Yo tan porteña, vos tan el mar.

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Siempre estás ahí, esperando a que te visite. Ni tan cerca como para que te vea seguido ni tan lejos como para que te pueda dejar. Firme, intenso, igual, único. Y yo igual a tantos otros, débil, cambiante, nómade.

La que elige soy yo. Voy y vos me esperás con los brazos abiertos. Pero eso no me hace más poderosa porque si no me sumerjo más seguido es porque estás lejos. Porque somos distintos. Porque tengo miedo de tener ganas de no volver. Porque tenés todo lo que quiero y no soy.

Sos paz y a la vez, un vaivén constante. Sos la calma que mi rítmo de ciudad necesita y el rítmo de ola tras ola que mi uniformidad urbana pide a gritos. Y sollozos. Porque yo levanto la voz, lloro, pataleo; soy escándalo. Y vos ahí, como si nada te inmutara. Alrededor pasa de todo y vos siempre tan igual.

Y, al final, creo que ni te conozco. Apenas tengo un poco de orilla, porque siempre te encargás de expulsarme con tus olas, de que no te sepa bien el fondo, de que me canse. Con suerte, los días de bandera celeste puedo sumergirme un poco más. Pero sos inmenso, y yo tan chiquita. Eso: te quedo chica. Pero, como todo, no te interesa. No te cambia. Ni eso ni nada.

Entonces me vuelvo a la ciudad, a mi mundo, a mi vida. Con la angustia de que me voy sintiendo que me falta algo mientras vos seguís como si yo nunca hubiera pasado. Me subo al auto y pienso que te parecés al mar, con la diferencia de que vos das unos besos que me encantan y vivís a algunas cuadras de mi casa.

Cristales de Amor AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora