Capítulo II

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Estaba Édgar en el lobby junto con Nabila y un par de otros empleados esperando a que los 12 funcionarios estén todos reunidos para poder subir al bus camino a la refinería. La gente seguía hablando de lo que había ocurrido hace unos momentos en el restaurante, todos hablaban de dos cosas que Édgar no pudo notar debido a que se encontraba aún en estado de shock: lo primero que todos decían era "¿viste la fuerza que tiene esa mujer? ¡Arrojó una silla de madera maciza como si de una de plástico se tratase!", y lo otro que todos comentaban es el par de apuestos mozos que habían entrado al restaurante minutos antes de que empiece la conmoción. Édgar se quedó pensando en ese último detalle ¿habría sido todo un ataque terrorista, y era Nabila el objetivo? De pronto, le cruzó por la mente el rostro fruncido y la mirada insoportable de aquel hombre con el que soñó justo antes de conocer a su nueva jefa, y mientras esa imagen cobraba fuerza, se le empezó a erizar la piel y una sensación de escalofríos invadió todo su cuerpo. Cuando ya estaba sintiéndose tan incómodo que empezaban a sudarle las axilas, sintió una mano suave y cálida que le acariciaba la cabeza, la imagen demoníaca y el escalofrío desaparecieron, miró Édgar hacia atrás para ver quien le tocó y no era más que la misma Nabila, que le daba palmaditas en la cabeza como si de una mascota suya se trataba. "Ahí viene el bus, ya nos vamos ¡Es tardísimo!"  dijo casi como si estuviese arreando a los empleados.

Al salir del hotel, Édgar se encontró con la típica turba de gente quemando banderas estadounidenses, arengándose los unos a los otros a fuerzas de citas del Corán, o con la más que conocida frase: "allahu akbar , almawt li'amrika , almawt li'iisrayiyl , allaenat ealaa alyhwd , alnasr lil'iislam", frase que todos sin entender nada de árabe sabían lo que significa: Dios es grande, Muerte a América, Muerte a Israel, una Maldición Sobre los Judíos, la Victoria para el Islam. Édgar ya conocía prácticamente a todos y cada uno de los que a diario acudían a las manifestaciones, y a más de uno vio en esos vídeos virales de tiroteos en medio del desierto, y, por fuentes más o menos confiables, sabía que ninguno de esos era sirio de nacimiento. Eran casi todos iraníes militantes de Hezbolá .

Subió Édgar al bus casi sin prestar atención al bullicio antiamericanista, cuando, sino poder evitarlo, notó que un individuo se había separado de la turba, y seguía el lento movimiento del bus dentro de la zona de estacionamiento. Édgar casi grita; era el mismo hombre que había visto en su sueño, entonces recordó que no fue un sueño, él de verdad se encontró con aquel hombre en su oficina. El bus salió a la calle y empezó a acelerar, pero ese hombre aún estaba allí ¡Siguiendo el bus a 50 Km/H! "¿Qué demonios está pasando?" se dijo para sí mismo Édgar. De pronto, aquel hombre que corría a un velocidad sobrehumana ahora poseía un par de alas de dimensiones impresionantes y tan blancas como la leche. Inmediatamente, el brillo del día desapareció, quedando solo las luces de la cabina del bus con un intermitente destello rojo inquietante. Una fetidez invadió el aire, junto con un olor a azufre que quemaba la nariz y una humareda que hacía que los ojos ardan. Las luces del bus se encendieron todas súbitamente al mismo tiempo, exponiendo una aterradora escena: allí estaba aquel hombre alado, al rededor suyo los empleados estaban todos metamorfoseados en criaturas de formas asquerosas e indescriptibles. "Te advertí, hombre, que debías seguirme - dijo aquel ser alado - ¡ahora estás en las manos equivocadas y eres mi enemigo!". 

Las luces volvieron a apagarse, y el destello rojo ahora provenía del aura de aquella criatura demoníaca, iluminando también a quienes en algún momento fueron sus compañeros de trabajo. Raudamente y casi sin mover los pies se le aproximó, pero en cuanto estuvo al alcance de sus garras una silueta gigantesca salió desde detrás de Édgar a la vez que oía un sonido áspero, como un gruñido grueso y de baja frecuencia. La poca luz dejaba entrever qué era la silueta cuadrúpeda: era una leona. Con su gigantescas patas fue tirando al suelo a todos los demonios amorfos mientras les arrancaba pedazos de sus cuerpos hasta que solo quedaba el ser alado de pié. Entonces, ya entendiendo Édgar que estaba alucinando, sin sorprenderse vio como la leona iba adquiriendo cada vez más molde antropomórfico, sus patas traseras se alargaron y enderezaron, sus hombros se ampliaban, y el hocico pasó a tomar la forma de unos labios preciosos y una nariz perfecta, solo quedaron los ojos pardos, y por encima de la ahora redondeada cabeza se alargaba la cabellera sensual de Nadila. Tenía lo que parecía una espada en su mano derecha, y su cuerpo parecía estar cubierto de metal, o algo así. Édgar a penas notaba que se trataba de Nadila, parecía haber salido de alguna batalla medieval.

- Nadila, hija de los dioses ¿cuánto tiempo ha pasado, querida amiga? - salía una voz de ultratumba de los labios del demonio alado - 

- Soy todo menos tu amiga, Parzlo - respondió Nadila con una voz menos que suave - Decide si quieres morir aquí o recular en este mismo instante -

- No estás en posición de pedirme que me vaya, eres tú la que debe dejarme matarlo - Édgar se heló aún más en ese momento - Yo soy un satán, y estoy por encima de tu minúsculo poder, pequeño angelito -

- Te equivocas al llamarme "angelito" - dicho esto, Nadila volvió a ser una leona gigantesca y saltó hacia Parzlo, pero este la rechazó de una certera patada -

Las piernas del satán se engrosaron al igual que sus brazos, su ropa fue cambiando de color a un anaranjado, al igual que sus cabellos, que iban desapareciendo a la vez que su espalda y pecho se acortaban y ensanchaban, una frondosa y negra melena le apareció en el cuello y parte de la cara, la cual estaba ensanchada hasta formar el hocico terrible de un león gigantesco. Se enfrascaron así en una tremenda batalla, los sonidos aterradores que emitían hicieron que Édgar se ponga a gritar desesperadamente, como si así pudiera hacer algo con respecto a la situación. De pronto, todo se oscureció.

Édgar despertó en el asiento del bus, sintiendo que tenía espuma al rededor de la boca, con la cabeza dándole vueltas, y lo primero que tuvo frente suyo fue el rostro de Nadila, quien le acariciaba suavemente el cabello, al tiempo que los empleados se le quedaban mirando con expresión de preocupación, murmurando cosas que él no podía entender. Se volvió a desmayar.

Las Divinas Alas del GuerreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora