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Yoongi clavó su mirada sobre el castillo al que se aproximaba mientras cabalgaban a través del final de la ladera de piedra y hacia el patio. Los pensamientos sobre escaparse quebrantados, mientras miraba impotente lo que lo rodeaba. Era impenetrable.

Los hombres estaban en todas partes, la mayoría de ellos entrenando, algunos otros atendiendo la reparación de diversas partes de la pared interior, otros se tomaban un descanso y bebían agua de un cubo cerca de los escalones del torreón.

Como si sintiera sus pensamientos fatalistas, YeonJun levantó la mirada, sus ojos verdes, brillantes por el miedo. El tenía los brazos colocados alrededor de su cuerpo, con las manos atadas delante de él, mientras lo apretaba para tratar de tranquilizarlo. Aunque tenía la certeza de que Dios existía, él misma, estaba temblando como la última hoja de otoño.

El soldado que llevaba su montura se detuvo, y tuvo que luchar para mantenerse en la silla.

YeonJun los estabilizó agarrándose a las crines del animal. Wonho cabalgaba a su lado y entonces tiró a Yoongi del caballo. YeonJun se desplomó con él, chillando por la sorpresa cuando aterrizó en el suelo. El hombre lo agarró, sus dedos apretaron como garras dejando moretones en su brazo. Se zafó y estiró las manos atadas para ayudar a sostener al muchacho.

A su alrededor, cesó la actividad cuando todo el mundo se detuvo para hacer un balance de la nueva llegada.

Algunas de las mujeres de la fortaleza los observaban con curiosidad desde la distancia, susurrando detrás de sus manos.

Sabía que seguramente parecería asustado, pero estaba más preocupado por lo que iba a suceder cuando el laird Namjoon llegara para ver a su cautivo.

Que Dios lo ayudara a continuación.

Y entonces lo vio. Se presentó en la parte superior de las escaleras que conducen al torreón, su mirada afilada mientras lo buscaba. Los rumores de su codicia, de su crueldad y ambición, lo llevaron a esperar la imagen misma del diablo. Para su sorpresa, era un hombre muy guapo.

Su ropa estaba impecable, como si nunca hubiera visto un día en el campo de batalla. El sabía que no era así. Había remendado a demasiados soldados que se habían cruzado con él. Suaves calzones de cuero y una túnica de color verde oscuro, con botas que se veían demasiado nuevas. A su lado, su espada brillaba a la luz del sol, la hoja afilada con una nitidez mortal.

Sus manos automáticamente fueron hasta su garganta y tragó rápidamente contra el nudo que se le formó.

—¿Lo  encontraste? —Kim Namjoon preguntó desde la parte superior de los escalones.

—Sí, Laird. —Wonho lo empujó hacia adelante, sacudiéndolo como un muñeco de trapo—. Este es Min Yoongi.

Kim estrechó sus ojos y frunciendo el ceño lo miró como si hubiera sufrido ya alguna decepción en el pasado. ¿Habría estado buscándolo durante tanto tiempo? Se estremeció y trató de impedir que el miedo se apoderase de él.

—Muéstramelo, —gritó Kim.

YeonJun se le acercó al mismo tiempo que Wonho tiraba de Yoongi contra él. Y se estrelló con suficiente fuerza contra su pecho como para cortarle la respiración. Otro soldado se presentó a su lado, y para su humillación, agarró y levantó el dobladillo de su vestido.

Kim descendió los escalones, con la cara arrugada por la concentración a medida que se acercaba. Algo salvaje destelló en sus ojos, y brillaron en señal de triunfo.

Su dedo acarició el contorno de la marca, y esbozó una amplia sonrisa.

"El emblema real de Siwon" —susurró—. Todo este tiempo creía que habías muerto, y que Nebula estaría perdido para siempre. Ahora ambos son míos.

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