Capítulo 1

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Zabdiel de Jesús

El mes de vacaciones siempre es el favorito de los empleados, no los culpaba por eso, al fin y al cabo un descanso después del constante trabajo venía siempre muy bien. No podría decir lo mismo por mi, el simple hecho de pasarme un mes aburrido no me agradaba en lo más mínimo.

—Señor, ¿quiere que le traiga un café?— preguntó Amparo, una de las chicas del servicio.

Chasquee mi lengua mientras negaba con la cabeza, entrelacé mis dedos por encima de la mesa del comedor y solté un largo suspiro.

—Tal vez debería de irse de vacaciones, conocer algún lugar o algo... Entiendo que le abrume la sensación de pasarse un mes entero en casa sin hacer nada.

¿Sin hacer nada?

Solté una risa sarcástica ante el comentario.

—Amparo, soy el jefe... No puedo permitirme el lujo de no hacer nada.— dije alzando una ceja.

—Señor, solo será un mes...

—¿Y a dónde diablos me iría de vacaciones? — cuestioné—. Sabes que he estado en medio mundo, así que...

—Seguro hay algún lugar al que le gustaría ir y no por negocios sino por puro placer.

Por supuesto que si, pero eso no significaba que fuera a viajar allí solo porque si.

—Además...— vuelve a hablar—. Las chicas del servicio entramos en vacaciones dentro de dos días.

Mierda, me había olvidado de ese detalle.

—¿Y voy a dejar la casa sola?

—Con respecto a eso, hay una joven que está buscando trabajo y tal vez puede sacarle usted beneficio a eso...

Si no me queda otro remedio...

—Bien, habla con la chica y dile que venga... Me gustaría conocerla antes de que empiece a trabajar.

Ella sonrió de oreja a oreja antes de salir por la puerta, la escuché tararear una canción mientras caminaba por el pasillo. Sin poder evitarlo puse los ojos en blanco.

Pasar tiempo en casa me estresaba demasiado.

Sin pensarlo dos veces me levanté y caminé hasta la salida, hacía tiempo que no visitaba a uno de mis amigos así que podría aprovechar el día de hoy para ir a verlo. Su nombre era Dylan y hasta el momento era el dueño de los dos mayores casinos de Estados Unidos.

El sofocante ambiente me golpeó nada más entrar en el lugar, estaba tenuemente iluminado y el olor a alcohol no tardó en invadir mis fosas nasales.

—¡Zabdiel!— gritó alguien a uno de mis lados, volví mi mirada hacia él y sonreí al ver de quien se trataba.

—Dylan, tanto tiempo.— dije estrechando mi mano con la suya.

—Pensé que no vendrías.— murmuró divertido—. Ven, te invito a tomar un trago.

Sonrío de lado mientras me guía hasta la barra, no iba negarme a endulzar mi paladar con uno de los exquisitos tragos que se servían en este casino.

—¿Qué tal va el negocio?— cuestioné señalando con mi dedo índice a mi alrededor.

—Como puedes ver... De maravilla.— respondió con una sonrisa en los labios—. Estoy pensando en hacer un tercer casino.

—Sabes que puedes contar conmigo para las instalaciones, no creo que me necesites para lo que viene siendo el negocio.— dije soltando una pequeña risa.

—Una pena, tenía pensado contratarte de camarero.— bromeó.

—No sabía que querías atraer la clientela femenina.— le seguí el juego.

La camarera dejó nuestros vasos en la barra y yo agradecí mientras que se retiraba. La miré irse pero mi mirada se desvió a una chica que entraba al casino con paso decidido.

—Una preciosura, ¿verdad?

—¿Disculpa?— pregunté volviendo la mirada a él.

—La camarera.

—Oh, ella... Supongo. — me encogí de hombros de forma desinteresada—. ¿Y ella es...?

Sus ojos se posaron en la jovencita que acababa de entrar y sin poder evitarlo rió.

—Es la hermana de un cliente que frecuenta el casino... En el fondo me da pena, el chico es un adicto a ciertas cosas y ninguna que lo beneficie.— murmuró negando con la cabeza—. El dinero que su hermana gana en todo el mes se lo funde él aquí en un par de días.

—Eso es una mierda.— respondí frunciendo el ceño—.  Él con su dinero que haga lo que le salga de los cojones pero con el de su hermana...

—Lo sé, Zabdiel, tú eres muy correcto.— dijo antes de llevar el caso hacia sus labios—. No todos en el mundo son así.

—Es injusto.

—Me consta, pero a mí me beneficia.

—No seas un hijo de puta.— espeté desviando la mirada una vez más, se notaba que el dinero no les sobraba.

La repasé de la cabeza a los pies antes de arrugar mi nariz en desacuerdo.

—¿Qué pasa?— pregunté al ver su notable expresión de enojo.

—Ya sabes que los borrachos son tercos, será una misión complicada llevarlo a casa.

—¿Y no harás nada al respecto?

—¿Por qué debería de hacerlo?— preguntó mientras soltaba una risa.

—Eres el dueño del casino.— murmuré obvio, él se limitó a negar con la cabeza como si no fuera de su importancia.

El pánico invadió mi cuerpo cuando vi que el supuesto hermano se levantaba de su asiento para encarar a la joven. No dudé en dejar el vaso en la barra y caminar a paso apresurado hacia allí.

—¡Lárgate inmediatamente! — gritó señalando la puerta de la salida.

—¿Eres consciente de que si continúas así vas a dejarnos en quiebra? — preguntó cerrando sus puños a ambos lado de su cuerpo—. No tenemos el dinero suficiente para vivir y a ti no se te ocurre otra idea mejor que esto...

—Mira, niña... Tú no eres nadie para decirme que hacer.— dijo alzando su mano.

—Y tú no eres nadie para ponerle la mano encima.— escupí mientras me ponía frente a él, era unos centímetros más alto que él por lo que alzó la mirada para mirarme a los ojos.

—Soy su hermano, ¿a ti no te han enseñado a no meterme en conversaciones ajenas?

Una risa se escapa de mis labios.

—Porque seas su hermano no tienes derecho a nada.— crucé mis brazos sobre mi pecho para verme más intimidante—. Siento que tengas que vivir esto día a día.

Ella me regala una sonrisa apenada antes de bajar la cabeza, rompiendo el contacto visual casi de inmediato.

Es una pena, verdaderamente me encantaba su mirada y tendría problema en seguir mirándola durante un rato más...

Magnate De JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora