4. N E T

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Le dedico el capítulo a tenko4264 porque me hizo reír jaja

「❀」

Cada inicio de semana se dejaba entrar al buen hombre que se encargaba de llevar las provisiones en su enorme carreta llena de las primeras cosechas del pueblo. Los sirvientes inspeccionaban bien lo que tomarían para el palacio y regresaban lo que estaba en mal estado o que no era necesario por ese momento.

Un pequeño cuerpecito se escabulló por la cocina, gateando cerca de los enormes faldones de las sirvientas que cubrían momentáneamente su presencia. Saltó en un minuto de suerte a la carretilla, escondiéndose entre los pesados sacos de provisiones devueltos y se hizo un ovillo para pasar desapercibido; su pequeña estatura ayudaba muchísimo.

Las cascos de los caballos repiquetearon contra el suelo. Reconoció el sonido de los golpes contra la tierra, contra las piedras y madera.

Suspiró de alivio cuando escuchó el rechinar de las enormes puertas de la muralla.

Por fin estaba fuera.

Se sentó en una posición más cómoda, estirando sus piernas adoloridas por la incómoda posición a la tuvo que someterse.

Se aseguró de esperar el tiempo necesario para alejarse lo suficiente del palacio. Acomodó su sombrero que ocultaba su indistinguible cabello rubio y con altanería bajó de un salto de la carretilla en movimiento. Se pavoneó; seguro de que nadie lo reconocería, a la vista de los mercaderes y pueblerinos que se encontraban en aquella plazuela.

Oh, era un niño muy listo. El más listo de todo Joseon.

¿Quién pensaría que el mismísimo príncipe andaría sin protección por el pueblo y usando la vestimenta de un plebeyo?

Nadie. Porque sus planes estaban fríamente calculados.

Su padre lo había orillado a regalarle dos de sus juguetes al hijo de una sirvienta a cambio de sus prendas. Era culpa de ese viejo molesto que la curiosidad por el mundo exterior creciera día con día en su interior a una velocidad inimaginable.

Tenía meses sin ver a su madre, no podía jugar con sus hermanas ni con los hijos de los sirvientes o perder el tiempo explorando su palacio más allá de los pabellones porque tenía que gastarse el día estudiando y preparándose para ser un buen príncipe, pronto un excelente emperador.

Él no quería ser un príncipe. Y a veces pensaba que su padre tampoco deseaba que lo fuera.

El emperador hacía que el general lo entrenara hasta que sintiera como si se le fueran a desprender las extremidades. Todos los días era entrenado hasta la muerte, golpeado y burlado por su poca resistencia, los soldados decían que la niña que cargaba las cubetas de agua desde el arroyo hasta el palacio podría vencerlo en una pelea porque, aún si sentía sus brazos arder y sus piernas entumirse, no lograba ser lo suficiente fuerte.

Su cuerpo siempre estaba lleno de moretes a causa de los entrenamientos, sus manos siempre sangraban después de ocupar las bokken por horas.

Y su padre... siempre lo miraba decepcionado cuando descubría una nueva marca en su cuerpo, símbolo de su debilidad.

El único lugar seguro que tenía era la biblioteca. Detestaba estudiar y pasar una eternidad tratando de mejorar su escritura, sobre todo por sus manos magulladas que la mayor parte del tiempo tenían vendajes. Lo único que disfrutaba era leer, pero no los aburridos pergaminos que hablaban de historia y política, sino lo divertido, las historias fantásticas traídas por los comerciantes.

Aunque no terminaba de entender los caracteres extraños que plagaban las hojas amarillentas, adoraba ver los dibujos y crear sus propias historias llenas de aventuras.

El doncel del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora