CAPÍTULO 2

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Charlotte

Uno... Dos... Tres... Cuatro pitidos escuche.

Al abrir mis ojos lo primero que veo es la despampanante luz que proviene del techo. Por instinto arrugué mi nariz e intente tapar la luz con la palma de mi mano, al hacerlo me doy cuenta que en mi dedo índice tengo conectado un sensor de latidos. Miro hacia mi alrededor y estoy en una habitación blanca lleno de maquinas.

Estoy totalmente desorientada y con un leve dolor de cabeza.

La puerta de la habitación se abre y entra una mujer alta y gruesa, con rizos de oro y ojos color miel, trae un leve bronceado que la hace lucir fresca. Tiene puesta una bata blanca y a un costado está su nombre bordado en color dorado. La Dra. Jimena Ramírez. O bueno Gigi, como le gusta que la llame.

—Ya despertaste cariño, ¿Cómo te sientes?.—Me hace esa pregunta con un tono tan dulce como ella. 

A Gigi la conocí hace 9 meses aproximadamente. Después de la muerte de Cynthia mis padres me llevaron con varios psicólogos porque me aislé del mundo exterior, no salía de mi cuarto, a veces no comía y todo el tiempo estaba llorando, caí en depresión, pero con ninguno hice conexión y por ende no funcionó. Después de ver a 2 psicólogos, como dicen por ahí la tercera es la vencida y así fue, la conocí he hicimos conexión al instante, Gigi es una persona que irradia luz y me ha sido de mucha ayuda a la hora de mis recaídas y días malos. No quiero que piensen que he llegado hasta esta situación porque ella ha hecho mal su trabajo, ella me ha sacado de muchas situaciones y veces donde mi mundo se colapsa y se viene abajo. Nunca había hecho algo así, pero en esa madrugada el dolor y la desesperación se apoderaron de mí, y esa fue la única salida que vi, simplemente quería acabar con este sentimiento de culpa que me carcome de una vez por todas.

—Pues que te puedo decir— muevo mis manos señalando todo a mi alrededor— para nada cómoda.

Nos miramos fijamente y nos dedicamos una sonrisa genuina. Dirigió sus pasos hacia mí y se sentó a un costado de mi camilla.

El silencio reina unos segundos en la habitación. Cuando levanto la mirada, veo que sus ojos están cristalizados por las lágrimas —No lo vuelvas a hacer nunca más— me dice con la mirada fija en mí mientras me acaricia el cabello —prométemelo—.

Me quedo sin palabras y lo único que hago es bajar la mirada y quitarme el esmalte Vinotinto que ya se me está cayendo de las uñas.

—Bueno— suspira —llamaré a la enfermera— se levanta de la camilla y antes de salir me brinda una sonrisa de boca cerrada. Por alguna razón se devuelve —le dije a tus padres que fueran por un poco de ropa y comida, hablé hace unos minutos con ellos y ya vienen en camino—.

—Está bien— le doy una media sonrisa, ella asiente gentilmente y se retira.

Escaneo todo el lugar y al ver mi teléfono de la mesita de noche que está a un lado de mi camilla, lo agarro y entro en mi playlist, selecciono modo aleatorio y comienza a sonar "train wreck" de James Arthur. Me apoyo al espaldar y cierro los ojos, puedo sentir cómo mis lágrimas ruedan por mis mejillas. En estos últimos días lo único que he hecho es ser débil y estoy cansada, solo quiero que esto acabe.

—Toc toc— la enferma simula que está tocando la puerta al entrar. Me enderezo y me acomodo para quedar sentada, me seco las lagrimas que habían caído y apago la música. —Hola! Me llamo Sabrina, pero me puedes decir Sabri—Su tono de voz es algo chillona y eso me irrita porque mi cabeza no ha dejado de palpitar.

—Hola— le digo entre dientes

—Tu salud va mejorando progresivamente y eso me alegra. — me da un vistazo y una sonrisa mientras me va cambiando la dosis de suero.

Ni una lagrima másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora