Mirando la misma luna

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Aquella misma noche en que La Resistencia hizo una de sus reuniones, los alemanes interrumpieron en el recinto y terminaron por matarlos a todos. Yesuah no se enteró de la muerte de su amigo hasta dos días más tarde. Y se dio cuenta, de que de haber acudido a aquella reunión como le pidió Eitan, ahora mismo sería un de aquellos cadáveres que se encontraron unos obreros en un almacén abandonado. Únicamente hubo un superviviente al que cogieron y torturaron para que confesara todo. La Resistencia había caído. Yesuah y otros cinco más eran los únicos que quedaban. Los judíos de Budapest se habían quedado sin protección.

Los actos de La Resistencia los pagaron los otros. De inmediato los nazis empezaron a deportar más gente. De nada servían los visados de trabajo. Los soldados los rompían, los lanzaban al suelo y los escupían, sin llegar a leerlos. De nada sirvió que Yesuah y sus compañeros arriesgaran sus vidas por salvar a aquellas personas.

El día en que llegaron los soldados a su casa, se encontraba en el comedor, jugando con sus sobrinos en el suelo. Dorit y su madre cosían sentadas en la mesa, mientras el padre leía un libro sentado en el sofá. Aquella tranquilidad fue interrumpida al oír como unos camiones se acercaban por la calle. Todos se alertaron y Yesuah se levantó de inmediato a asomarse por la ventana. Lo que vio, lo dejó más pálido que un muerto.

-          Los soldados – alertó a su familia-. Están entrando en todas las casas.

Se apartó de inmediato de la ventana y se fue corriendo su habitación. Dorit lo siguió, mientras sus hijos se enganchaban al cuello de su abuela, llenos de miedo.

Yesuah revolvió su habitación, buscando todos los visados que había utilizado en La Resistencia. Cuando los encontró en su cajón de la mesita, se los entregó a su hermana y ésta se fue corriendo a la cocina para quemarlos y así los soldados no los verían. Mientras su hermano rebuscaba por si había alguno más, Dorit metió los documentos dentro de un cazo y puso el fuego al máximo. Los papeles fueron consumiéndose poco a poco, quedando solo cenizas que luego lanzo al fregadero y desaparecieron con el agua por aquella cañería. No tuvo tiempo de abrir la ventana para que saliera el humo, porque de inmediato llamaron a la puerta con grandes portazos que casi la derribaron.

Todos acudieron a la entrada y se quedaron mirando la puerta sin saber qué hacer, mientras los soldados seguían gritando y llamando para que abrieran. Fue Yesuah quien se atrevió a dar el paso.

-          Recordad todos lo que os he explicado que hay que hacer. Si cumplís con ello, no tienen por qué haceros daño.

Todos asintieron con la cabeza. Yesuah había aprendido muy bien el comportamiento de los nazis y siempre alertaba a su familia de lo que debía hacer en caso de que los cogieran. No debían hablar si no les preguntaban, no debían mirarlos a los ojos, no debían resistirse, no podían hablar con otra gente y debían mantener los nervios todo lo posible, y eso sí, actuar muy rápido.

Yesuah abrió la puerta y cuatro soldados entraron bruscamente, apartándolo de un zarpazo. Empezaron a registrar la casa sin prestar atención a las personas. Dorit vio que su hija iba a echarse a llorar y la cogió en brazos para calmarla y hacerla callar, porque los llantos de los niños, era algo que ponían muy nerviosos a los soldados.

Cuando dejaron de registrar la casa, dos de ellos salieron, mientras uno se acercó a la familia y empezó a hablarles en un húngaro mal hablado:

-          Tienen media hora para recoger todas sus pertinencias. Solo 30 kilos.

¿30 kilos? ¿Qué podían llevar de 30 kilos? ¿Qué pesaba 30 kilos? Todos empezaron a repartirse el trabajo de empaquetar. Yesuah bajó las maletas de los armarios y después de coger algo de ropa para él, pasó a empaquetar sabanas, mantas y otros objetos útiles junto a su padre. Dorit pasó a averiguarse su ropa y la de sus dos hijos, mientras su madre cogía su ropa y la de su marido. Dijeron media hora, pero no fue así. Al poco rato aparecieron dos de los soldados y empezaron a gritarles para que salieran. Su madre aún seguía insistiendo en poner más cosas en las maletas, sobre estar los soldados amenazándolos, así que Yesuah la apartó de un zarpazo y cerró las maletas bruscamente. Dorit se llevó a su madre del brazo hacia fuera, mientras su hermano cargaba con las maletas. Cogieron sus abrigos y sus sombreros y abandonaron aquella casa, con más de la mitad de sus recuerdos todavía allí dentro.

Más allá de lo que eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora