Las aventuras de Taka y Tibau ...y Kami (parte 1)

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Esta historia se desarrolla en Latinoamérica en el año dos mil doce, en un mundo paralelo al nuestro, con los mismos países, pero cuyo devenir histórico generó un presente un tanto diferente al de nuestro mundo. Están los mismos países, pero algunos de ellos poseen límites geográficos distintos a los nuestros. Es también un mundo con los mismos seres vivos, pero víctima de mayores niveles de destrucción y contaminación. En él viven nuestros personajes Taka y Tibau, que nos irán a acompañar a lo largo de diversas aventuras.

Taka es una niña alta y de contextura física fuerte y relativamente atlética, pelo castaño oscuro largo y ondulado. Su aspecto físico no demuestra su corta edad. Tiene seis años de edad, pero no se dejen llevar por este dato para juzgarla, ya que su personalidad es muy madura y despierta. La dura vida de esta chica la ha llevado por difíciles momentos que mientras tornaban su forma de ser un tanto sombría, también la volvieron fuerte y determinada, con una visión del mundo muy adelantada para cualquier persona de su edad. Tuvo que crecer rápido, por ella y por Tibau.

Tibau, por otro lado, es un niño muy afectivo, alegre y lleno de energías. Es todo lo opuesto a Taka. Si bien siempre estuvieron juntos, al ser más pequeño, con sus tres años de edad, él no ha recibido tan fuertemente los golpes de la vida, que habían sido atenuados por Taka en sus continuos intentos de protegerlo. Así el sigue siendo ese niño inocente e incauto que siempre había sido. Un niño de cabello corto y rubio, ojos verdes, con un cuerpo muy delgado, parte por su alimentación no del todo adecuada, y parte por estar constantemente en movimiento, jugando y explorando.

Ambos viven juntos, en una ciudad de tamaño promedio, con notorios aires de pueblo en lo que respecta a la mentalidad de sus habitantes, y así había sido desde que podían recordarlo. Pero estos niños no saben específicamente qué tipo de relación tienen. Bien podrían estar en un orfanato, pero por alguna razón tienen su propio lugar para vivir, un techo asegurado, sin saberlo a su nombre, y así han sobrevivido hasta ahora, en la incertidumbre de esa vida que es todo lo que tienen. Una vida que no es nada fácil, entre personas que no ayudan.

La sociedad estaba regida por el consumismo, las personas aspiraban a ser alguien importante, a tener posesiones, midiendo sus vidas y logros en base a los bienes que podían adquirir. Primero, persiguiendo tener muchas amistades, aunque no fuesen reales o significativas, era importante ser conocido por muchas personas. También tener auto, llegada la adolescencia era un requisito tener vehículo propio, sino eras un fracaso. Luego encontrar pareja heterosexual con buen empleo o estudios, no importaba el nivel de fidelidad, ya que de hecho la infidelidad era moneda de uso corriente. Luego de tener pareja, había que conseguir una casa grande. Luego de la casa, tener hijos.

Y así, en base a esos escalones en la escalera de la vida, es como muchos seres humanos iban pasando sus días en esa sociedad. Días que iban sumando desafíos. La discriminación y el acoso ya habían superado todos los límites. Ya ni siquiera se protegía de esto a los menores. Cualquier persona que fuese un poco diferente al resto seguro iba a ser víctima de burlas o al menos alguna que otra risa socarrona al pasar. Como si esto no fuera poco, las personas se habían vuelto más y más egoístas, incluso sin darse cuenta, al estar tan encerradas en sus propios mundos, en sus propias carreras por avanzar y subir escalones en ese juego de la vida. A nadie le importaba el resto, los seres humanos parecían zombis caminando por las calles sin estar conectados con el mundo circundante.

Sin embargo, aún había gente compasiva, gente que tenía otros valores. Pero eran pocas personas, y se solían perder entre la multitud de la ciudad, o vivían alejadas de todo. Alejadas de la gente tóxica, tan nociva como el aire y el suelo contaminado de la ciudad. Lejos del mal olor y las calles y veredas rotas y con fragmentos de vidrios de botellas, donde años atrás los niños podían jugar tranquilamente, hoy eran una amenaza. Una amenaza que pronto atacaría al pequeño Tibau, quien una tarde se encontraba jugando en el parque cuando de repente pisó un pedacito de vidrio color verde, camuflado en el pasto, y comenzó a sangrar. Taka, al escuchar su llanto intentó localizar al niño, pero no lograba encontrarlo.

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