Precapítulo

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Los ojos de Nadila, pardos, profundos, sensuales, flameantes, intensos y serenos, clavados en los ojos de Édgar; perdidos, desconectados. Ella caminó dos pasos, y sus cuerpos estaban a un suspiro de distancia. Las manos de ella envolvieron su rostro, acariciándolo con un amor que a él lo hacían tocar el cielo. Por ese pequeño instante, el mundo alrededor de ellos desapareció, sólo quedaban sus cuerpos, sus miradas, y un cosquilleo en el estómago.

- Está bien si no comprendes - le dijo Nadila - Para eso me tienes, nadie te cuidará como yo, te daré mi fuerza y mi espada para que te levantes, yo recibiré los golpes contigo, yo soy tu ángel guardián -

- Dime, Nadila. ¿desde hace cuánto me conoces? -

- Desde el día en que te vi nacer; te cuidé desde ese momento, y lo haré hasta mi último aliento -

- ¿por qué me cuidas? -

- ¿no es obvio? -

- Siento una conexión fuerte hacia tí desde que te vi ese día en la planta... ¿por qué te me revelaste ahora -

- Porque no me dejaban hacerlo antes. Pero cuando ese demonio quiso poseerte la mente, no me pude aguantar y tomé la decisión de aparecer en tu vida. -

Nadila abrazó la nuca de Édgar, y sus frentes se encontraron, y él apoyó suavemente las manos en las mejillas de ella. Sus manos recorrían su cara y sus dedos se perdían entre la cabellera azabache de ella, como tratando de sentirla lo más que podía. Ella movió la cabeza y sus labios estuvieron a tal distancia que si el viento soplaba en la dirección correcta, se hubieran besado.

- Debo irme - le dijo Nadila, Édgar sólo podía asentir - Los dioses te esperan -

- Lo entiendo - asintió Fitz -

- Édgar yo... -

- Ya es hora, Nadila- le interrumpió Gabriel - Ella ya está aquí -

Las Divinas Alas del GuerreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora