Prólogo

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Nadie tiene el futuro asegurado, mucho menos la vida.

Lo aprendí de la mala manera, cuando tenía 19 años de edad.

En un día que parecía ser el mejor; soleado, con aire fresco que hacía el calor más soportable. Una cálida tarde de verano, el mundo estaba a mi favor. Nada podía derrumbar mi felicidad de haber alcanzado un gran logro.

Qué equivocada estaba.

Nadie hubiera imaginado lo que pasaría, ni es su más locos y descabellados sueños.

Lo perdí, lo perdí para siempre.

Yo no tuve la culpa, y la verdad es que él tampoco la tuvo. No fue culpa de una pelea, no fue una discusión. No fueron celos, y tampoco fue querer dominar al otro.

Simplemente, lo perdí. Sin saber cuando, sin saber porqué.

¿Qué si él era el amor de mi vida? Aún me pregunto lo mismo. Quiero pensar que sí, porque jamás volví a sentir con nadie más lo que sentí por él.

Ese día soleado que se convirtió en uno lleno de nubes y lluvia.

Un 14 de julio, que quedó en mi memoria para siempre.

Un 14 de julio, que marca el final de una historia, sin comienzo.

Un final, sin comienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora