El nuevo sirviente

499 23 17
                                    

Cuando abrió los ojos, se encontró tirado en el suelo, muerto de frío. Tardó unos minutos en asimilar donde se encontraba, cuando miles imágenes de soldados, trenes y gente con uniformes a rayas se le vinieron a la cabeza… y ya supo dónde estaba. Miró a la ventana y vio que los primeros rayos de sol empezaban a asomarse, así que tuvo que levantarse. Le dolía todo el cuerpo tras el frio y la postura con la que había dormido aquella noche. También le dolía la cabeza, después de tanto llorar. Pero no podía parar a quejarse, tenía que ponerse a trabajar si no quería llevarse una reprimenda de aquel teniente que tan poco le gustaba.

Rebuscó entre su maleta y se cambió la ropa. No tenía ni idea si le iban a dar un uniforme o algo así, pero intentó arreglarse para tener una buena presencia ante los señores. Se echó su abrigo por encima, ya que al exterior hacia mucho frio y se encaminó por el caminito hacia la casa. Llegó a la puerta y se asomó por el cristal para ver si había alguien, pero todo estaba muy oscuro en aquella casa. Por suerte, la puerta no estaba cerrada con llave y pudo entrar al interior, agradeciendo aquel calor que desprendía aquella cocina. Cuando se dio la vuelta, se llevó un gran susto al ver a dos sirvientas, ambas con camisón de pijama, una sentada, mirándolo con la boca abierta, mientras la otra se había quedado de plantón paralizada, con la tetera en la mano.

-          Oh, perdonen. Buenos días – las saludó, intentado ser amable.

-          Bue… buenos días – saludó la sirvienta que estaba levantada, mientras que la otra seguía mirándolo con la boca abierta.

Se quedaron en silencio, en un silencio incomodo que pronto se interrumpió por una nueva presencia en la cocina. Era el ama de llaves, una mujer mayor, robusta, con bigote y cara de mal genio, que cuando entró lo primero que hizo fue regañar a las doncellas por no dejar de mirar al judío de aquella forma.

-          Desvergonzadas, yendo en camisón y con los hombres despertándose y paseándose por la casa. ¡Id enseguida a vestiros!

De un salto, ambas doncellas se levantaron, con las mejillas más rojas que un tomate de la vergüenza que llevaban encima y se fueron directamente a sus habitaciones a vestirse.

-          ¡Tú, judío! – ahora el regañón iba para Yesuah-. Siéntate a desayunar que ahora te diré lo que tienes que hacer.

Yesuah, muerto de miedo con aquella señora, se sentó en la mesa y con mala gana, la dama de llaves le sirvió un café y le dio un boyo solamente, pero él lo agradeció con toda el alma después de tantos días sin comer. Mientras Yesuah le daba el último sorbo al café, el ama se le acercó con una bata, como la de los médicos, pero de color gris y se la tendió, dejándolo sin saber qué hacer con ella.

-          Póntela, este será tu nuevo uniforme. ¿Has terminado ya de desayunar?

-          Sí, señora.

-          Bien, pues levántate y ahora te diré lo que tienes que hacer.

Se levantó de un salto al ver que el ama tiraba de la silla y pasó a colocarse la bata, dejándose un botón de abajo desabrochado y dos de arriba.

-          Sal fuera, al patio, al lado de la cabaña donde duermes hay un montón de madera. Trae un poco y ponte a encender las chimeneas antes de que el comandante se despierte.

Y sin decírselo dos veces, salió corriendo al exterior, sin importarle el frio y se acercó al montón de madera, donde cogió varios troncos. Cuando los tenía todos, volvió corriendo al interior, donde vio que las sirvientas de antes ya estaban vestidas y empezaban a preparar el desayuno para los señores junto el ama. Yesuah se quedó parado en la puerta, sin saber qué hacer.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 24, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Más allá de lo que eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora