Capítulo II

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Después de maquillarse y elegir entre los nuevos vestidos, Malena salió del apartamento de su amiga. Su vida se aferraba a los cambios como si los estuviera esperando siempre. Meses atrás, era una recepcionista que añoraba terminar la jornada para irse de copas. La rutina de su armario no le hacía gracia, y el deseo de renovar los zapatos cada fin de semana era como hacer florecer una planta tropical en el desierto.
    Ahora podía disponer de sus antojos. Tras la muerte de su padre, a quien no veía desde los quince años, ella y su medio hermano heredaron una inmobiliaria. Estaban a punto de dar las últimas firmas para compartir la dirección del negocio.  Debía presentarse en la empresa. Quedaban dos horas. Subió al auto. Echó un vistazo a los hombres que estuvieron mirándola durante su trayectoria, y arrancó.
    Pensaba. Sus ojos café se batían entre el vacío y las señales del tráfico. Revivía los segundos que experimentó en brazos de aquel hombre. El fuego de esa piel ardía en sus venas, en sus pensamientos. Suspiró. No se planteaba ninguna ilusión. Menos con un incógnito que no volvería a ver.
    Sacudió la cabeza. Respiró profundo. El semáforo estaba en rojo. Se detuvo. Al mismo tiempo sonó el celular con un número desconocido.
    —Oigo… ¿Eric?... sí, soy yo…
    Abrió tanto los ojos que se perdían las cejas. No era posible esa llamada. Miraba la luz roja con la esperanza de que no cambiara. Alejó el celular para tomar aire. Parpadeó. Continuó la charla:
    —Disculpa, es que estoy manejando… no te preocupes… ¿anja?... claro, bueno, en realidad no tenía plan… ¿esta noche? —Sonrió. —Si no se presenta otro compromiso, prometo no dejarte esperando… —Se mordió los labios. —Una pregunta… ¿cómo conseguiste mi número?... ... ... ¿Sofía?... si, es mi amiga… entiendo… tranquilo, no discutiré con ella, aunque sabe bien que no me gusta…
    De pronto sonó el claxon del Mercedes que venía detrás.
    —Debo colgar… prometido. Bye.
    La prisa no fue obstáculo para el temblor de sus labios. Dominaba el volante y pensaba en él, al mismo tiempo.
    —Ay, Sofía…
    Dejó escapar carcajadas.
    A pocos minutos de la hora acordada, Malena estacionó el vehículo. Subió en el elevador hasta el último nivel. Le dieron la bienvenida en recepción. Era raro estar en la posición contraria a la de recepcionista.
    —Gracias.
    Dijo a la morena uniformada.
    —El señor Cisneros la espera en su oficina.
    —¿Y cuál se supone que sea la oficina de mi hermano?
    —Sígame.
    —Claro.
    Malena se dio cuenta que el resto de los empleados le sonreían. Sintió ganas de devolver el gesto pero… un jefe debía mantener su postura. Se detuvo en el umbral mientras era anunciada. Frunció el ceño. Su hermano estaba a pocos metros, sentado en un buró que no tenía nada que ver con él, además, podía verla. La recepcionista asintió y la invitó a entrar. Luego de cerrar la puerta se marchó.
    Fabián dejó los papeles. Caminó hacia ella.
    —Te ves fantástica.
    —No puedo decir lo mismo de ti porque los trajes no te quedan.
    Rieron. El joven se aflojó la corbata y le dio un abrazo a la chica.
    —Antes que nada, ¿por qué tienes oficina y yo no?
    —Digamos que… porque llegué primero.
    Señaló una silla para que se sentara. Ella hizo rechazo. Caminó hacia el ventanal. La vista de la ciudad y los gigantescos edificios le llamaron la atención. 
    —Ayer no contestaste mi llamada.
    —Tuve un inconveniente.
    Contuvo la sonrisa. Otra vez asaltaban recuerdos en su memoria. Sacudió la cabeza. Se volteó.
    —Pero gracias, por las felicitaciones que me querías dar.
    —¿Cuáles felicitaciones?
    —Ah, lo olvidaba. Ayer fue mi cumpleaños.
    —Pues…no me dijiste nada.
    Regresó a su asiento detrás del buró.
    —Es raro… que tu hermano no sepa nada de ti y tengas que recordarle cuando cumples.
    —Bueno, no tenemos culpa, tu padre se encargó de eso.
    —Nuestro padre, y sobre todo tuyo, pasaste más tiempo con él.
    —Tienes razón, hasta que mi madre descubrió su doble vida.
    —Fabi, cuando supe que existías quise conocerte, pero era una niña, no pude hacer nada.
    Se acomodó en el sofá. Solo con voltear disfrutaría de la vista.
    —Está bien, ya no vale la pena, lo importante es que al menos nos salvó el futuro… por lo tanto dime… quiero tu respuesta.
    —No tengo ni idea de cómo se lleva una empresa, sin embargo… esta vida de autos de lujo, vestidos, marcas, restaurantes caros… me encanta… Si. Voy a estar al tanto de todo lo que pasa con mi cincuenta por ciento.
    —Perfecto. Bienvenida a la Inmobiliaria Cisneros.
    —Qué gracioso.
    Fabián se dirigió al mini bar. Sirvió dos copas de whisky. Malena rechazó la suya.
    —Escucha, después de la firma, mi mujer te va a invitar a cenar. Le dices que no.
    —Un momento… la última vez que nos vimos dijiste que ya no estabas con Yuliet. ¿Me perdí de algo?
    —¡Ay, aquí estás!
    Entró una mujer. Sus escandalosos ojos verdes ignoraron la intención de la recepcionista, quien se marchó al ver que era inútil anunciarla.
    —¡Qué alegría verte, querida!
    Le dio un beso en cada mejilla. Malena aguantaba las ganas de reír. De un sorbo Fabián se bebió las dos copas.
    —Hola, Yuliet.
    —¡Esta noche tenemos cena familiar! ¡Tienes que ver nuestro nuevo apartamento, es un sueño! Deberías comprarte uno y dejar de vivir en casa de tu amiga que para eso tienes más dinero que ella, además, ¿dónde se ha visto que dos mujeres duerman en la misma cama?
    Malena vio como su hermano volvía a servirse whisky.
    —Yuliet…
    —¡No! Soy tu única cuñada, así que llámame Yuli, suena más cariñoso.
    —Yuli… no podré ir.
    —Querida, tenemos algo importante que celebrar, o mejor dicho, alguien por quien celebrar.
    Yuliet  se inclinó hacia atrás y se acarició el vientre. Malena abrió los ojos. Miró a su hermano, él, sacó otra botella.
    —¡Vas a ser tía!
    —Aaah, felicidades.
    El móvil de Malena empezó a sonar. Enseguida lo buscó.  Había llegado un mensaje:
    Lo siento, se me presentó un compromiso familiar esta noche. Te llamo para quedar otro día. Eric A.
    Hizo un gesto. Se había ilusionado con la cita. En minutos firmaría el documento más importante de su vida, no le hacía ilusión. Por otra parte, su hermano vaciaba las botellas y la voz de Yuliet eran martillazos en su cabeza.
    —¡Si!
    Contestó sin pensar. Fabián dejó caer la copa.
    —Ay, cariño, me asustaste, de la emoción rompiste eso…
    Cuando la embarazada se volteó, Malena hizo gestos pidiendo disculpas al hermano.
    —Es que nunca ha cenado contigo, querida, y para él reencontrarse con su hermana es un sueño hecho realidad.
    Fabián frunció el entrecejo.
    —Yuliet, perdón, Yuli, la secretaria nos está llamando, parece que llegaron los abogados. —Señaló hacia la puerta abierta. —Pásame la ubicación del apartamento.
    —¡Ahora mismo!
     Efectivamente la secretaria esperaba en la entrada. Los hermanos Cisneros se reunieron en el salón de juntas con los abogados. El nombramiento como únicos propietarios de la compañía se hizo oficial.
    Después de una pequeña celebración con los directivos, Malena consiguió irse sin que Yuliet la viera. Llegó al auto. Pensaba. Volvió a leer el mensaje de Eric. Quizá se había ilusionado demasiado.
    Se sentó frente al volante. Se puso el cinturón y cerró los ojos. Quería por todos los medios borrar las imágenes en su cabeza. Agarró el teléfono, borró el contacto de Eric y lanzó el aparato hacia los asientos traseros.
    Esa tarde Malena se hospedó en un hotel. No era el más caro de la ciudad pero quiso probarlo. Aún pensaba en la noche anterior. Acostada en la cama le parecía sentir las caricias y escuchar la respiración. Resopló. ¿Cómo iba a sacar a ese demonio de su subconsciente? Ni siquiera podía llamarlo para saber cuál era el compromiso familiar.
    Hundió el rostro en a almohada. Sostuvo el aire algunos segundos. Saltó de la cama.
    —Esto no me puede estar pasando a mí.
    Dijo frente al espejo. Se recogió el cabello y fue a la ducha.
    Al poco rato estaba en una de las tiendas del hotel. Compró un vestido y un obsequio para Yuliet. A pesar del desanimo, puso empeño en el maquillaje. Disfrutó la imagen que le dio el espejo. El vestido y los accesorios hacían una combinación nada usual en ella. Al menos su físico engañaría al desencanto.
    Bajó por su vehículo. Condujo hasta la dirección indicada y llegó al apartamento. Miraba la pantalla del celular como si esperara un mensaje. Fue inútil. Guardó el móvil. Tocó la puerta.
    —¡Esa debe ser Malena! —Dijo Yuliet desde el interior. —¿Puedes abrir, por favor?
    Malena pensó en crear una estrategia en cuanto su hermano abriera la puerta. Estaba arrepentida de haber ido y de seguro él la apoyaría. Para sorpresa suya, no fue Fabián quién abrió.
    —¿Eric?
    —Bienvenida. —Sonrió. —Este es mi compromiso familiar.    

Sangre o PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora