Capítulo dos

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En aquel tiempo, aunque ambas estábamos pasando por uno de los momentos más duros de nuestra vida, me sentía contenta de poder estar con mamá y ser su apoyo y consuelo. Con gusto le preparaba el desayuno, hacía las compras y limpiaba la casa. Sabía que debía ser paciente y estar al pendiente de mamá en todo lo que necesitara y entonces tarde o temprano ella volvería a ser como antes.

Varios meses después mamá seguía muy deprimida. Apenas comía algo, tomaba pastillas para dormir casi a diario y volvía a su habitación donde se quedaba todo el día. Esa era toda su rutina. Me aferraba a la esperanza de que por mí ella pronto volvería a ser la misma de antes. Luego de unas semanas mi madre fue despedida de su empleo. Ella se había esforzado mucho para conseguirlo, ¡era lo que más valoraba en la vida! Pero ahora parecía que ya nada le importara o que se hubiera dado por vencida.

La situación se estaba volviendo más difícil para mí. Hacía lo que podía. Resistí lo más que pude. Los fines de semana no podía ver a mis amigos ni a papá porque estaba ocupada lavando la ropa y haciendo las compras. Me quedaba dormida en clases, no podía concentrarme y empezé a reprobar materias. Era yo básicamente una ama de casa más que una estudiante. Al principio nada de eso me importaba, yo sólo sabía que tenía que estar ahí para mi mamá y ser fuerte para ella.

Me preocupaba mucho la salud de mi mamá. Temía que un día terminara volviéndose loca. Así que trataba de salir lo menos posible y regresar a casa tan pronto como pudiera. Me imaginaba que tal vez mamá podría tomar pastillas demás y que al llegar a casa la encontraría muerta. Constantemente esa era una de mis más recurrentes pesadillas.

No quise decirle nada a mi papá sobre lo que realmente sucedía para que no tratara de regresarme a la casa con él; o que peor aún, fuera a internar a mi mamá en algún hospital psiquiátrico.

Un día papá me llamó y me dijo que me extrañaba y me preguntó cuándo volvería a la casa con él. Yo también lo extrañaba muchísimo pero ¿Cómo habría de explicarle lo mucho que mi mamá me necesitaba o que más bien, yo la necesitaba más que nunca? Le aseguré con mi calma más convincente que estábamos bien y que pronto volvería con él.

¡Cómo anhelaba tener la vida de cualquier chica de mi edad! Deseaba salir con mis amigos y divertirme pero en lugar de eso estaba tan sola. Algunas veces mis amigos me invitaban a salir a pasear, pero nunca aceptaba, ¿Cómo podía pensar en divertirme cuando mamá la estaba pasando tan mal? Poco a poco mis amigos dejaron de llamar y de buscarme hasta que se olvidaron de mí.

Llevaba ya un año viviendo con mamá y parecía que ella nunca iba a mejorar. Creí que todo sería temporal. Creí que con mi ayuda ella se recuperaría pronto y por primera vez tendría yo un lugar en su vida y en su corazón. Estaba claro que todos mis esfuerzos y sacrificios por ayudarla eran en vano. Me destrozaba verla consumirse de esa manera. Básicamente se estaba dejando morir sin importarle nada...ni siquiera yo.

Me rendí. Me cansé de ser fuerte. De nada servía esforzarme. Dejé de limpiar la casa, de hacer los pagos, de estudiar y me saltaba casi todas las clases. Se acumularon los recibos y la basura. Pronto nos suspendieron los servicios de agua y luz.

Entre la basura, la oscuridad y el polvo acumulado me derrumbé en el suelo de la sala y rompí a llorar. Me sentía tan desesperada, triste y enojada, tan cansada de justificar la depresión de mamá con mil mentiras para guardar las apariencias; tan harta de obligarme a sonreír y decirle a todos que estábamos bien.

Necesitaba a alguien a quien no tuviera que mentirle. Alguien a quien pudiera decirle que estaba al borde de mis límites. Necesitaba a alguien que me escuchara o que simplemente me abrazara, pero no había nadie. Me encontraba profundamente sola, destrozada y a nadie le importaba.

Esa noche mamá seguía indiferente a mí y a la vida. De verdad no creí tener fuerzas para seguir viviendo en esa situación.

Era ya de madrugada cuando fuí a su habitación. Me acerqué a su cama en medio de la oscuridad.

- mamá... mamá...- Le hablé entre sollozos.

Le hablé de nuevo y no me respondía. Al ver en su buró el frasco de pastillas para dormir, supe no despertaría hasta otro día. De verdad no estaba dispuesta a soportar otro día largo y vacío sintiéndome tan sola sin nadie que me comprendiera o me diera un poco de consuelo.

- ¿hasta cuando vas a seguir así mamá?-. Le dije despacio con un nudo en la garganta.

Me di cuenta de que definitivamente las cosas no podían seguir de esa manera. Me senté en el suelo recargándome en la cama y empezé a llorar en silencio.

 Me senté en el suelo recargándome en la cama y empezé a llorar en silencio

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- mamá, te necesito. Sé que todo esto es muy duro para tí pero también lo es para mí. Yo también la extraño. A mí también me duele que Michel no esté con nosotros. Mamá... yo sigo aquí mamá... Escúchame... Te necesito-.

Ahí en el suelo al lado de su cama yo no podía dejar de llorar. Mamá seguía dormida bajo el efecto de las pastillas y no me escuchaba. La miré y se veía tan tranquila. Entonces tuve una idea...

- cuando duermes...ya no te duele el alma, ¿cierto?... Yo tampoco quiero que me duela más. Me duele tanto... que ya no lo soporto. Yo también quiero dormir-. Susurré.

Agarré el frasco de pastillas del buró y el vaso de agua. Sin pensarlo dos veces vacíe las pastillas en mi mano. Respiré hondo y las tomé todas.

- ¿Michel eres tú?-. Dijo mamá entre sueños.

En cuanto la escuché me escondí tan rápido como pude bajo la cama. Me quedé quieta, sin moverme ni un poco por un largo rato deseando que no hubiera escuchado nada de lo que dije. Al parecer mamá confundió mi voz con la de Michel.

Entonces mamá despertó y abrazó la foto de Michel que tenía en su buró y lloró con mucha tristeza.

- ¿porqué te fuiste Michel? ¿Porqué me dejaste sola mi niña?. Si estuvieras aquí conmigo todo sería como antes. Tú eres todo lo que necesito para vivir. Sólo por tí era que podía ser feliz -.

Así ella lloró hasta quedarse dormida. Mientras yo me quedé escondida hasta asegurarme de salir sin que me viera. Después de un rato que pude salir, ví a mi mamá dormir con la foto de mi hermana a su lado. Entonces me dí cuenta de que había una posibilidad para mí. Había intentado todo para ayudar a mamá pero me faltaba una cosa que pudiera salvarnos a ambas: yo debía ser como Michel, o más bien: mejor que ella.

En el baño tiré las pastillas que antes había escupido en mi mano. Mirándome al espejo me dije:

- ¿Así que es ella lo que mamá necesita para ser feliz? Sólo piensa en Michel pero ella ya no está. ¡Soy yo quien sigue aquí! Haré que se olvide de ella y me quiera solo a mí y que viva sólo para mí!-.

Me decidí a lograrlo a cualquier costo. La felicidad de mamá lo valía. No me importó lo que tuviera que sacrificar o hacer para conseguir su cariño y disfrutar de tener una vida con las comodidades que tenía Michel. Yo también tenía derecho a ello...

Claro que toda ventaja tiene un precio.

Bajo tu sombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora