Marea 6. Voces [Parte 1]

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Escribo esto para contar la verdad, la simple y llana verdad. No tiene sentido alguno mentir cuando sabes que tu último aliento no está muy lejos del tiempo presente. Ni tampoco cuando la culpabilidad te ha roído hasta los cimientos y ha convertido tus huesos en meras cenizas.

Procuraré ser todo lo imparcial posible en mi relato, aunque temo, no lo consiga, dado mi estado actual. Para mostrar que realmente intentaré lo dicho, les proporcionaré un dato difícil de asumir sobre mí: soy un ser sin escrúpulos. Podría decirse que no conozco la vergüenza. Me educaron odiando perder, y en un ganador ansié siempre convertirme; sin importarme cómo ni a quién me llevara de por medio en mi trayectoria. El fin siempre ha justificado los medios en mi vida. A su elección les dejo tacharme de ruin, o simplemente de ser un hombre práctico.

Mi nombre es Ryan Dell y soy abogado. Era, supongo. O seré hasta que este monstruo me termine de devorar por completo y de mí solo quede un vago recuerdo en las mentes de las desafortunadas personas que me conocieron alguna vez.

Si estás puesto en el mundo jurídico (cosa que encuentro bastante improbable), es posible que me conozcas. Tengo prestigio, según dicen; aunque para lo que me ha servido, hubiera preferido ser un pobre desgraciado desconocido. De los cientos de casos que he enfrentado en mi carrera, solo he perdido dos. Dicho sea de paso, he mandado a innumerables asesinos, violadores y ladrones a la calle, pero en ningún momento de mi vida me he arrepentido de ello o me ha quitado el sueño este polémico asunto. No me considero bueno o malo, y siempre he determinado como tremendo error clasificar a las personas en uno de esos dos grupos.

Yo solo cumplía con mi trabajo. Y lo hacía bien, verdaderamente bien… Mis clientes acababan extremadamente satisfechos con mis servicios. Entraba yo en el tribunal y un silencio pernicioso me informaba de lo que ya todos sabía: si yo estaba allí, el resultado del juicio ya estaba decidido. Era perspicaz y rápido con las palabras. Sabía exactamente cómo actuar en cada situación que se pusiera ante mí y mi cliente. El jurado temblaba ante mis palabras. El público se estremecía. Los jueces se quedaban sin habla. Permítanme decir en un atisbo de soberbia que aquello era realmente maravilloso.

Siendo conciso, el último caso que enfrenté en los tribunales, fue el famoso ‘Caso del Coleccionista’, que estoy seguro, conoces de sobra, dada la gran repercusión que tuvo en los medios de comunicación debido a lo morboso y despiadado que resultó. Se juzgaba entonces a Henry Bukowski, un inmigrante polaco que, se sospechaba, era el mayor asesino serial que había visto el sur de California en muchísimo tiempo. Se le acusaba de arrebatarles la vida a más de 20 muchachas, de menos de 20 años, en su mayoría.

Por si estos datos no resultaran suficientemente escalofriantes, añadiré información adicional: Bukoswki (que efectivamente, como relataré más tarde, era el asesino) conseguía placer en su enrevesada mente arrancando con un destornillador los ojos de sus víctimas. Podría ahorrarme los detalles, pero ¿sabes qué? Me estoy volviendo loco, que le den a los moralismos o a la buena educación. Les sacaba ambos ojos, y lo hacía cuando aún estaba vivas, aumentando su dolor hasta que su humanidad se colapsaba y morían sufriendo terriblemente.

Esto lo oí de la propia boca de Bukowski cuando decidió confesarme que era culpable, no sin antes haberme concedido una de sus escalofriantes sonrisas. Me pregunté si aquellos horribles dientes amarillos habían sido lo último que vieran los ojos de aquellas 20 jóvenes antes de ser arrancados de sus órbitas.

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