14. Misión impasible pt.5

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Un potente manotazo estrelló al Guanán contra la pared con un crujir de costillas.

El Epaun, con muchos reflejos, lanzó una estocada con su espadín, pero un revés descomunal, y aún más rápido, le restalló “en toa la jeta”. Epaun se arrodilló escupiendo sangre, y pude oír por dos veces el inconfundible tintineo de la porcelana al chocar con el suelo.

—¡Miiss fundal! ¡Ay mis fundal! ¡Con lo caras qui costaron ¡ ¡ Ay qui mala suelte la mía! —sollozó entre alaridos de dolor, coreados por los del Guanán. Parecían las Grecas en versión underground.

Yo aún no había podido salir de mi estupor. El terror se acrecentó aún más en mis facciones en vez de alejarse por donde había venido.

—No me mates, no me mates tú también —comencé a lloriquear histérico, porque el que se había materializado en el callejón no era otro que Constantino.

—Tranquilo, Felio, que hoy estás de suerte —dijo con una afilada sonrisa.

—¡Sí, seguro! Voy a ser el primer pienso para animales elaborado a base de magro humano.

Por un momento Constantino se quedó mirando pensativo.

Allí estaba, con una camisa de cuadros remetida y gastada, unos vaqueros con apenas colorido y unas botas de trekking que milagrosamente habían aguantado el impacto de la caída desde la cercana azotea. Su tez lucía morena, y aunque seguía teniendo esa textura hipidiomorfa granuda que la caracterizaba, se veía más saludable. Su cutis se hallaba cubierto por más de aquel bello púbico rubio que tenía por pelo, y que se había extendido como una plaga por toda la cara. Su cabeza parecía una albóndiga disfrazada de San José. Había crecido misteriosamente unos centímetros y su ahora robusta presencia era impresionante.

De repente hizo un raudo gesto con su mano hacia mí, pero modificó el amago con soltura para atusarse la barba.

¡Qué “hijoputa”! Del susto que me dio se me erizó hasta el píloro.

—Ya sé que te reías de mí en la facultad... —comenzó a recordar en tono malicioso.

—¡Que no hombre, que aquello no era risa, que es que soy asmático, pero me da vergüenza ir contándolo por ahí! —recé a Satán para que aquello colara.

—... y que por tu culpa se echó a perder mi plan para comer gratis durante otro par de meses... —continuó , ignorando mis réplicas —y que tú destruiste mi botijo ritual —la verdad es que el muchacho tenía motivos para matarme —y que por tu culpa me he visto relegado a una vida nocturna, a vagar como un alma en pena por esos campos de Dios cometiendo atroces crímenes y realizando tremendas orgías de sangre —dicho así no tenía tan mala pinta. —También es cierto que has roto mi único vínculo con la realidad, con mi familia y con mis amig...., bueno, con mis amigos no, porque no tenía ninguno... —se recordó a sí mismo el pobre “teenwolf”.

—¿Ni siquiera un osito de peluche? —pregunté yo asombrado.

—Ni siquiera un osito de peluche; los rompía cada vez que me transformaba —continuó. —En vista de todo esto, debería despedazarte, arrancarte parcialmente las entrañas, y jugar con ellas a la comba un rato...

—¡Aaaayy! —protestó el Guanán, intentando volver en sí.

—¡Tú cállate, coño! —dijo Constantino, propinándole de soslayo un brutal pisotón en la cabeza —, pero, sin embargo, me has hecho el mejor regalo que nunca he tenido.

—¿Queeeé? —dije yo, frunciendo el gesto, extrañado. Me reafirmé en mi convencimiento. Aquel tío era más raro que un piojo verde.

—Sí, Felio, porque tú me has dado libertad y poder como nunca los había conocido.

—¡Toma, ni yo! —dije con escepticismo.

—Cállate, a ver si te voy a tener que dar a ti también un cosquis —me recomendó sabiamente. —Ahora puedo correr por los bosques...

—¡Pero no habías dicho que no te gustaba? —me dio la impresión de que mi interlocutor se estaba haciendo la picha un lío.

Grrrrr —gruñó con una voz gutural que no encajaba en su cuerpo, a la vez que los ojos se le ponían de un color rojo amarillento. El efecto de aquel “mimito” no se hizo esperar —¿Qué te estaba diciendo? ¡Ah sí! ¡Correr por los bosques, aullarle a la luna, sentir el viento de la noche en mi cara. No sé por qué me empeñaba en reprimir mi destino! ¡Por fin he encontrado mi lugar en el esquema de las cosas! —nunca hubiera imaginado que aquel tipejo tuviera aspiraciones a depredador de máximo porte en la cadena trófica. —Tú eres la luz que alumbró mi existencia, tú me has dado la felicidad.

—Pues menos mal —pensé yo aliviado.

—Gracias a ti he encontrado a otros que me aceptan tal como soy, me siento querido por primera vez en mi vida —allí sólo faltaban Jesús Puente o Isabel Gemio.

—¡Pues nada, hombre, a mandar! —dije mientras comenzaba a escabullirme hacia la salida del callejón, como quien no quiere la cosa.

—Felio.. —noté con un escalofrío como ponía su fuerte zarpa en mi hombro. —Ni que decir tiene, que de esto ni media palabra, ¿Eh? —dijo, guiñándome el ojo con un gesto de complicidad —¡A nadie! Que ando muy escasito de domingueros últimamente, y las liebres no dan “pa mucho”— la sonrisa con la que acompañó esto último no fue nada alentadora.

—¡A nadie, a nadie, tío! —exclamé yo con terror.

Me faltó hacerle reverencias.

Sentí un ruido de rozamiento con el aire, y cuando me volví, su silueta se había desvanecido.

Con la tensión a punto de hacer estallar mis nervios me dejé caer por la pared, y me senté aturdido en la acera, a la salida del callejón. Justo cuando se me iban a saltar las lágrimas, el lastimero quejido que salió del callejón me proporcionó una sonrisa.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora