Zil Takemoto

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—Haz recurrido al método más cobarde para salir de un problema que tú mismo provocaste... —Decía un hombre con una voz tan grave que parecía que haría temblar el gran salón de mármol dónde se encontraban— No puedo ayudarte.

—Tiene que haber algo Kael —Replicó un chico de rojos cabellos y ojos color ámbar puro— No puedo terminar así, ya escuchaste a los ancianos, una vez den su veredicto será mi fin.

—Tu fin fue cuando decidiste quitarte la vida y darle la espalda a quienes te amaban Zil, no hay excusa para eso —El hombre cuyo rostro se desconocía alzó la voz— Lo siento, pero no puedo defender un juicio que tú mismo vendiste antes de empezar.

—Kael...

—Caballeros, es hora —Anuncio un hombre con una túnica que cubría todo su cuerpo exceptuando su cabeza.

—Claro, salimos en un segundo —Respondió Kael y acto seguido se cerró la puerta, dejándolos solos nuevamente— fue un gusto conocerte.

El hombre con el rostro cubierto por una máscara de tela negra se acercó a la puerta esperando a que su compañía se acercara para salir, pero al ver que aquel chico de tez pálida seguía sentado, observando la nada, se acercó a el y tomó su hombro para llamar su atención.

—No puedo aceptar esto... —Dijo Zil entre sollozos mientras sentía cómo lágrimas casi inexistentes corrían por su rostro, acariciando su piel real por una última vez.

—Las normas no las pusieron ni los ancianos ni yo, y condensate tu alma desde antes de venir aquí, y me condensate a mi al pedirme ser tu abogado en un caso perdido.

—No sabía que te quitarían el trabajo y tus cédulas, no tenia-.

—No tenías ni idea, lo se —Interrumpió Kael— al igual que se cuanto tiempo perdiste dando vueltas a la ciudad para perder a los conscientes de Zatehl, y también hace cuánto tiempo me abandonaste cuando estábamos vivos.

—Yo...

—No digas nada, —Lo interrumpió nuevamente mientras levantaba al chico de los hombros— una disculpa no arreglará nada a este punto Zil, te perdoné hace mucho, pero no puedo simplemente olvidar las cosas tan fácilmente.

Unos minutos pasaron y el silencio se volvía cada vez más profundo, como si el vacío hubiese tomado cualquier sonido proveniente de fuera.

La puerta se abrió nuevamente, esta vez solo mostrando la luz que inundaba la habitación contigua y abriendo paso poco a poco al sonido de las voces de cientos de personas murmurando en un idioma indescifrable para el.

—«Tuk aluki mlae jer tarem nalim»

—«Xaxta jer tarem nalim ka»

—¿Que dicen?

—Dicen que los ancianos han dado veredicto y que debemos salir ya.

Observando con detenimiento la túnica de los hombres que estaban frente a el, Zil agacha la cabeza y avanza hacia el inevitable destino que lo esperaba fuera, dónde cientos de personas de diferentes etnias observaban con detenimiento y con ira al chico, algunos murmuraban en idiomas que eran completamente nuevos para el, pero sabía que no decían nada bueno por el tono de sus voces.

Pasados apenas unos segundos, los ancianos con un simple gesto cesaron el ruido del enorme salón, quedando casi en silencio total, solamente se escuchaban los pasos de Zil y Kael que se acercaban frente del estrado.

—Señor Takemoto, condenado por acto de suicidio y abandono de quienes su vida pendía de un hilo por su descuido, ¿tiene algo que objetar al consejo de ancianos para deliberar sobre su caso y reconsiderar como se le juzgará? —Preguntó un hombre, que a pesar de su apariencia de anciano, emanaba un aura de poder incomprensible.

Pasaron unos segundos en silencio y todos observaban al joven pelirrojo esperando su respuesta.

—No su señoría... Acepto mi destino... —Alcanzó a decir antes de caer al suelo entre lágrimas de desesperación, dolor y tristeza.

—Entonces está decidido... —Dijo el hombre con un tono firme aunque de cierto modo melancólico— Zil Takemoto, el juzgado de almas y conscientes de Zatehl, ha considerado que es culpable de los cargos a los que se le acusa, y se le condena a la pena de rememoramiento en bucle permanente, y a su abogado, Kael Takemoto, se le despoja de todos sus permisos, cédulas y matrículas válidas de manera inmediata por abogar a un familiar y a un suicida al mismo tiempo... En nombre de Zatehl y Kathalria, este juicio ha llegado a su fin.

Al momento en que el anciano golpeó con su mallete todo quedó en blanco, y lentamente frente a los ojos de Zil, su hogar, junto con su familia adentro, se formaba desde la nada misma, replicando cada detalle de cómo se llegó a ver alguna vez.

Unos hombres armados se acercaban a la puerta del pequeño hogar que se situaba frente a nuestro espectador, quien con fuerza intentaba gritar para llamar su atención o la de su familia completamente en vano, puesto que nadie lo podía escuchar, nadie más que el y el tormento de ver cómo primeramente reducían y sometian a su hija más pequeña y lentamente arrasaban con todo a su paso, sus pertenencias, sus recuerdos, la persona que más amó en toda su vida, y finalmente con su casa, quemando desde los cimientos todo lo que en algún momento construyó con esfuerzo, sudor y lágrimas, escuchando los lamentos de quienes aún quedaban dentro, siendo así consciente de lo que había sucedido tras arrancarse a si mismo la vida, atravesandose lentamente el pecho con un cuchillo de carnicero.

Envuelto en un mar de lágrimas y gritos de desesperación, Zil observa como todo volvía a ser como era en un principio, y como se repetían los sucesos una y otra vez, en un bucle infinito dónde la cordura de lo poco que quedaba de su alma se perdía más y más tras cada repetición, y dónde solo podría observar como todo lo que en algún momento amó desaparecía frente a el sin poder hacer nada para evitarlo, escuchando los gritos de quién en algún momento fueron su mujer y sus hijas.

Y así fué como Zil Takemoto perdió todo una y otra vez hasta el fin de los tiempos.

Fin.

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