IV Sin Salida

2 1 0
                                    


Cuando Thea abrió la puerta de la habitación, aún medio dormida, Muriel la seguía esperando para arrastrarla hasta el refugio.

- ¿Otra vez tú? ¿No me puedes dejar tranquila ni en momentos de intimidad?

- Déjate de tonterías y tira, es peligroso quedarse aquí, eres una ilusa.

- ¿Yo? ¿Ilusa? ¿No serás tú la celosa de que yo sea feliz mientras tú tan solo eres una sirvienta de pacotilla sin nadie que te ame?

Aquellas palabras no rebotaron solo entre las paredes del castillo, sino que resonaron en eco, desde los oídos de la mujer hacia su corazón, ya dañado de por sí, creando una reacción violenta que no supo cómo controlar. Se acercó a Thea llena de ira explosiva, empujándola hacia la habitación de nuevo. Se dispondría a matarla si hacía falta, pero ya estaba harta. Ambas se tiraron de los pelos, pegándose para soltarse, gritando de rabia, hasta que la fuerza de Muriel echó a Thea contra la pared, acorralándola para amenazarla antes de hacerle más daño. Sus ojos violetas en ese momento parecían hechizar a la recién coronada duquesa, eran hipnotizadores, y estaban a tan solo medio palmo de los suyos.

- Me has cansado suficiente, y vas a pagar por ello. –su voz era más grave ahora. –No me importa si eres noble o plebeya, solo eres un trozo de basura, y quién no respeta no merece respeto. Así que mírame bien, porque soy lo último que verás antes de que te envía derecha al infierno.

Cada una de las palabras dichas entre dientes lograron asustar a Thea, que no podía escapar de allí, estaba literalmente entre la espada y la pared, pero algo más estaba ocurriendo, y aquello era inentendible para la joven.

- ¡Muriel! ¿No vas a volver con nosotros? –la voz de una anciana esclava en la puerta logró despistar a la acosadora, que se giró para atender la llamada de aquella mujer.

- ¿Qué hace usted aquí? Vamos, no se arriesgue tanto por mí, se lo suplico. Deja que la acompañe de vuelta al refugio...

Guardando la espada de nuevo, agarró la mano de la anciana del pasillo para ayudarla a caminar, no sin antes mirar desafiante a su enemiga, que aún estaba pegada a la pared inmóvil. Cuando ambas desalojaron la cámara, Thea respiró de nuevo. ¿Qué había sido aquello? Una sensación que le parecía conocida y a la vez extraña la había poseído mientras Muriel amenazaba su vida, un sentimiento de... ¿admiración? No sabía cómo describir aquello. Fuera lo que fuera, cambió por completo la visión de la chica.

- ¡Esperadme, voy con vosotras! –reaccionó segundos después sorprendiéndose de su repentina sumisión.

En cierto modo culpó a Edward de aquél bienestar, se sentía mejor dando aquél significado. Por desgracia, Muriel sospechó que algo tramaba y no le quitó el ojo de encima. Por vez primera, la joven tuvo la necesidad de ayudar también aquella pobre anciana a llegar hasta el escondite, mientras en el exterior se escuchaban los caballos, gritos y ruido de espadas colisionando sin fin. Los ciudadanos seguramente estarían encerrados en sus hogares, aterrados, almenos de ello se dio cuenta la duquesa entonces. No entendía qué le estaba ocurriendo, ni por qué ahora le importaba aquella gente... Su mundo había cambiado por completo.

Una vez resguardadas del peligro, Thea vio que su comida aún estaba en el suelo, se acercó para aprovechar y comer, aunque el pan ya estuviera pasado. Iba a darle un glorioso bocado cuando observó de reojo que un niño y su hermana la miraban fijamente, se veían claramente desnutridos. Partió el pan por la mitad, lo mismo hizo con el queso, dispuesta a darles su cena, pero la autoproclamada líder pelirroja se adelantó, ofreciendo a ambos un par de trozos más grandes, y agua. Decepcionada, Thea miró a su alrededor por si alguien más necesitaba algo, y viendo que no era así, aprovechó para disfrutar de su comida.

- ¡Ojos de Ángel! –así llamaban todos a Muriel –¡Han entrado al palacio!

Malas noticias, si lograban colarse allí no habría marcha atrás, la guerra estaría perdida. La mujer gesticuló alguna palabra ofensiva antes de salir a toda prisa del refugio subterráneo. Los esclavos se unieron en un grupo más apretado, veían la muerte acercarse ante ellos.

- ¿Qué hay aquí? –preguntó delante de todos la noble, señalando hacia la cuarta puerta, la más pequeña.

- Solo unas cuantas armas viejas e inútiles, las guardan aquí para fundirlas y crear de nuevas en caso necesario... –explicó uno de los varones abrazado a su hija, de la misma edad que Thea.

- ¿Puedo entrar?

No obtuvo respuesta, nadie quería lidiar con Muriel luego. Con un gesto de desdén, se acercó, empujando y tirando, sin conseguir abrirla. Necesitaba una llave, y se imaginaba quién la tenía. Aún así, no iba a dejar de intentarlo, las madreas eran tan viejas que con un simple golpe quedarían destrozadas. Pidió perdón de antemano, para luego patear la puerta hasta que cedió. Le dolió aquello, sus delicados pies no habían conocido otro dolor que el de unos zapatos ligeramente apretados.

- ¿Qué pretende hacer, chiquilla?

- Señora, toda mi vida he sido una estúpida, y lo sigo siendo, pero por una vez, haré lo que todos están haciendo excepto yo: proteger a mi gente.

Eligiendo entre la pobre variedad de armamento, consiguió decidirse por un mangual poco usado, saliendo a toda prisa con su vestido a punto de hacerla perder el equilibrio, en busca de los enemigos.

- ¿Qué es lo estoy haciendo? –quedó perpleja unos segundos antes de acceder a la entrada del edificio superior, donde se escuchaban gritos de dolor y rabia. -Es como si no fuera yo...

Entonces la voz de Muriel alertó a Thea, sonaba como si la hubieran herido. A toda velocidad, llegó al perfecto instante para ver ante sus ojos que la mujer yacía en el suelo apenas a tres metros de ella, retorciéndose de dolor, con una tremenda herida en la costilla derecha. Un enemigo, el último en pie, amenazaba en acabar con ella. Des del suelo, la guerrera vio a Thea, a punto de echarse a llorar ante la escena. Muriel evitó delatarla, aunque le asustaba que sufriera algún daño si se acercaba al oponente. Sacudió la cabeza para luego intentar levantarse, a la vez que el arma adversaria descendía a gran velocidad apuntando hacia las partes vitales de Muriel, dándose por muerta. Thea entró en pánico, dejando que su cuerpo la guiara a dónde quisiera. Apretó con fuerza el mango del viejo mangual, apuntando hacia el soldado enemigo, retiró el brazo hacia atrás, mientras el arma del soldado ya estaba a punto de abrir mueva herida, y sin apenas consciencia de ello, Thea logró traspasarle el casco con los pinchos antes de que él llegara a Muriel.

- ¿Por qué lo has hecho? –dolida, intentaba a duras penas hablar con su salvadora.

No obtuvo respuesta, Thea no podía gesticular, acababa de matar un hombre para salvar a quien hacía un rato la estaba amenazando a ella. Lo había hecho por una pobre, por alguien a quien jamás antes hubiera ni siquiera mirado a la cara sin sentir asco.

Se agachó, temblando, la herida no era mortal, pero tenía que ser tratada de inmediato. Arrastró vagamente el cuerpo de Muriel para acercarla a uno de los bancos, agitándola encima de ella, tras haberse sentado. En la pared había una cuerda, que al tirar de esta, haría sonar una campana situada al refugio, donde llegaban otros cables de otras zonas clave, un plan ideado con prisas pero funcional.

Círculo de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora