La llegada

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Después de tres días de viaje al fin Dana llegó a su nueva casa. Desde el coche pudo ver que no era tan grande que su casa de Berlín. Se encontraba en el campo, cerca del pueblo y de una pequeña comunidad de vecinos. Había una pequeña avenida de chopos a la entrada y al final, se alzaba aquella casa, con un pequeño jardín delantero y un porche donde sentarse. Era de dos plantas, no de tres como su antigua casa, pero era amplia. Tan solo faltaba verla por dentro.

Bajó del coche y se quedó parada justo en frente de los escalones del porche, intentado ver lo que había dentro. Cuando de repente, un hombre vestido de uniforme le tapó la visión. Dana se quedó mirándolo con el ceño fruncido. El soldado le hizo una sonrisa arrogante y de inmediato se acercó a saludarla.

-          Bienvenida, señorita. Soy el teniente Rolf Kramer.

Le tendió la mano a la joven para estrechársela. Ella, con una sonrisa tímida le devolvió el gesto. No le dio mucha confianza. Era un típico de aquellos soldados, rubio, de ojos azules, fornido, arrogante… Su mirada fría y llena de odio. Dana esperó no tener mucha relación con él.

El teniente Kramer, después de saludar a la hija, pasó directamente a saludar al comandante. Alzó su mano derecha, haciendo su saludo militar y luego se presentó a su superior. El padre de Dana, parecía estar encantado con aquel joven soldado, al igual que su madre. Intercambiaron una pequeña conversación y de inmediato, el teniente, intentando ser amable, los dejó pasar primero para entrar en su nueva casa. Dana esperó a que estuvieran todos dentro para entrar ella. No había mucha luz en aquella casa y casi todo estaba decorado modestamente. Las paredes estaban pintadas de un amarillo claro y había al lado una amplia escalera de mármol gris, para subir al piso superior. No estaba mal para vivir tan solo una pequeña temporada.

Los sirvientes, entre ellos Mandy, salieron al exterior, para recoger el equipaje de sus señores. La madre de Dana empezó a pasear por toda la casa. Ella quiso ir tras ella, pero la conversación que tenía su padre con el teniente Kramer la hizo parar en seco en el marco de la puerta del salón para escucharlos.

-          ¿Está bastante lejos de la casa?- preguntó el comandante.

-          No está muy lejos, pero está bastante oculto y desde las casas es imposible verlo. A quince minutos en coche más o menos debe estar. 

-          Bien. No me gustaría involucrar a mi esposa y a mi hija en esto.

-          No se preocupe, señor. Ni la gente del pueblo sabe que aquí hay un campo de concentración. Creen que es un campo militar de pruebas.

Ambos empezaron a reír y Dana soltó un suspiro de impotencia. No podía creerse que fuera hija de un hombre así.

-          ¿Está el servicio completo? – siguió preguntando el comandante-. ¿No falta nadie?

-          Nos falta un conserje, para el tema del jardín y todo ello. No hemos podido encontrar uno de confianza. Además, he pensado que puede ahorrarse usted ese sueldo.

-          ¿Cómo? – preguntó con curiosidad.

-          ¿Qué le parece si contrata a unos de los prisioneros del campo? No tendría que pagarle nada y estaría absolutamente sumiso a usted, sin quejarse nunca y dispuesto a hacer lo que sea. 

-          ¿Un prisionero? No sé si será buena idea.

-          Hoy nos llega un nuevo tren lleno de judíos. Venga a ver las instalaciones y cuando lleguen, escoja usted a uno con buena presencia y que esté sano.

Más allá de lo que eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora