Capítulo III.

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III.
    —¿Eric?
    —Bienvenida. —Sonrió. —Este es mi compromiso familiar.
    Una sensación extraña recorrió el cuerpo de Malena. Sentía la tela del vestido hecha cenizas en su piel. Las fuerzas para dar un paso estaban concentradas en aquellas pupilas. Suspiró sin darse cuenta. Pasaban los segundos y no escuchaba la voz masculina pidiéndole que entrase. Eric se acercó. Inclinó los labios sobre los suyos.  Cuatro párpados se rozaban. Con una mano se sostenía al borde de la puerta, con la otra acarició el perfil femenino. Malena tragó en seco. Separaba los labios como si estuviera detenida en el tiempo.
    —¡Eric!... ¿Es mi cuñada?
    El grito de Yuliet hizo que regresaran a la realidad.
    —¿Quieres pasar?
    La observó a detalle. Parecía la primera vez que la veía.
    Malena se mantuvo en silencio. No dejaba de mirarlo. Entró. Se dispuso a preguntar algo cuando apareció Yuliet, quien le dio la bienvenida y la condujo a la cocina. Eric cerró la puerta. Su mirada desconcertada reveló el nerviosismo. Era ella. Se llenó de valor y fue hacia donde estaban los demás.
    Yuliet estuvo mostrándole la casa a la recién llegada. Ningún mueble o adorno coincidía en estilo o marca. Había espacios abarrotados y otros daban risa. Malena añoraba el fin del recorrido.
    —Y deja que te enseñe los vestidos nuevos. ¡Son un sueño!
    —Yuli…¿quién es…?
    —Yuliet, deja a Malena descansar un rato.
    Fabián venía acompañado.
    —Mira, él es Eric.
    Eric levantó una ceja. Quería ver la reacción de la chica. Ella le sonrió. Yuliet tomó la palabra:
    —Es un amigo de la familia. Le hemos hablado mucho de ti.
    El chico recreaba la mirada en las piernas y caderas de la trigueña. Fabián hizo muecas, estaba harto de los comentarios de su mujer.
    Sonó el timbre. Yuliet reaccionó de alegría.
    —¡Llegó la cena!
    —Creí que cocinarías tú. —Dijo Malena con el ceño fruncido.
    —¡Nada que ver! Contraté un catering de lujo.
    Se dirigió a la puerta llevándose a Fabián consigo.
    —¿Dijo catering?
    —No le hagas caso, desde que supo lo de la herencia anda como loca, tu hermano ya no sabe qué va a hacer con ella.
    —Claro.
    Se acomodó el cabello hacia un hombro. Cruzaron miradas.
    —Y… ¿dónde nos quedamos?
    Dijo acercando la cintura de la chica a su cinturón.
    —Es que eres el hombre fantasma… —Agarró las manos que tocaban sus nalgas y las alejó de su cuerpo.
    —¿A qué te refieres?
    —Anoche apareciste de la nada, bueno, nos vimos en la sala pero, nunca imaginé que fueras tan ardiente… luego no supe más de ti, conseguiste mi número, me cancelaste la cita, y ahora vuelves a aparecer de la nada.
    —Soy fotógrafo.
    —Mmm, un fotógrafo que baila.
    —No… me apunté a la academia porque el baile es una pequeña pasión. Pero no te recuerdo. ¿Eres profesora de baile?
    —Era recepcionista. La primera vez que nos vimos olvidaste tu celular. Fui quien lo recuperó. Al otro día dejaste una nota dando las gracias.
    Yuliet asomó la cabeza entre los dos. Enseguida tomaron distancia. La persistente embarazada los condujo hasta el comedor. El menú parecía la presentación de un concurso Mater Chef.
    Durante la cena, Yuliet no dejaba de hablar. Fabián miraba hacia todos lados deseando ponerle una manzana en la boca. Eric se quitó un zapato. Extendió la pierna, con los dedos de los pies inquietaba la piel de Malena. Ella separó los muslos. Respiró profundo y demoró todo lo que pudo en comer.
    Terminaron de cenar. Los anfitriones habían contratado a una chica de servicio que jamás llegó. Yuliet estaba impaciente. Caminaba de un lugar a otro. El mayor de los Cisneros se puso de pie, le llamó la atención a la madre de su futuro hijo, y se dirigieron a la cocina.
    Malena pidió permiso para ir al baño. En cuanto atravesó el pasillo se detuvo. Fue cuestión de minutos para que sintiera unos labios besando su cuello. Eric presionaba el pecho contra su espalda., mordisqueaba su hombro y le hacía círculos con los dedos en los pezones. Ella quiso zafarse, temía que fueran descubiertos. Se acariciaban en el pasillo frente al baño. La entrada de la cocina estaba a poca distancia desde donde podrían asomarse los dueños.
    Eric la volteó hacia él. Besó la comisura de sus labios. Introdujo la lengua. La besaba como si un imán lo atrajera desde su garganta. Malena sintió aquellas manos apretando sus senos. Luego disfrutó la humedad de un beso en uno de ellos. No se dio cuenta el momento en que Eric le descubrió el pecho. Sintió vergüenza. Su hermano podría verla semidesnuda. Acto seguido, se vio obligada a sostenerse en sus rodillas. La fuerza bruta la había agarrado el pelo. Frente a sus ojos, la pelvis desnuda. Una piel lisa y perfumada de deseo. Varios dedos acariciaron su mandíbula, su boca. Una mano seguía agarrándole el cabello. La otra agarraba el miembro endurecido que resbalaba en su lengua. Cerró los ojos y le apretó las nalgas mientras succionaba. Cada vez sentía la carne más dura dentro de su boca. Aceleró el movimiento. Levantó la mirada. Eric jadeaba de placer.
    Cuando estuvo a punto de explotar, se inclinó hacia delante. Levantó a la chica. La besaba desde la boca hasta la línea que dividían sus muslos. Le había subido el vestido. Hizo a un lado la tela húmeda que cubría el clítoris y puso a jugar su lengua. Malena acomodó el pie sobre el hombro del amante arrodillado. Apretaba su pelo al tiempo que controlaba el ritmo de las caricias. Se olvidaron del mundo.
    Eric se levantó. Cargó a Malena a la altura de su cintura y la penetró apoyándola en la pared. Besaba sus senos mientras se encajaba hasta lo más profundo. Ella se mordía los labios para no gritar. Cruzó las piernas alrededor del viril movimiento. Las apretó con fuerza. Las uñas clavadas en la piel fueron testigos del cúmulo de sensaciones. Respiraron agitados. De pronto recordaron donde estaban. Comenzaron a vestirse.
    Yuliet dejó a Fabián con el resto de los platos sucios. Se quitó el delantal y fue a la sala. Regresó.
    —¿Dónde están Malena y Eric?
    En ese momento llegaron los mencionados.
    —¿Nos extrañaron?
    Eric se burló de Fabián al verlo.
    —Muy bonita tu casa, cuñada.
    —¡Ven, tienes que ver los vestidos!
    El monólogo de Yuliet era música de fondo para Malena. Todavía no lograba asimilar el deseo, las ganas con que se volvieron a entregar. Si antes Eric ocupaba sus pensamientos, ahora se había adueñado de su piel. Contuvo la sonrisa que la asaltó de pronto.
    —Querida… ¿estás bien?
    —Sí, sí, claro.
    —¿Escuchaste lo que dije?
    —Claro.
    —Entonces dime. ¿Cuándo nos vamos de compras?
    —Ah… cuando quieras.
    —Oye, vi como mirabas a Eric. ¿Te gustó?
    —¿Eric?
    —Cuñada, ¿dónde tienes la cabeza?
    —Estoy aquí, Yuli, te escucho. Pero… cuéntame de Eric.
    —Es un hombre muy codiciado, todas mis amigas mueren por él. Tu hermano lo conoció hace años, no recuerdo donde. Solo sé que es bueno haciendo fotos y cuida mucho su cuerpo. Aunque es un poco solitario. Le aterran los compromisos.
    Malena hizo el esfuerzo de prestarle atención a la embarazada. No pudo. Inventó una excusa para marcharse. Salió de la recamara y se dirigió a la cocina.
    Escuchaba la voz de Eric. Incluso ese sonido erizaba su piel. Se detuvo. Respiraba detrás de una columna antes de llegar a la terraza. Cuando se dispuso a interrumpir, vio como Fabián presionó suavemente sus labios contra los de Eric.

Sangre o PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora