos, guantes cortados, me hurgaba en la nariz, para hacer una pelotilla.

Necesitaba concentrarme. Mientras mis dedos daban forma y redondeaban la verde materia, mi mirada y mi mente se perdían en otros derroteros. Una ráfaga de frío viento agitó mi pelo, y su cortante tacto hizo que me lloraran los ojos. La vida era triste. El plomizo cielo pesaba sobre mi cabeza como el sombrero de frutas de Carmen Miranda. Para los que hayáis sido partícipes de mis dos “traumas épicos” anteriores no necesito presentación. Si venís de nuevas, pues os leéis los anteriores relatos y así os culturizáis, que ya estoy harto de las autodescripciones.

Como iba diciendo, estaba más cabreado que el Sumo Pontífice en un concierto de Black Sabbath. Mi historia con Espasmos había sido un fracaso. En Semana Santa se fue a su pueblo y me la pasé suspirando por sus huesos, hecho un pozo de melancolía, más ¡Ah, perra fortuna! Cuando vino la muy puerca va y me dice que durante las vacaciones se había acordado mucho de su exnovio, que la había llamado todos los días, y le había mandado un ramo de flores. Yo, que estaba más tieso que la varilla de un cohete, no podía ni tan siquiera regalarle un paquete de Ruffles onduladas. Su discurso terminó con un «bueno, Felio, me alegro que hayas venido a verme, pero me tengo que ir que he quedado con Daniel».

Daniel. Daniel Cabezudo, el exnovio vigilante de la playa, el zoólogo guaperas que tenía una Kawasaki de mil cien y una casa en el Brillante que se quedaba vacía todos los fines de semana. Incluso yo me hubiera abandonado a mí mismo si no fuera porque al tipo no le gustaban con pelos en el culo. Haciendo balance, mi vida estaba cayendo en picado. Me sentía más inútil que unas muletas de gomaespuma. No sólo seguía sin perder a la virgen de vista, sino que además me había ganado la enemistad del Guanán, uno de los capos más sanguinarios del cerro, por hacerle un masaje en las gónadas con la punta del zapato, tan sólo por impedir que le pusieran las manos encima a la pu....ñetera de Espa.

No podía andar por el barrio, y por el resto de Córdoba tenía que ir con un gorro de lana, una braga calientacuellos hasta arriba y unas gafas de esas que llevan una nariz de plástico, para ocultar mi identidad, aunque tan sólo era cuestión de tiempo que el Guanán se enterara de mi dirección, y viniera a hacerme una visita de cortesía.

Mi vida era un infierno, y para colmo de males no me había quedado más remedio que tirar mi camisa de “bodas, bautizos y comuniones”, porque aún tenía chipirones adheridos a la solapa. ¿Qué haría si alguien de mi familia se casaba o tenía un hijo?

El priapismo que sufría hacía ya dos días me inducía a echar de menos a Espasmos más que nunca, lo cual nos llevaba de nuevo a un nombre:

Daniel Cabezudo.

La gota que colmó el vaso, y que hacía que lo estuviera bañando en maldiciones no era la peste a boñiga de caballo que había en la esquina de la Mezquita donde se ponen los carruajes, aunque contribuía. Ni siquiera fue el “guiri” que me detuvo en mitad del Puente Romano, con bruscos modales, ropa de explorador y gorro de tela, preguntándome a los pies de la estatua de San Rafael:

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora