Capítulo 1: Escribir nuestro destino

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Recostada en su cama. Adormilada, frente a la computadora. Así es como se describiría usualmente a Annabeth Kendrick.

Sin preocupaciones, en su habitación el silencio tan melódico tranquilizaba de alguna manera a la muchacha.

Aquella muchacha tan única, tan extraordinaria, con un comportamiento que ningún otro estudiante de la escuela preparatoria Malcolm Bay había sido capaz de tener.

Prefería mil veces quedarse en casa, tranquila, en lugar de salir a fiestas nocturnas, como el resto de sus compañeras de clase. Con un promedio impecable, con una actitud positiva y risueña, y con su insoportable carisma, Annabeth Kendrick era prácticamente la chica ideal, a la que alumnos y alumnas, seguían.

Sin embargo, a pesar de su popularidad, Anna era una chica bastante solitaria. Prefería guardar sus emociones, sus secretos e ilusiones, sólo para ella misma. Prefería compartir sus sueños consigo misma, sabía que de este modo, no podría salir lastimada.

Cierra la ventana de la página web que estaba visitando en ese momento, está algo cansada de las redes sociales. Todo en aquella zona suburbana de Nueva York es prácticamente lo mismo. Anna aspiraba a más, mucho más.

Escribe silenciosamente en el buscador de internet "Institución de modelaje en Estados Unidos", y con nerviosismo, oprime el Enter.

Así es. Annabeth Kendrick, la preciosa chica ejemplar de Staten Island, deseaba ser una modelo. Esto le avergonzaba un poco, pues el modelaje nunca había sido considerado como una carrera seria en su familia, pero Anna sabía bien lo que quería, y que le iría de maravilla en el mundo de las pasarelas, pues su belleza y simpatía no pasarían desapercibidos.

Varios resultados aparecen en su pantalla, y sin más, la chica da click en el link que le parece más favorable. Éste la llevan a la página oficial de una escuela en Los Ángeles.

Unos minutos después de leer acerca del lugar, la chica sonríe. Ha encontrado el sitio ideal. Con certeza añade el enlace al Marcador de favoritos y gira su cabeza hacia el reloj digital que está encima de la cómoda. Apenas son las 19:59 pm, y Anna está cada vez más cerca de cumplir su sueño.

***

Con cautela llega a su casillero. Se ha despertado a las 5:00 am, pues casi no ha pegado ojo en toda la noche. Habían sido las nueve horas más largas y emocionantes de su corta vida. Sin duda su futuro estaba en juego.

Los pasillos estaban casi desiertos, apenas eran las 6:50 y las clases no empezarían hasta las 7:30. Eso significaba que tenía cuarenta minutos de ventaja para ir a la secretaría y solicitar lo que requería, antes de que alguna de sus amigas llegara y averiguara todo lo que se trae entre manos.

Se dirigió hacia allí y se encontró con una puerta con candado. La oficina no abriría hasta las 7:00.

Diablos, ¿cómo no pensó en eso? Cada minuto había la posibilidad de que un estudiante llegara y se diera cuenta de que se va, posiblemente para siempre.

Y estaba en lo cierto. Pues mientras Anna esperaba a que llegaran las señoritas secretarias, una chica que había visto muchas veces antes, más con la que jamás había hablado, se paró justo frente a ella.

Con el cabello completamente negro, y con un flequillo rebelde que cubría toda su frente, la chica se sentó en la banca junto a la pared de enfrente. Anna sabía muy bien quien era ella, quizás todos lo sabían, pero lo que más resaltaba acerca aquella muchacha, era que no tenía ni un amigo.

Su nombre era Emma Woods, y era técnicamente la chica más antosocial e ignorada de todo Malcolm Bay. Vestía siempre suéteres oscuros, pues los rumores comentaban que se autolesionaba, y las mangas largas cubrían las heridas. Esto intimidaba un poco a Annabeth, ya que ella no tenía ni idea de como lidiar con tal situación. Por eso es que jamás se acercó a ella para hablarle, aunque le pareciera muy interesante.

Unos minutos después del incómodo silencio, la asistente del director llegó y abrió la puerta de la secretaría, dejando a ambas chicas entrar. Aún así, Emma decidió quedarse allí afuera, hasta que la otra chica saliera.

Aunque ésta se moría de la intriga por saber la razón de por qué Emma requería ir a la oficina, entró al despacho. Tan poco sabía que esa muchacha intervendría en su vida más de lo que se podría imaginar.

Eternamente destrozadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora