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Jack maldijo cuando alguien llamó a su puerta justo cuando tenía una tostada en la boca, ¿hasta en su propia casa iban a joderlo?

Tenía el día libre y juraba aprovecharlo completamente, ni siquiera le llegó la idea de quién pudo haber interrumpido su delicioso desayuno, hasta que abrió la puerta y miró a un joven con una caja tan larga que los recuerdos de anoche inyectaron su cerebro causándole un arrepentimiento más grande que el de ayer.

El joven extraño le hizo firmar su pedido y la carta de reglamento que ni siquiera leyó, simplemente tendría por dos días esa cosa y la metería de nuevo a esa jodida caja que casi era tan grande y alta como él. Sin más, el joven dejó el paquete hasta la sala de estar con ayuda de la carretilla de carga y por las mismas se retiró sin decir palabra alguna, su trabajo no era hablar ni mucho menos cuestionar.

Jack miró fijamente lo que había comprado, se mordió el labio y llevó una mano a su frente intentando procesar qué mierda iba a hacer con esa cosa en casa. Ya no era gracioso, le avergonzaba tenerlo y no sería capaz de soportar que alguien lo vea como un necesitado de atención o un viejo que buscaba la compañía de alguien más joven. ¡Ni siquiera era viejo! Pero las mil facetas y burlas que podría tener no dejaron de bombardear su mente una y otra vez.

Se acercó y abrió la caja lentamente, lementándose por su vida y sus decisiones. Y al abrirla, escalofríos bañaron su cuerpo. Aquella máquina era tan jodidamente humana que le faltaba aire por la impresión que le causó. Miró el cabello rubio tan humano y la piel blanca tan perfecta que poseía.

Tenía los ojos cerrados y amarres de hierro lo detenían de salir de ese lugar. Conway se acercó más para tocarlo con miedo, su piel se sentía tan real que si no fuese por el instructivo que cayó a sus pies, podría estar mirando a ese chico irreal por horas hasta caer en cuenta que no había comprado un humano, que era una máquina; que no era real.

Leyó las instrucciones de activación. Tenía que abrir los seguros de acero con la llave que el chico tenía colgado en su cuello como un collar. Tembloroso a que ese trozo de metal cobrase vida, tomó la llave y la llevó a las cerraduras que estaban en las manos, cuello y piernas del robot. Tenía que abrir primero la de los pies para evitar que la máquina caiga sobre él.

Y cuando hubo terminado, el chico de metal cayó sobre los brazos y pecho de Conway, el cual estaba dispuesto a hacerse un lado, pero esa cosa le había costado muchísimo dinero y si lo arruinaba, no podría devolverlo jamás.

Estaba frío, pesaba como un humano promedio y la dureza de su piel no se sentía, parecía estar cargando a un criminal inconciente que diario se topaba o al mismo Volkov. Tiró de la ropa blanca que traía el joven y lentamente caminó hasta el sofá donde se sentó e hizo a un lado la máquina.

Siguió leyendo y miró que tenía un nombre, acercó el papel a sus ojos y leyó "Gustabo". Miró la máquina y resopló: —Con que te llamas Gustabo, vaya nombre más horrible, amigo...

Tenía la posibilidad de cambiar ese nombre, pero la personalidad original del robot se cambiaría y por lo tanto, los recuerdos que su sistema guarde. Supo que en el área de la nuca llevaba una pila de mercurio tan potente capaz de durar dos meses, pero antes de que se agote por completo, tenía que cambiarla para no estropear el centro de carga eléctrica. También, aprendió que la energía solar era muy buena para no agotar la original.

Para activarlo, tenía que apretar el pequeño botón que también estaba en su nuca, se acercó a él y miró detenidamente su aspecto más de cerca. Sólo vestía una camisa blanca con el nombre de la empresa y unos pantalones deportivos, no tenía zapatos y la caja no mostraba signo de venir con su propia ropa. Maldición, tenia que comprarle hasta ropa, era el colmo para él.

Con muchísimo miedo presionó el botón, la piel se iluminó como si las venas de la máquina prendieran en un tono azul intenso por un segundo. Escuchó tres pitidos y no supo cuánto tiempo estuvo con la mirada asustada y las manos temblorosas frente a un chico que acaba de cobrar vida y lo miraba igual o hasta más sorprendido que él.

Sus ojos azules también se iluminaron por un segundo y mirando a Jack, se levantó como soldado parándose firmemente del sofá. Jack lo miró con mucha sorpresa, en verdad no parecía un robot, era como tener a una persona normal frente a él, pero el movimiento rudo y robotizado que hizo al levantarse, lo regresó al mundo real.

—Mi nombre es Gustabo —dijo el robot cuando Conway se levantó a su altura. Sus ojos azules estaban fijos en algún lugar de la sala, aún destellaban con una luz azul cada que hablaba. —Por favor, diga su nombre, mi sistema lo guardará y recordará.

Jack frunció el ceño. Levantó su mano y la movió sobre la cara de Gustabo buscando alguna reacción, pero sólo logró que el robot repita esa frase con una voz no acorde a su apariencia, pues era femenina y formal.

—Jack Conway —dijo llevándose las manos a la cadera con fastidio. Al menos con esa voz y movimientos jamás se le pasaría por la cabeza que fuese un humano, estaba salvado.

Y como si el mundo girase en su contra, el robot lo miró fijamente para después encender sus ojos y apagarlos para que Jack pueda ver lo realmente humanos que se veían, ya no escuchaba el pitido y ahora sólo tenía a un chico que le llegaba a los hombros que lo miraba con una sonrisa mientras tiraba hacia atrás sus cabellos rubios en un movimiento fino que no se comparaba con el anterior.

—Hola, Jack —dijo acercandose peligrosamente hasta Conway, quien automáticamente retrocedió horrorizado. —Yo soy Gustabo, espero ser de utilidad para usted. —Alzó su delgada mano intentando tocar a su dueño con la mejor intención posible.

En verdad estaba jodido, muy jodido. Lo supo cuando la máquina había cambiado su voz a una dulce masculina; lo supo cuando se movió y expresó como un humano, esa cosa no era un robot, no podía verse tan real y hermoso a la vez.

Like human | INTENABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora