Las sombras alargadas de la guerra

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Si el profesor Binns no hubiese estado en... actitud difunta, seguramente se habría puesto rojo de ira, le habría salido una vena palpitante en la frente y hubiese estado respirando en aquel momento como un rinoceronte. Sin embargo, la muerte le había arrebatado todos aquellos síntomas que señalaban inequívocamente a un enorme cabreo y más bien parecía que le estaba dando un infarto al corazón. Con la mano libre que le quedaba se dedicaba a apuntar la causa de su irritación: Ginny. O la boca de Ginny. O lo que salía por la boca de Ginny que, en propias palabras del profesor Binns, solo eran una sarta de mentiras.

—¡Todos y cada uno de los que participaron en la guerra junto al bando de Voldemort fueron sentenciados imparcialmente, y sus condenas, justas! —le recriminaba el fantasma, flotando de manera casi convulsa desde la tarima—. ¡Así que no hay razones para poner entredicho la eficacia de nuestro Ministerio y de la muy respetable Junta de la Ley Mágica, señorita Weasel! ¡Y sí, está claro que no podemos negar la existencia de prófugos indeseables, pero los aurores y todas las competencias adjuntas trabajaron incansables para que se hiciera justicia! ¿Le ha quedado lo suficientemente claro? ¡JUS-TI-CIA!

Desde que había comenzado la clase, Ginny había estado tentada de interrumpirle unas cuantas veces. Para empezar, le hubiese gustado recriminarle que tratar la «Gran Guerra Mágica» en la última clase que iban a dar en Historia de la Magia era cuanto menos, de mal gusto. Faltaba una semana para Navidad y el ambiente festivo que impregnaba el colegio había sido totalmente eclipsado por una lista de hechos escabrosos de los que muchos alumnos allí reunidos, estaba casi segura, hubiesen preferido no saber en absoluto. Sin embargo, aquello era lo de menos. Lo que a Ginny más le molestaba es que Binns intentaba edulcorar, si es que esa era la palabra, todo lo que había ocurrido después. Porque la Gran Guerra había acabado hacia casi dieciséis años en aquel mismo lugar, con la muerte de Voldemort a manos de Albus Dumbledore, como todos sabían; y sí, todos ellos aún eran unos simples bebés cuando todo pasó. Sin embargo, también era de sobra conocido que era lo que había ocurrido con los adeptos a Voldemort que habían trabajado anteriormente para el Ministerio. Porque es ahí donde se encontraban ahora, en el Ministerio. Por mucho que Binns no parase de defender lo indefendible.

—¿Justicia? —rió Ginny finalmente, sarcástica, desde su asiento desde la tercera fila—. Por favor, justicia fue lo único que no hubo en aquellas salas del Ministerio y usted lo sabe. Pero el Wizengamot tragó, tal vez por conveniencia. Tal vez porque su solución a todo aquello fue acabar lo más rápido posible y olvidar cuánto antes, como si la guerra solo hubiese sido una pequeña mancha en el historial de sus ex-empleados.

—¿De qué habla? —Y Binns lo preguntó tan alto y tan rápido, y de manera tan indignada, que le salió un gallo.

—Que negociaron —contestó Ginny con rotundidad—. Negociaron y algunos ganaron. Por muy mortífagos que algunos fueran no dejaban de ser personas en puestos importantes, con apellidos ilustres, que no iban a ver amenazadas sus carreras por haber apostado al bando equivocado. Los Sagrados veintiocho no son solo sagrados porque su linaje puro haya transcendido al tiempo, profesor. Son intocables. Travers, Adams, Rowe. Siguen allí, en el Ministerio, ostentando los mismos cargos e incluso en mejores condiciones a pesar de haber sido mortífagos durante toda la guerra.

Y ahora fue el turno de Binns de reír de manera sarcástica.

—¿Y las pruebas, señorita Wesel?—preguntó con condescendencia, como si la hubiese pillado en un renuncio—. Porque digo yo que tendrá pruebas. ¿O está diciendo todo esto sin...?

Priori incantatem manipulados, testigos que desaparecían en el último momento, un tribunal comprado a golpe de galeones... —lo interrumpió Ginny, enumerando con cada dedo—. ¿Quiere más? Esa fue la justicia que hizo el Ministerio, una justicia podrida hasta los cimientos que elevó a meros asesinos a la categoría de héroes.
Y al fantasma se le demudó la cara en cuanto escuchó la palabra «asesinos».

Todos los caminos que me llevan ti [DracoxGinny]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora