Capítulo 2

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El chico seguía viendo de manera extraña a Sinomie. Y sentía que ella lo miraba como tratando de descifrar lo que pasaba por su mente.

—¿Cuál es tu nombre?

Él lo pensó. ¿Era bueno decirle el nombre a esa chica? ¿Si lo hacía ella tomaría ventaja? ¿Alguien puede tomar utilidad de un nombre? Se estaba volviendo paranoico.

—Everesto.

—E… ¿Everesto? —preguntó, no estaba segura de haber escuchado bien.

—Sí.

Sinomie reprimió una risa. Everesto se sintió un tanto ofendido, ¿se estaba burlando de su nombre? Si estuvieran concursando en nombres raros sin duda ella se llevaría el primer puesto.

—No me gusta —respondió con sinceridad—. Te llamaré Everst. Corto y más sencillo, aparte de que se escucha bien.

Silencio.

Sinomie golpeó el brazo del chico. —Tengo hambre. Tráeme un tazón de ensalada de frutas, si puedes más con yogur.

Everesto miró de un lado a otro, ¿debería de hacerle caso?

Vio como un tenedor levitaba y apuntaba peligrosamente su rostro, pero rápidamente cómo se elevó se cayó, de nuevo, a la mesa.

—¡Ya voy! ¡Ya voy! —exclamó Everesto, pasó su saliva sonoramente. No quería morir a manos de esa chica que ni siquiera sabía pronunciar su nombre. Pero, ¿ella se atrevería a lastimarlo? Ella misma aseguró que no, pero él no las tenía todas consigo.

• ────── ✾ ────── •

—¿En qué año estás? —preguntó Sinomie—. Estoy segura de que en mi clase no te he visto. Pero soy consiente de que no conozco a ninguno de mis compañeros así qué puede que sí estés en mi salón.

Everesto, o Everst como lo renombró la chica, miró a todos los estudiantes que estaban en el comedor. Como si con sólo hacer eso estuviera tratando de ignorar a la persona que tenía al frente.

—¡Oye, qué te estoy hablando! —exclamó.

—Quinto C.

—¿Quinto C? —repitió—. Entonces en mi clase no vas. ¿Qué te toca después?

¿Oyó bien? ¿Por qué esa chica quería saber qué curso le tocaba? Al menos la parte de su supervivencia le decía que tenía que responder a todas las interrogantes que la muchacha podría decirle en un futuro cercano o lejano.

—Historia —respondió a secas.

—¿Y a ti te gusta esa materia? A mí no. El profesor es un asco en hacer un solo tema. Se enreda en lo que quiere decir, o lo que pretende decir. La mayoria se duerme en su curso. —Tamboreó con sus dedos la mesa—. ¿Tu salón está al lado de la mía, no?

—¿Por qué?

—¿Dónde es tu sitio habitual?

—Cerca a la puerta.

Sinomie se levantó abruptamente y desapareció del comedor. Y al segundo sintió un golpe en su nuca.

—¿Dónde te has metido? —preguntó un chico, Bruno, amigo de Everesto— Te estuve buscando. Hace nada te vi conversando con esa chica…

—No es nada —lo interrumpió—. Es rara, ¿no?

—Rara, ¿en qué sentido?

En todos los sentidos, pensó.

El conocer a esa chica no lo vio venir. Jamás pensó conocer a una chica tan misteriosa. Imaginó que sólo por ese día único —al menos por esos minutos— estaría con ella. Sinomie misma lo dijo: lo tendrá vigilado para que no dijera nada.

Lo pensó mejor, después de todo si se lo dice a alguien ¿le creerían? Imagina que no, si se lo dijeran a él qué hay una chica que controla cosas no lo dudaría en decirle que está loco.

—¿Me estás oyendo?

Everesto miró a su amigo, para luego tratar de recordar qué le dijo, intentó en vano.

—Estás más raro de lo usual —sentenció Bruno.

Everesto se levantó para ir a traer algo para comer. Pero su visión se dirigió hasta la entrada del comedor. Era ella —y con ella ya sabemos a quién se refiere— haciendo señas extrañas. Algo le decía que trataba de decirle para que se acercara. Y así lo hizo. Para su sorpresa, Sinomie traía dos mochilas consigo. Reconoció una: era la de él.

—¿Por qué…? ¿Por qué trajiste mi mochila? —preguntó nervioso, quizás tal vez porque su pregunta sonó como acusación y temía lo que la chica pudiera decirle.

—Es que a mí después me toca con el profesor de matemática y no me gusta su curso y como a ti tampoco te gusta las clases de historia pensé que pudiéramos salir del colegio. —El silencio del chico le hizo dudar—. ¿O, no?

—No pienso faltar a clases —advirtió—. Y menos ahora que ya estamos a punto de terminar la secundaria. Ve tú si quieres.

Tomó su mochila y trató de apartar a Sinomie de su camino. Mas ella no se movió.

—La profesora de literatura… —murmuró.

Everesto también la vio, sí, era la profesora.

Sin poder articular ni una palabra sintió que alguien lo tomaba del brazo jalandolo hacia Dios sabe dónde.

Esa chica sí que tenía fuerza.

• ────── ✾ ────── •

Ambos se miraron cuando estuvieron frente a un muro. Específicamente frente a una pared baja atrás del colegio. La chica estaba loca si pretendía saltar por allí. Y estaba más loca si pensaba que él la iba a seguir.

—¡Vamos, qué sólo es un muro de dos metros!

Y lo dice cómo si nada… No es como si le tuviera miedo —en todo caso sería a la altura, no a ella—. Más bien era el perder un día de clases.

Pero ella se le adelantó: tomó la mochila del chico, que reposaba tranquilamente en la tierra, y la aventó hasta que traspasó al otro lado de la pared. Concluyendo: la aventó a la calle, a afueras del colegio.

Sinomie hizo lo mismo con su mochila.

—¿Vamos?

Everesto tenía tantas ganas de gritar. Desde, ¿quién se creía esa chica?, hasta… bueno, sólo eso quería gritarle.

Sinomie con gran agilidad se subió a una especie de escalera de ladrillos sentándose en la parte de arriba del muro.

—Tienes… falda —le recordó.

—Tengo short adentro —dijo.

Al segundo la chica ya había saltado hacia el otro lado y un grito de dolor se hizo presente.

Everesto asustado subió hacia los ladrillos y miró hacia abajo. Sinomie lo miraba con una sonrisa.

—Ahora, dame mi mochila —dijo, al constatar que estaba bien.

—¿Cuál mochila?

Iba a protestar, pero lo que la chica dijo tenía sentido. Junto a ella no había ni una mochila.

—¿Qué…?

—Te la daré —lo interrumpió— si me acompañas.

Everesto lo pensó. Y supo su propia respuesta al saltar hacia el otro lado junto a la chica.

Encuentro del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora