Tras llegar a un acuerdo, los Quint y los Loef se unirían en dos semanas. Invitarían a todo el territorio y líderes de otras tierras, sería una celebración por todo lo alto, las preparaciones comenzaron aquél mismo día, invitando gente y manufacturando los regalos de gran calidad.
El esperado día llegó, tras días de felicidad por parte de los patriarcas, mientras que para los novios pasaron llenos de estrés. La madre de la joven llamó a la puerta para ver a su hija antes que nadie, pues su niñita se convertiría en alguien importante, en una duquesa, en alguien mayor que su hermano. Thea iba vestida de blanco, se veía más hermosa que nunca. El velo le caía por los hombros, fusionándose con el color con la homogénea pieza blanca que era el vestido, las largas mangas colgaban y caían juntándose con la falda. Estaba nerviosa, feliz, sonreía ocultando las lágrimas de emoción, pero por dentro estaba llena de pánico. Las palabras de Edward el primer día fueron aterradoras, la muchacha quería ser positiva, aunque todo aquello apenas la había dejado dormir.
- Eres un honor para los Quint, hija. –sollozó de alegría la mujer. –Siempre tuve fe en ti, solo me hacía la ruda contigo para que espabilaras, y ahora, mírate, serás la esposa perfecta.
- Gracias, madre. Estoy agradecida por todo el apoyo, y aunque me siento abrumada por las emociones, sé que este es el paso más importante de mi vida, y es gracias a ti, y todas las enseñanzas que me has aportado.
En su interior, Thea odiaba mentir de aquella manera, no quería estar allí, le parecía una locura, seguramente todo iría bien, tenía que ser así, ¿verdad? Una joven como ella no debería sufrir un destino trágico, aquello solo sucedía a los pobres, ¿cierto? Almenos eso intentaba convencerse a si misma continuamente.
- Toma, te he traído este ramo para que lo lleves hasta al altar, es idéntico al mío cuando me casé con tu padre, y creí que te gustaría tanto como a mí.
- Madre, ¡es hermoso! Cuántas rosas más lindas... ¡me encanta!
Finalmente, dejó escapar unas cuantas lágrimas, justo cuando la criada avisó de que tenían que acudir a la ceremonia sin más preámbulos.
Los invitados estaban ya sentados en los bancos, el templo estaba lleno, todos en silencio o hablando en voz baja. Edward esperaba delante del altar mientras la melodía del órgano comenzó a sonar. Thea comenzó a caminar por el pasillo entre familiares y desconocidos, podía escuchar como alagaban su vestimenta mientras que otros nobles la veían demasiado simple. Respiró hondo, subió los tres escalones, dando la mano al novio, que le apartó el velo con ternura. No había marcha atrás, por suerte o desgracia.
Tras las oraciones indicadas, las promesas, y las últimas palabras del sacerdote, la pareja se acercó para finalizar el ritual con un beso, cálido y emotivo. Los espectadores aplaudieron alegremente mientras los recién casados los observaban sonrientes.
- ¿Has oído esto? –Thea se alertó con el sonido de una trompeta lejana, procedente de una de las torres de vigilancia.
Edward empalideció, los invitados quedaron petrificados. De nuevo, el sonido de alerta llamó la atención. Paralizados, todos los allí presente esperaron a que uno de los guardias entrara por la puerta de la catedral para avisar de que, efectivamente, estaban bajo ataque.
- Son... ¿Son los Turner? –la joven se agarró con fuerza a su esposo esperando respuesta.
- Eso me temo. –su voz preocupada congeló a Thea. -¡Preparad las armas! –ordenó con angustia en su voz.
Aquello no podía estar pasando, no a la joven, no aquél día precisamente... El mundo se les cayó encima. Edward abrazó a la chica, ambos temblaban. Les entraron ganas de llorar mientras veían cómo los demás nobles huían, incluso los Quint, para no ser víctimas de los Condes de Sangre. El joven le agarró las manos, congeladas, besándola de nuevo, esta vez en la frente. Juró protegerla hasta el final, pero en aquellos momentos tenía que esconderse con los demás habitantes del palacio. Juró, ante el altar, que saldría victorioso y volvería para construir un futuro y una familia con ella, que, llorando, solo podía suplicarle que no fuera, que era demasiado peligroso. Por el poco tiempo que hacía que se conocían, ambos se habían atraído y enamorado, ahora estaban casados, y el enemigo podía romper el hermoso destino que se les había preparado a la pareja.
Sin perder más el tiempo, las criadas empujaron a Thea hacia los pasillos más recónditos del castillo. El hermoso ramo de rosas blancas cayó al suelo de la catedral, dejando por unos instantes a Edward observándolo en soledad y un silencio continuamente quebrantado por los soldados corriendo armados de un lugar a otro. Esta vez sin abrir la boca, juró que no se dejaría vencer.
- Señora, ¿se encuentra bien? Aquí está a salvo, tranquila. –una de las esclavas le acariciaba el pelo mientras la joven se apartaba de entre los pobres.
- No me toquéis, me da igual que estemos encerrados aquí todos, yo no me junto con las ratas.
Los criados se miraron entre ellos sorprendidos, nadie nunca los había tratado de aquella forma, era algo que ella desconocía, los Loef agradecían siempre el trabajo de los menos afortunados, y por eso todos los conocían por ser el mejor ducado del reino. Pero a Thea no la habían educado de esta manera, sus ideas eran demasiado distintas.
Entre los refugiados, unos cuarenta más o menos, se encontraban jóvenes y ancianos, mujeres, hombres, criaturas que no llegaban siquiera a los diez años, y todos compartían sin excepción el sentimiento de terror. Solo una tenue luz entraba al lugar, una pequeña ventana circular iluminaba escasamente el refugio. El cristal que protegía del exterior parecía poco fiable, a pesar de que en un pasado ya había soportado temporales y otras guerras. La sala tenía un tamaño considerable, estaba bajo tierra, colindando con la prisión del castillo, aunque las tres mayores entradas estaban camufladas en distintas partes clave del edificio principal, mientras que la cuarta era una pequeña puerta de madera vieja que nadie tocaba. La chica se preguntó dónde la llevaría en caso de intentar escapar. Su mente creaba cientos de escenarios ficticios, siendo en algunos de ellos una guerrera más, en otros escapando lejos de allí para empezar una nueva vida, o sino muriendo en el intento, si no era asesinada por cualquiera de aquellos seres indeseables que no dejaban de observarla. De nuevo, la puerta del norte se abrió para dejar entrar un par de varones con pan y jarras de agua que dejaron en una mesa cercana.
Una mujer pelirroja de unos 25 años tomó el liderazgo en aquél momento, ordenando que trajeran más reservas de alimento y agua de inmediato, aconsejando que el uso de antorchas y velas fuera el menor posible, siempre gastando el menor número posible de recursos posible. Subió encima de la misma mesa en la que dejaron el pan aquellos jóvenes para que la vieran y escucharan mejor. Sus ojos eran extrañamente hermosos, por alguna razón desconocida tenían tonalidad violeta, sin que aquello la hubiera amenazado en ser perseguida por hereje, como cualquier otra persona hubiera sido en caso de tener diferencias tan impactantes. Su vestimenta no era la normal de una dama, todo lo contrario, parecería un esclavo varón más si no fuera por sus distintivas curvas femeninas.
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Círculo de Cristal
RomanceThea Quint proviene de una familia de marqueses, su destino era inicialmente pasar el resto de vida en un convento, sin embargo la repentina muerte de la prometida del duque de Loef la convierte en la candidata perfecta para casarse con el joven Edw...