Capítulo 3

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Sinomie vio como Everst —nombre único para ella comparado con su verdadero nombre y que a partir de ese día lo llamaría así— saltó de la pared del colegio. No era la primera vez que Sinomie hacía esas cosas —y apostaba a que no sería la última—. Muy a menudo no asistía a clases.

—¿Dónde está mi mochila? ¿Dónde la pusiste? —preguntó el chico al situarse al frente de Sinomie.

—Te dije que te lo devolvería despu…

—Eso ya me lo dijiste. Quería saber si mi mochila está… —titubeó— en un lugar seguro. Es que allí tengo cosas importan…

—No me interesa lo que tengas dentro de tu mochila —respondió—. Y sí, está en un lugar seguro. Y claro que está en un lugar seguro porque mi mochila está junto a la tuya.

La chica vio como Everst seguía intranquilo pero no dijo nada más. Mejor para ella, ya que no le gustaba las preguntas, y menos si iban dirigidas a ella. En realidad, no le gustaba nada, ni las personas, ni nada. Y hela allí conversando con un, se podría decir, completo desconocido, si es que podía tacharlo así. ¿El motivo? Ni ella misma lo sabe.

Y ese motivo es muy lejano del saber qué tiene ese chico de especial por el cual no puede borrarle su memoria; no, no se había olvidado de ese tema.

—Eso espero —murmuró.

—No murmures. No me gustan las murmuraciones —dijo mirándolo a los ojos—. ¿Sabes cuántas veces al día tengo que escuchar esos cuchicheos tras de mí? Es de lo peor.

Sinomie vio en los ojos del chico culpabilidad o quizás incomodidad. Soltó un resoplido. Un mechón de cabello cayó sobre su rostro. Quitó su liga elástica del cabello y volvió a amarrarse completamente su cabellera. No le gustaba que ni un mechón se saliera de su sitio.

—Lo siento.

La chica hizo caso omiso a las palabras de Everst. Fingió que nada pasó.

—Ahora sí, ¿vamos?

—¿A dónde?

Sinomie quiso matarlo en ese instante, no en sentido literal. Se situó detrás de él y con su mano lo empujó para que avanzara. Y así lo hizo él.

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Dejó de empujarlo cuando vio que un señor estaba vendiendo manzanas acarameladas; y esas manzanas sí que parecían muy jugosas —apetecibles, en otras palabras—. Se fue directo hacia el vendedor; no hizo falta que le dijera a Everst que la siguiera, sabía que él lo haría. Y no se equivocó.

Cuando vio a Everesto a su lado metió, con mucha confianza, su mano en el bolsillo de su camisa. Al no encontrar lo que buscaba, metió la mano en los bolsillos de su pantalón hasta que sintió algo duro, lo sacó: la billetera del chico, justo lo que buscaba. Observó el rostro del chico el cual lucía anonadado, sorprendido.

De la billetera sacó el billete de más bajo valor, el único billete que tenía, cabe decir. Lo extendió al señor y este le entregó dos manzanas cubiertas de caramelo. Sinomie las cogió con una sonrisa. Y se alejó.

—¡Señorita, el cambio! —escuchó gritar al señor mas no se detuvo. Si Everesto quería el vuelto de su dinero que él lo pidiera.

Esperó a unos metros a Everst. Cuando se le acercó lo suficiente, le alcanzó una manzana.

—No quiero —lo rechazó.

—Pero si yo lo compré para ti —refutó la chica.

—Sí, con mi dinero —contraatacó.

—Oye, no me hables así —se quejó—. De acuerdo, entonces, gracias por las manzanas.

Sinomie estaba atenta a las reacciones del chico, y sintió que él quería seguir discutiendo pero, o bien, no quería, o no podía. Ese muchacho era muy interesante, interesante en modo de raro. Hay veces que decía lo primero que se le venía a la mente y hay veces que se contenía. Sencillamente eso, raro. Aunque, ¿más raro que ella? Lo dudaba.

Caminaron en silencio hasta que fueron a parar una plaza, se sentaron en una banca. Sinomie ya estaba comiendo su segunda manzana. El cielo estaba en todo su explandor. Parecía ser las doce del mediodía, ya que el sol estaba en lo alto y las personas no tenían dónde ocultarse del calor.

Sinomie vio a Everesto ponerse de pie, mirando el frente. Observando todo lo que pasaba a su alrededor.

—¿Ya vamos a regresar al colegio?

¡Vamos! ¿Es qué ese chico no tiene ni un día de no pensar en el colegio? ¿No tiene ni un día de descanso?

—¿En serio quieres regresar? —preguntó y estaba segura de que no sería su única interrogante—. ¿Allí? ¿A la cárcel? ¿Qué le ves al colegio? Tareas, castigos, más tareas, ¿eso te parece divertido? ¿No crees que aquí estamos bien? —soltó un bufido, sólo para rematar su descontento en la pregunta del chico.

—Sí, quiero regresar. Dime ya dónde pusiste mi mochila para poder regresar. A parte, no sé qué haces aquí conmigo.

Sinomie miró al frente. —Ya te dije: te tendré vigilado sólo para constatar de que no le digas nada a nadie de lo que viste y para saber por qué no puedo borrar… o anular tus recuerdos.

—No le diré nada a nadie, y si me atrevo a decir algo, ponte a pensar, ¿quién me creería?

Lo miró. En eso tenía razón. ¡Pero es que con él se lo estaba pasando tan bien! Era la única persona rara y extraña como ella. Sentía que algo los unía, una suposición.

—Tienes razón, nadie te creería. Te dirían que estás loco.

—Sí —concordó.

—Volveremos al colegio —confirmó con resignación. Si Everst se iba, ¿qué haría ella sola? Era mejor volver con él.

Sinomie se situó detrás de él y lo empujó. Y lo más extraño era que él no se quejaba. Él avanzó. Sinomie lo pensó. ¿Sólo no puede borrarle la memoria?

Llevó dos dedos a su sien. —Tres… —observó al chico que camina de espaldas a ella—, dos… —miró los pies de Everesto, tenía que estar concentrada—, uno… —no pestañeó—. Tropiezate —dijo tras dar un chasquido.

Pero el chico seguía caminado como si nada. ¿Estaba perdiendo sus poderes?

Miró a un señor que caminaba apurado a su derecha, lo miró fijamente y, sin dar chasquidos o pronunciar ni una palabra, lo hizo caer. ¡Era tan fácil! ¿Entonces por qué con Everesto no daba resultado? ¿Qué tenía él que lo hacía diferente de los demás? ¿O, es que verdaderamente le faltaba neuronas como ella dijo? Tal vez eso sea, pensó.

Pero, el que sus poderes no dieran efecto en él, ¿era bueno o malo?

No lo sabía, pero por lo pronto trataría de no alejarse de él.

Encuentro del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora