𝑫𝒆𝒂𝒓 𝑫𝒓𝒂𝒄𝒐 {𝒑𝒂𝒓𝒕 2}

Five

Draco estaba mirando el cielo. Llevaba al menos treinta minutos de pie en su habitación, mirando fijamente. Los antebrazos empezaban a acalambrarse desde que tenía las manos apoyadas en el alféizar de la ventana.

Suspiró con fuerza y se tumbó en la cama. Decidió contar hasta cien antes de permitirse mirar el cielo de nuevo.

Hacía poco que había ido a comprar muebles, así que su habitación estaba más llena de lo que estaba acostumbrado. Se había dado un día para gastar su energía: un día para conseguir todo lo que necesitaba, antes de permitirse volver a encerrarse aquí. Había comprado una base de cama, dos mesas de noche y un sofá para la sala de estar. También había colocado varias lámparas de escritorio, y le gustaba dejarlas todas encendidas, junto con la iluminación superior.

Estaba bastante impresionado consigo mismo, para ser sincero. No le servían de mucho los objetos materiales, pero al menos ahora su apartamento parecía que alguien vivía en él. Parecía crecido. A veces se imaginaba a Belly a su lado, con la cabeza acurrucada en su cuello y un brazo sobre su pecho. Le gustaba imaginar que el apartamento era de ambos y no sólo el suyo.

Cuando no vivía en un mundo de ensoñaciones, o cuando no se compadecía de sí mismo, le invadía una rabia inquieta.

Estaba enfadado con las cartas que el mundo le había jugado; con la vida que le había tocado. Estaba enfadado consigo mismo - furioso por haber sido tan insensato al marcharse del lado de Isobel en la guerra. También estaba enfadado con su yo más joven, por haber forzado algo que siempre había estado mal. Si nunca hubiera hablado con ella, si hubiera ignorado los constantes y abrumadores impulsos que siempre había tenido de hablar con ella, de molestarla, de llamar su atención... Si nunca se hubiera enamorado de ella, y ella de él, podría seguir viva.

Sobre todo, ahora mismo, estaba enfadado con su madre, que había decidido que un año era tiempo SUTiciente para seguir adelante, y ahora intentaba organizar su matrimonio con otra chica. Le obligaba a reunirse con ella, pronto. Y a comprarle unas estúpidas flores de las que no tenía ni idea.

No hizo nada con esta ira, por supuesto. Sólo se quedó allí y dejó que se gestara.

Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.-Entra.-dijo en voz alta, sin moverse.

La única persona que llamaba a su puerta era Blaise, a quien le gustaba aparecer sin avisar cada pocas semanas o así. La mayoría de los amigos de Draco del colegio se habían distanciado un poco de él. Parecían sentirse incómodos a su alrededor, ahora que no llevaba una máscara de sarcasmo y desprecio. Pero Blaise había mostrado una inesperada compasión ante la situación de Draco y, de forma algo forzada, se había propuesto que Draco no se pasara todo el tiempo tumbado en la cama.

-Me estoy congelando aquí-dijo Blaise, en lugar de un saludo. Sus pasos sonaron por la sala de estar.
-¿Puedo cerrar una ventana?

-No-murmuró Draco. Pero Blaise pareció no oírle o ignorarlo, porque se oyó el sonido de una ventana cerrándose. El murmullo londinense se redujo a un débil zumbido.

-Bueno.-Blaise apareció en el marco de la puerta.-¿Cómo estás? Está muy brillante aquí, amigo. Merlín. -Entrecerrando los ojos, apagó la lámpara más cercana a él.-A la mayoría de las personas deprimidas les gusta la oscuridad, ya sabes. Arrugó la nariz.-¿Y qué es ese olor? Es como azúcar quemada.

Draco puso los ojos en blanco. En la mesita de noche, a su lado, había un frasco de cristal rosa: el perfume de Isobel. Señaló hacia él.-Creo que es caramelo.

-¿Por qué tienes eso?.-preguntó Blaise, y luego su expresión decayó. -¿ Era de ella?

Draco se recostó, sin decir nada. Le gustaba bastante el perfume, en realidad: no era enfermizamente dulce, sino un olor profundo y algo almizclado. Aunque, supuso, podría haber olido absolutamente mal y aún así lo rociaría por toda su habitación.