Capítulo 3

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    Axian

La mañana no podría empezar mejor, Halsein llamando a mi puerta. De las cosas que me gustaría que pasaran cuando despierto esta no es una de ellas. Si bien el tiempo que me quedaba para dormir era poco, lo valoro. No es que duerma mucho últimamente. Además, si viene solo significa una cosa, trabajo.

¿Que cómo sé que es él? Sencillo, es el único que se atrevería a aporrearme la puerta de esa manera.

Salgo de la cama y me tomo mi tiempo para vestirme – suena la puerta por segunda vez- abro y sigo amarrando la pechera de mi armadura de cuero, ya previendo que posiblemente tenga que salir.

- Ha vuelto a pasar lo mismo, es la tercera vez, nadie los ve, entran en uno de los nidos y se llevan alguna joven sin dejar rastro- Halsein entra con prisa agarrándose las manos detrás de la espalda, pensativo, es el comandante de nuestras huestes, la mano militar y mi tutor.

- Nunca nadie ve nada- afirmo, siempre hay alguien observando, hay ojos por todas partes.

- Esta vez sí Axian, hemos mandado a algunos hijos de la luna a echar un vistazo y nada, esto me irrita enormemente. Un pueblo intranquilo es un pueblo furioso. Si no le ponemos solución pronto a esto, tendremos problemas con Myrenia- paro de ponerme las botas y me doy la vuelta para mirarle, Myrenia es la líder de Vanira. Tiene el poder militar de todo el territorio, protege y comanda el resto de bosques de Mhyrheim, un problema en cualquiera de los bosques es un problema para ella. - Se masajea con una mano la sien, le duele la cabeza.

- Venga termina de prepararte, partimos en diez minutos- se da media vuelta y sale de la habitación.

- ¡Al menos déjame comer algo antes! – grito antes de que se vaya, sabiendo la respuesta que iba a recibir - NO- se escucha ya desde el final del pasillo. Sonrío y niego con la cabeza.

Me miro en el espejo detestando las recientes ojeras que nacen bajo mis ojos, oscureciendo mi grisácea piel, coloco mi anillo en la mano derecha y recojo un pelo ya demasiado largo para mi gusto. Desde la ventana, con el dios Luna Darko aun en el firmamento, se puede ver la plaza de entrenamiento unos niveles por debajo de donde me encuentro. Es ahí donde los más jóvenes empezarán su instrucción después del día bajo el árbol. Ya hace casi diez años que me encontré en ese mismo lugar, un niño sin mucho más que ofrecer que un par de manos vacías e ira en el corazón. Me paro frente a la estantería, donde tengo en una de las paredes ordenadas todas mis armas, coloco la espada en el cinto y marcho hacia los establos.

Recorro los interminables pasillos y escaleras del Nido, una estructura totalmente construida con el propósito de que forme parte del formidable árbol que se alza por encima de nuestras cabezas- uno de tantos- sus ramas entran y salen caprichosas, acorde con la armonía que aspira mantener mi gente con la naturaleza. A tono decorativo es precioso, pero en mi humilde opinión, poco práctico.

Los bosques poseen sus propios nombres, desde mucho antes que habitáramos sus copas y nosotros moramos en ellos, somos nosotros los que nos adaptamos, respetando un hogar compartido. No vivimos en ciudades ni toscos pueblos como eso lobos, que creen con prepotencia que toda la tierra que pisan les pertenece, debilitándola a su paso. Vanira es el bosque en el que vivo desde hace una década, uno de los orgullosos bosques más antiguos y frondosos de todo Mhyrheim.

Llegando a las caballerizas, ya al pie del árbol veo a Moira encajada en su armadura escarlata mientras se hace una trenza con su larga melena. Está apoyada en la entrada y por la expresión de su cara diría que no está de buen humor, Halsein debe haberla despertado igual que a mí.

- Tienes una cara de mierda ¿lo sabias? – después de diez años aguantando mis comentarios ya ni se inmuta cuando la insulto.

- Tu tampoco es que seas una maravilla, menudas ojeras, ¿Sigues sin dormir? – me observa de arriba abajo con los brazos cruzados.

Los días más oscuros- Crónicas de LandheimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora