Domingo.

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Me duele el domingo pero es martes.

Siempre odié ese lugar común de adjudicarle a un día de la semana un estado de ánimo, un nivel de ganas, un grado de (in)felicidad. Y mirá cómo caí ahí, en ese exacto lugar, pero a mí manera, porque hoy no es domingo, hoy es martes.

Me duele mucho el domingo, no solo un poquito.

Una vez dije que lo malo del único día de la semana que tiene nombre de persona es que uno se replantea la vida.

Si estás bien con vos, el domingo no te duele nada. Al contrario. Algunas veces me pasó y fue porque estaba distraída, riendo, en el parque, charlando con mi soledad, dejandome tirar sobre el pasto.

Me duele demasiado el domingo porque no me duele lo suficiente como para poder llorarlo. Lo tengo atorado en la garganta, sacandome la voz y las ganas. Es que lo que más me lastima es que no hay nada concreto que me esté lastimando, es no poder ponerle un nombre, o quizás no asumir el que tiene por definición: domingo.

Adjudicarle la pena a un día es de cobarde, de cagón, de flojito. No es el domingo, sos vos.

Soy yo.

Cristales de Amor AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora