ACTO II
"Todo es locura en el mundo si no hay placer..."
La luz del sol trasluciéndose por las cortinas y el televisor encendido en un canal al azar, nos acompañaban a mi nieto y a mí, en una incómoda situación. Ambos estábamos sentados en el mismo sillón, en cada extremo, sin contacto visual, y sin saber cómo reaccionar a lo sucedido. Los dos habíamos querido acabar con nuestras vidas. Y ninguno tuvo éxito.
Estaba enojado y con frío. Mi traje se estaba secando en mi cuerpo. Ya podía imaginar una neumonía acabando con mi vida por la mañana, y así yo no había planeado partir. Debería estar ahogado en estos momentos, y no vigilando a este desequilibrado adolescente a que no atente contra su vida. Al menos hasta que sus padres lleguen y evitar que me culpen. Mauricio estaba usando ropa que se consideraría normal, casual, libre de trastornos mentales. Eso demostraba que no habría tenido tiempo de coger sus cosas al escapar de rehabilitación. Y lo cual me parecía una estupidez, faltando dos días para que le dieran su libertad. Empecé a mirarlo, decepcionado, por su poca inteligencia.
-Tenía que irme de ese lugar -habló el muchacho al percibir mi airada aura-. Los loqueros solo saben decir "Todo estará bien. Ahora tomate esto", pero a mis espaldas, "Hay una patología cerebral o gen suicida en él, hay que seguir evaluándolo". ¡¿Qué mierda es esa?! ¿Tan defectuoso nací? Quizás, abuelo... La vida no es para todos.
-¡Deja de quejarte! Eres joven. Llega a mi edad y ahí recién piensa en la muerte -contesté estirando mi piel arrugada de la mano y viendo como volvía a su lugar en segundos-. El hombre no debería envejecer, debería eludirse por un tema de dignidad. Si la eutanasia fuera una opción en este país, lo habría hecho hace tiempo y me habría ahorrado tanta desdicha.
-¿Cuándo lo habrías hecho?
-¿Cuántos años tienes?
Continué charlando con Mauricio. Él seguía mencionándome las razones por las que era mejor quitarse la vida. No podía refutarle. Eran muy buenas razones. Sin embargo, el espectáculo que hizo en su universidad, al querer lanzarse del último piso, y que lo llevó a ser internado por mes y medio, me hizo cuestionar si una persona que insiste que se va a matar, realmente quiere matarse o solo pide auxilio a su manera. ¿Pero qué pasaría en la mente de mi nieto con sociopatía? En su caso, ¿el suicidio es un acto de locura o lucidez?
-Hay que quitarnos la vida juntos, abuelo. Dos pájaros de un tiro.
-No, quiero ser el protagonista de mi entierro. Y tú, no te vas a matar. Vive tu juventud que igual la muerte te espera a mi edad.
Mau soltó una risa y estiró su mano hacía la mía.
-Mejor morir rápido, que morir.
Su sandez estaba en lo correcto. Si la vejez mancilla mi vida, y la locura, la suya, es mejor acelerar el proceso de la muerte, así evitaríamos sufrimientos mayores. Tendríamos una muerte voluntaria que sonará cobardía para mi hijo y mi nuera, pero no es cosa buena el vivir, sino el vivir bien. Y mi nieto que había vivido menos de un tercio de lo que yo había vivido, solo ha estado perturbado. Jamás ha sentido el placer de la vida, ¿cómo entonces decirle qué hay razones por las que vivir?
Comprendiendo por fin su molestia, y sin decir más, estreché la mano con la suya. Habíamos hecho un trato.
* * * *
Recuerdo a Mauricio de pequeño. Niño tímido, raro y sin amigos. Cuando lo recogía de la escuela, demorábamos en volver a casa por ir al parque. Yo descansaba con un cigarro en alguna banca y él luego venía a mí, mostrándome animales muertos que encontraba. Yo le decía que mejor encontrara dinero y me lo entregara. No lo hacía. Seguía coleccionando animales. De insectos a aves. De roedores a reptiles. Sus padres llegaron a enterarse de lo que hacía, y en vez de pensar que su hijo podría ser un médico forense o veterinario de adulto, lo llevaron a terapia infantil. Su primera psicóloga dijo que habían hecho lo correcto, que así evitarían en un futuro a un homicida en serie. Creía que era una ridiculez en su momento, ya que mi nieto podría ser un potencial asesino, pero no llegaría a matar a tantas personas. Ahora, once años después de su primera terapia, estaba por cumplirse lo que intentaban evitar a toda costa. Mau abrió la puerta corrediza del balcón y me dejó pasar. Estábamos en el cuarto piso del condominio. Abajo de nosotros solo había plantas y alguna vecina sacando a su afgano a orinar. Quería morir ahogado, aunque no me quejaba. Ver el atardecer y sentir el viento apacible daban la misma sensación de estar en el cielo. Comencé a tararear El brindis, mirando las nubes como si fueran espuma de champagne en copas de cristal, y los árboles con los arbustos, se convertían en personas bailando y músicos tocar. Mi nieto por su lado, también se preparaba para su último acto, orándole a Satanás en alguna lengua extraña.
La mujer con su perro se había dado cuenta de lo que estábamos por hacer, que gritó por ayuda. A nosotros nos daba igual la curiosidad de los vecinos a través de sus ventanas. Después de todo, el último acto de una ópera merecía toda la atención del público. Sin embargo, entre todas esas voces gritándonos que no saltemos, pude reconocer la voz de mi nuera. La mujer había salido apurada del trabajo que seguía usando sus guantes quirúrgicos. Estaba llorando por su único hijo mas no por su suegro.
-¡Tírese, pero sin mi hijo!
-¿Mamá? -El chico se percató de la presencia de quien le dio la vida. Y verla desplomándose por el susto en los brazos de otros testigos, ya no miraba el vacío de la misma manera que su abuelo lo hacía, que terminó retrocediendo.
-No hay mucho tiempo, Mau. A la cuenta de tres -dije tomándolo del brazo para que volviera al filo del balcón.
-No -respondió molesto retirando mi mano al instante-. Eres la única persona que me agrada de esta familia. Debería importarte mi puta vida como me importa la tuya, y veo que no es así, ¡nunca lo fue!
-¡Estaba pensando en tu bien, Mauricio!
-¿Matándome?
-¡Fue también tu idea!
De pronto, se escuchó abrir la puerta de la casa. Era Martín. Corrió hacia nosotros, y agitado, abrazó a su hijo, agradeciendo a Dios que siguiera con vida. Por otro lado, el muchacho rechazaba los brazos de su padre, reclamándole con odio el haberlo metido a un loquero.
-Cada uno tiene sus problemas, Mauricio, no eres el único que los padece. Madura ya -respondió alzando la voz-. Entra a la casa.
-Y yo... ¿Soy uno de esos problemas, papá?
-No quise decir eso.
-Eso hiciste -intervine al ver a mi nieto absorto en su propia pregunta.
-Tú no te metas -señaló Martín acercándose desafiante a mí-. Aquí el único problema eres tú. Solo piensas en ti mismo desde que tengo yo uso de razón. Vives quejándote de todo, de todos, ¡por eso nadie te soporta! E igual así, te dejé entrar a mi hogar, pensando que podrías cambiar y darte cuenta que a pesar de todo el daño que le hiciste a mi madre y a mí, te perdonaba. ¿Y cómo me pagas? Queriendo acabar con la vida de ¡mi hijo!
-¡Tu hijo quería asfixiarse, y lo impedí!
-Oh, gracias por evitarlo y cambiarlo a que se tiré al vacío. ¡Eres un viejo loco!
Todo es locura si no hay placer, pensé al ver a mi propio hijo iracundo. No podía discrepar en lo que decía, tampoco ofenderme, me merecía su odio. La fotografía de la familia que guardo en mi billetera, siempre trato de borrar mi memoria y crearles otros rostros a esas personas, pero sé en el fondo que se tratan de mi esposa, Martín y yo. Y era culpa mía que ese inocente bebé no tuviera una familia feliz de niño, ni de adulto.
-Felizmente, mañana te irás al asilo y no tendremos que verte más.
Mauricio estaba sorprendido por lo que oía decir a su padre mas no dijo nada. Entrar a la casa con ellos, y esperar unas cuentas horas para ir a esa casa de reposo, lo sentía un final muy triste y largo para mi vida. Escuchaba la sirena del camión de bomberos llegar y gente gritando que no salte. A mis oídos todo esto me parecía la parte culminante de mi propia ópera. Me daba terror caer desde una gran altura, pero ese miedo no se comparaba al terminar viviendo en el asilo. Hasta podría decir que mi aversión a ese lugar es aún mayor que la acrofobia. Tomé aire. Estaba listo.
-Papá, ¿qué haces? Papá, ¡papá!
El bombo, los platillos y los violines daban entrada al concertante. Las voces de los testigos eran para mí, coristas cantando el estribillo en contrapunto. Aplausos no faltaron en mi cabeza. Había caído el telón de mi último acto. Al igual que mi cuerpo del balcón.
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Libamos la vida
KurzgeschichtenUna sátira sobre un anciano y su pensamiento al suicidio. La filosofía de Cioran se hace presente con tintes de tragicomedia en una ópera de Verdi. Portada: pintura de Carole Katchen