Amor entre letras 1

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Capítulo 1

Sentada en el césped de la inmensa zona de deporte de la universidad, descansaba Andrea con las piernas entrelazada la una con la otra y las manos sosteniendo un libro de color negro.

Leía un tomo de poesías del siglo XVII. Ella era una verdadera amante de la literatura. Por esa razón había elegido estudiarla. Las letras eran su refugio. Tenía dos opciones: dar de cara con su realidad o sumergirse en un mundo paralelo entre versos, poesía y prosa. Ella no dudó en elegir esta última. Todo era mejor a aceptar lo que era su vida. Hubo un tiempo en el que fue completamente feliz, pero de eso ya hacía muchos años, mucho tiempo.
Añorar la felicidad que tuvo no lograría traerla de vuelta consigo, entonces, ¿para qué anhelar algo que sabes que no tendrás?

Era una tímida y bella joven de 24 años, a solo un año de graduarse como Licenciada en Literatura en una de las más prestigiosas universidades del país. Para entrar ahí no solo se necesitaba tener una alta capacidad económica, también ser increíblemente disciplinado y capaz.

Ella era de las mejores de su clase, para no ufanar que era en verdad la mejor y esto se debía a su amor por lo que estudiaba. Andrea sentía inconmensurable pasión por la literatura y eso la hacía erguirse de entre muchos que solo deseaban graduarse con lo mínimo que fuera. No entendía cómo se esforzaron tanto para admitir y luego les importaba poco lo que estaban haciendo.

La brisa ondeaba su largo cabello castaño y recorría su cuerpo, acariciando sus sentidos.
Leyó el último párrafo de la página 250 del libro y pasó a la otra. Cerró los ojos, colocó una mano en el cuello y luego comenzó a girar la cabeza de un lado a otro con suavidad para descansar un poco. Sentía en su cuerpo una incómoda rigidez que recorría todo su cuello y llegaba hasta la espalda baja. La brisa era un poco de alivio ante todo el desastre doloroso que era su cuerpo. Esa posición erguida y poco disfrutable acabaría con ella.

- Eso te pasa por leer más de lo que está permitido y mira que quien está hablando es otra desquiciada estudiante de literatura. -Dijo una cantarina voz detrás de Andrea.

Era una chica. Venía de una esquina del campo. Estaba hablando con algunos estudiantes y ahora había decidido venir a ver a su amiga cerebrito.
Andrea aun no se explicaba cómo terminaron siendo amigas. Eran infinitamente distintas, pero aun así lograron compaginar. Ella era su única verdadera amiga en toda la facultad. Poco más de cuatro años ahí y solo esa delgada cabello rojizo había logrado cruzar el invisible y formidable muro de concreto que había fabricado cuidadosamente contra el mundo para que nadie estorbara su imaginaria paz.

- Es que no tengo más nada que hacer, Emily. - Se encogió de hombros y la invitó a sentarse.

- Nada más que inventos y lo sabes. Podrías estar caminando por ahí con algún chico. Sabes que muchos de la clase quisieran salir contigo. Podrías estar en la cafetería hablando de tonterías con alguna chica. Antes eras distinta, bueno, no es que fueses la más amigable del planeta, pero sí hablabas con más personas. Hasta te reías en ocasiones. Pero desde que... desde hace un tiempo te has vuelto así.

Andrea desvió la mirada al césped, mordisqueo la parte interna de su mejilla izquierda y habló para parar el parloteo intenso de Emily.

- Ya, por favor. Me quieres así como soy y lo agradezco. Podría estar haciendo todas esas cosas que mencionaste, pero no. Estoy aquí hablando contigo - La interrumpió sonriendo y levantó una ceja- me siento bien, Emily. Estoy bien. Crees que me siento muy muy sola porque no ando con nadie, a excepción de ti, claramente, sin embargo la verdad es que no estoy sola. Tengo a mis románticos poetas de todos los siglos posibles.

Emily la miraba con ojos entrecerrados y prefirió no dar más largas a aquel tema. Andrea jamás aceptaría que era demasiado ensimismada. Ya llevaban años de amistad y se empezaba a dar por vencida convenciendola de que debía ampliar un poco más su mundo.

- Miranda Priestly vendrá hoy. ¡No me lo creo! Desde hoy se unirá al grupo de maestros. No puedo creer que una de las autoras más reconocidas del país vaya a estar entre nosotros todo el maldito resto del año. - Comentó con voz enérgica y finalizó con un pequeño gritito de emoción.

- Desde hace una semana nadie comenta algo distinto. ¿Por qué creen que es tan importante? -Puntualizó con cierta indiferencia.

- ¿Cómo que por qué? Por Dios, Andrea. Dos best seller, fama internacional, es un genio y ¡Jesús! Además es toda una divinidad. Es hermosa. Creo que hace titubear un poco mi heterosexualidad.

Andrea la escuchaba y le hacía bastante gracia las ansias que ella y la mayoría mostraban porque la escritora Miranda Priestly les diera clases.

No era más que otro ser humano. Una persona común y corriente.
Pensaba.

. . .

La atractiva mujer de cabello corto platinado estaba contra el tiempo. A las 10:00 AM tenía una presentación importante y necesitaba llegar a la hora acordada. Era bastante estricta con la puntualidad. Ya había consultado en su teléfono y calculó que tardaría una hora en llegar al lugar. Eran las 8:30 AM y aun no se había terminado de arreglar.

Ideó usar vaqueros, pero luego pensó que era demasiado informal para presentarse así en su primer día en la universidad en la que pensaba enseñar todo el año. Así que decidió que llevaría un vestido y tacones. Eligió entre su inmenso guardaropas un vestido completamente negro a la altura de sus rodillas, con mangas de corte A. El vestido era ceñido hasta la cintura y de ahí hasta arriba de sus rodillas era de campana completa. Su diminuta cintura hacía que el sencillo modelo del vestido le diera una apariencia bastante sensual sin llegar a parecer corriente. A juego con su atuendo decidió calzar unos preciosos zapatos gamuza de Fendi color azul rey y una cartera del mismo color.

Miranda no era muy amante a los pendientes extravagantes así que solo utilizó una pequeña cadenita doble de plata y aros medianos del mismo material. Revisó su suave maquillaje por quinquagésima vez en el enorme espejo frente a su cama y estaba satisfecha con lo que veía. Estaba perfecta y eso era exactamente lo que quería para la ocasión.

Los cuarenta años que cumpliría en cinco meses no se le notaban ni por asomo, se esfumaban y no sabía de qué manera. No aparentaba los años que tenía. Lucía joven, radiante y hermosa. Además, la seguridad que tenía en sí misma la hacía doblemente atractiva. Cada paso, cada mirada, sonrisa y hasta cada ceño fruncido denotaba la inmensa fe que tenía en sí misma. Estaba segura de que precisamente eso fue la base de su éxito. La confianza que tenía en ella, en que podía, que lo lograría.

- Kay, por favor, no olvides colocar el alimento de Arni a las once. -Dijo Miranda a la chica del servicio. La joven asintió con una sonrisa y continuó sacudiendo la mesa de centro de la sala de estar.

Miranda se acercó a su gordo gato Arni mientras este maullaba y acarició su sedoso pelaje blanco. Luego caminó por el largo pasillo hacia la salida. Cerró tras sí la gruesa puerta marrón y subió a su auto.

Aun faltaban diez para las nueve de la mañana. Llegaría a tiempo. Como siempre.

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Heeeey. Yo otra vez.

Espero les guste la historia. La he escrito con mucho amor y bueno, era un cliché que quería escribir desde hace mucho y aquí está finalmente. ♡

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