I DE DUQUES Y MARQUESES

6 3 0
                                    


Crecer entre lujos y paz en pleno periodo de guerras es algo que la familia Quint había conseguido sin demasiados problemas. La primera batalla por el poder sucedió ciento cuarenta años atrás, desde entonces el clan mostró maestría en la lucha, manteniendo su puesto de marquesado que el monarca les hubo concedido tiempo atrás para proteger los límites del reino. Como siempre, los pobres eran pobres, y los ricos no conocían el significado de "merced", los Quint eran conocidos por haber elevado los impuestos cada cinco años, enterrando cada vez más en la desgracia a los habitantes.

Thea Quint, la segunda hija del marqués, era una joven de 23 años, respetuosa, de apariencia calmada aunque desde bien pequeña se mostraba como un torbellino de energía. Su pelo negro medio despeinado era el marco perfecto para la carita de ángel de ojos verdosos que heredó la chica de su familia materna. Sus labios carnosos tomaban un color rojizo con un poco de maquillaje cada rara vez que tenía que hacerse ver delante de los pobres, que ella consideraba "animales", ya que siempre los habían nombrado así en su presencia. Su destino, desde joven, la había amenazado en encerrarla en un monasterio para mantenerse pura de por vida, sin embargo esto cambió cuando corrió la voz de que la prometida del hijo del duque de Loef había fallecido en extrañas circunstancias, y aquello se convirtió en una oportunidad para los Quint de hacerse más poderosos, si conseguían que su bella hija se convirtiera en la esposa de aquél joven.

El hermano mayor de Thea fue el primero en intentar que se olvidaran de aquello, pues si tal boda se llevaba a cabo, él perdería sus tierras prometidas para ser regaladas al duque. La joven, en cambio, estaba asustada, no conocía al hombre, y no quería seguir el mismo destino que la otra chica si su muerte había sido causada por algún tipo de celos o rabia.

- Señorita, su ropa está lista, ¿podría probársela para saber si le queda bien o necesita algún cambio? –la esclava de la joven dejó un vestido rosado encima de la cama.

- Espero que lo hayáis hecho bien esta vez, es el tercer vestido que me traéis.

- Lo siento, mi niña, nuestras manos no pueden hacer justicia a la perfección de su cuerpo. –dijo girándose mientras disimulaba una mueca burlándose.

Afortunadamente, aquellas ropas le iban como anillo en el dedo, se veía como una princesa, elegante y fina. No quería llevar demasiados ornamentos, pesaban demasiado y ella era una chica sencilla, aunque su madre la obligó a colocar de nuevo las decoraciones de seda y plata, y apretarse más el corsé.

- Madre, la plata del vestido, no me gusta, queda como si fuera una armadura de hilos... Y apenas puedo respirar...

- Cállate, tienes que portarte como lo que eres, una doncella, no una bestia. Así que te aguantas, y no te olvides de sonreír, el duque no te elegirá si no te ve simpática.

- Pero... ¿y si es él un monstruo?

- Déjate de peros, nuestro territorio puede agrandarse si tú haces caso. Así que ponte los diantres de plata, ésto se parece levemente al vestido de la duquesa, bien sabes que falleció hace dos años, y es una forma de mostrarle admiración.

Pasaron los días, Thea no dejaba de sufrir en silencio. Su libertad habría sido vendida de una forma u otra, pero no estaba preparada para asumir el cargo de esposa. Aquellas pocas semanas de preparación se le hicieron eternas, obligándose a comportarse por primera vez como una mujer en vez de una cría como hasta entonces. Tan pronto la primavera dejó que los carruajes viajaran sin peligro alguno de hielo y nieve, la familia se presentó ante el ducado de Loef probando suerte.

Una fiesta de bienvenida esperaba a los Quint, que enviaron de antemano una carta pidiendo permiso para acercarse al lugar. Lo primero con lo que se encontraron tan solo entrar en la lujosa residencia de los Loef fue al duque esperándolos con una sonrisa un tanto perturbadora según Thea. Tras inspeccionar visualmente a la joven, el hombre llamó a su hijo Edward para que hiciera lo mismo. Segundos después, por la puerta derecha de la cámara entró un apuesto varón de unos veintisiete años, lucía una hermosa melena color castaño claro, sus ojos del color del mar transmitían confianza, y a diferencia de su padre, su sonrisa parecía haber sido construida por los mismos ángeles. Arreglándose la melena que le llegaba un poco más abajo de los hombros, saludó cordialmente a la familia Quint. La joven intentó mantener la calma, pero aquél joven le parecía hermoso, además de agradable. No parecía presuntuoso, como era el hermano de Thea, ni siquiera se le notaba que fuera de un rango mayor, sino que su honestidad y amabilidad no parecían de este mundo, tratándose de un futuro duque.

Tras la segunda inspección, a Edward parecía gustarle también Thea, más que otras pretendientas pasadas. Aquello suponía un gran avance, la boda era muy posible en un futuro inmediato, por lo que celebraron un primer y fastuoso banquete en los jardines interiores del castillo.

Mientras los patriarcas comentaban sobre temas de territorios, el chico invitó a Thea a pasear para que no se aburriera. Sin duda, aquél joven no seguía las pautas normales de los altos rangos, en teoría tendría que quedarse sentado participando en la conversación, sin embargo aquello le parecía una falta de respeto hacia la invitada, y por aquél motivo la alejó para conocerla mejor.

- Siento parecer demasiado caótico, simplemente no me gustan las obligaciones... Y me siento mal por ti, si tenías otros planes y los he cambiado sin querer... ¿Es así? –Edward se paró para mirarle a los ojos.

- En realidad, debería agradecértelo, me iban a encarcelar en un monasterio, y si te soy sincera, yo también soy bastante caótica, según mi familia... Creo que nos llevaremos bien. -sonrió sin apenas respirar para que el corsé no la ahogara más.

Llegaron hasta una fuente llena de peces dorados que se acercaban pidiendo alimento. Thea acarició el agua con el dedo, ambos se sentaron en la repisa contemplando los animales ir y volver alegremente.

- ¿Has oído a hablar de los Turner? –preguntó el joven tras un silencio incómodo.

- No... ¿Quienes son? -Thea no entendía el motivo de la pregunta.

- Me extraña que no les conozcas... Ellos son los también conocidos como Condes de Sangre.

- ¡Oh! Con este sobrenombre sí que me suena, son terriblemente crueles, pero viven lejos de este territorio, ¿verdad?

- Cada semana que transcurre se acercan más, no les basta lo que tienen, quieren más, y son bastante fuertes en batalla. Te lo digo más que nada porque es probable que dentro de unos meses tenga que abandonarte para adentrarme en la guerra si nos casamos y ellos siguen amenazando... Tienes que ser consciente del peligro, esto no te lo van a contar ellos. -señaló hacia los padres, que reían y celebraban la futura unión de familias. –Y si se da el caso de que no pueda volver, tú deberías huir lejos de aquí.

- No sé si es buena idea hablar de un futuro tan trágico e imposible de adivinar ahora...

- Lo es, porque no quiero que te hagan daño, eres muy linda, ¿sabes? Me preocupa que al estar aquí sufras sin poder haber hecho nada para evitarlo.

De nuevo, el silencio gobernó entre los dos, la alegría de ambas familias lo manchaba aún más de amargura. Disimulando un gesto melancólico Edward acarició la mejilla de Thea, que no sabía cómo reaccionar ante aquello, quedándose inmóvil mientras el joven se le acercaba para besarla tiernamente. 

Círculo de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora