Infierno en Budapest

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  • Dedicado a Juan Facundo Quiroga
                                    

Hungría, 1944

-          -¡Alto! – oyó gritar Yesuah por detrás a los soldados que lo iban persiguiendo.

Corría por las oscuras calles de Budapest, desesperado porque no lo cogieran. Sus botas y las de los soldados alemanes repicaban sobre el suelo. Respiraba forzosamente, debía llevar más de media hora corriendo sin parar, yendo sin rumbo fijo para despistarlos.

No era la primera que salía a la calle después del toque de queda, pero fue la primera vez que lo pillaron. Y lo único que pudo hacer, fue echar a correr.

Los gritos llamándolo para que parara fueron aumentando. Los ladridos de los perros cada vez eran más rabiosos. Estaba cansado, pero no iba a parar. Tenía que llegar a casa, allí había gente esperándolo.

Acabó de dar la vuelta a la manzana y al fin vio su salida. Se acercó corriendo a la alcantarilla, y con todas sus fuerzas levantó la tapa y se adentró de un salto. Sus botas salpicaron las aguas fecales, pero no se detuvo a asquearse, ni a volver a colocar la tapa en su sitio, sino que empezó a correr de nuevo entre aquella oscuridad. No sabía lo que pisaba, ni le importaba lo que olía. Al oír como los alemanes empezaban a descender por el agujero, lo único que le importaba era salir de allí. Por suerte, sabía el camino. No era la primera vez que iba por aquellas galerías subterráneas y sabía guiarse en aquella oscuridad. Sonrió al oír las quejas de asco de los alemanes, que seguramente se habían encontrado con algo desagradable o habían pisado algo asqueroso.

Por suerte, las voces de los soldados fueron alejándose hasta que al final todo se quedó en un silencio interrumpido por sus pasos y el salpicar de las aguas. Había escapado, pero no dejó de correr. Pasaron quince minutos más cuando al fin divisó las escaleras de la salida que debía tomar. Ascendió por ellas y alzó la tapa para salir. Respiró aquel aire puro sin aromas y cerró la alcantarilla. Se encontraba ya a salvo, en su barrio. Un barrio donde se alojaban casi todos los judíos de la ciudad de Budapest. Sí, él era un judío, toda su familia lo había sido y llevaba la misma estrella amarilla seis puntas cosida en sus ropas, como todos. Había nacido en Israel, en Jerusalén para ser exactos, y lo llevaron muy pequeño a vivir a aquella ciudad. Y él nunca se había sentido más orgulloso de pertenecer a la religión a la que pertenecía, sobre estar pasando por aquel infierno que estaba pasando.

Las luces de las calles estaban apagadas, las ventanas estaban cerradas a cal y canto, no se oía ningún sonido. Más tranquilo, empezó a caminar hacia su casa.

Dorit repartía la cena a sus dos padres, cuando oyó que su hermano entraba por la puerta. Sus dos hijos, saltaron de alegría y fueron corriendo a engancharse el cuello de su tío. Yesuah los abrazó con fuerza. Temió no volver a verlos nunca más. Dorit dejó caer los platos sobre la mesa, casi derramando su contenido y se fue corriendo a abrazar a su hermano.

-     -     ¡Yesuah, por el amor de Dios! – le regañó mientras lo rodeaba con los brazos-. ¡¿Por qué has tardado tanto?!

Su hermano se quitó su boina y la chaqueta, y las depositó sobre el perchero. Se le notaba muy cansado.

-         - He tenido problemas, Dorit – empezó a explicarle-. Me equivoqué de alcantarilla y salí delante de unos soldados – le entregó una serie de guías y de papeles-. No he podido entregar todos los visados. Mañana volveré a intentarlo.

Dorit desdobló los documentos y leyó el nombre de las personas a quienes iban dirigidas aquellas guías. Su hermano estaba metido en un especie de grupo rebelde, que combatía con los soldados alemanes, no con violencia, sino salvando a gente. Repartía visados de trabajo y de nacionalidad a diversos judíos que estaban escondidos, ya que si salían a la calle los cogerían. Era un trabajo digno de admirar, pero era muy peligroso. Salía después de los toques de queda y se exponía a situaciones como la que había vivido hoy.

Más allá de lo que eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora