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La boda de Mangel y Lolito se celebró en el mes de octubre, con el otoño ya entrado. Todos sus amigos asistieron encantados.
Disfrutaron de una agradable ceremonia y un mejor banquete, el ánimo de los chicos no fue diferente en ningún momento; Willy y Fargan seguían gastando bromas al resto de invitados mientras Alexby les gritaba el par de ratas que eran. Luzu había asistido con el tal Auron, un colega del hospital con el que recién salía formalmente y con el cual Rubius terminó entablando una muy buena (y caótica) amistad. Los novios ni siquiera se molestaban por el comportamiento de sus amigos, estaban demasiado absortos en su burbuja de felicidad como para preocuparse por ellos. Caso contrario a Vegetta y de vez en cuando Luzu, quienes intentaban controlarlos como siempre.
- Como niños pequeños – Masculló el pelinegro observando a su pareja, tres de sus amigos y el novio de Luzu persiguiéndose por quien sabe qué razón.

El médico a su lado rio.
- Totalmente de acuerdo, Vegettoide… Pero ambos sabemos que no los cambiarias por nada

Vegetta formó una pequeña sonrisa.
- Por supuesto que no, nunca cambiaria esto por nada del mundo

Horas más tarde cada uno se despidió y partieron hacia sus respectivos hogares.
Cuando llegaron a la cabaña Rubius soltó un sonoro suspiro mientras abría la puerta. Lo primero que hizo al entrar fue tirarse sobre el sofá.
- Joder… Estoy molido, tío…

Su pareja lo observó divertido mientras encendía la luz.
- Anda Doblas, levanta… No vayas a quedarte dormido ahí

- No quiero – Mascullo en un gruñido el menor

Vegetta rodó los ojos antes de que una idea cruzara por su mente. Volvió entonces a dejar la habitación en penumbra.
Se acercó lentamente al sofá donde estaba recostado su pareja y con una sonrisa traviesa colocó cada una de sus piernas a ambos lados del cuerpo de este mientras alojaba su propia corbata.

Rubius abrió de golpe los ojos al sentir el peso sobre su regazo. Se encontró entonces con el par de orbes amatistas que lo miraban llenas de deseo. Tragó pesado antes de sentir los labios del mayor rozando la piel de su cuello haciéndolo estremecer.
- ¿Seguro que estas muy cansado, Doblas?

Un jadeo involuntario escapó de sus labios al sentir como las caderas del contrario se movían sobre su pelvis.
- Yo… Creo que no – Masculló con voz ronca

Vegetta sonrió victorioso mientras desabotonaba la camisa del menor. Rubius no tardó en imitar sus movimientos mientras buscaba con desesperación los labios del azabache.
Cuando sus bocas se encontraron, una fuerte batalla se desató entre ambos, marcando el inicio de una larga noche.

Una noche de varias donde guiados por la pasión se demostrarían lo mucho que sentían el uno por el otro.

Los días continuaron su curso, y ambos se dedicaron a disfrutar hasta el más mínimo minuto de estos.

Solían salir a pescar, a dar largas caminatas por el bosque, a observar el cielo estrellado por las noches. Algunos días solos y otros en compañía de sus amigos, ya que éstos solían visitarlos con frecuencia, a veces todos juntos a veces uno solo.

Afortunadamente Rubius pudo continuar realizando casi con total normalidad su vida gracias a los medicamentos que le habían dado para aminorar los síntomas de la enfermedad.
Cualquiera que lo viera no pensaría que el chico estaba viviendo sus últimos meses de vida.
Y eso estaba bien, él no quería generar lástima.

Cuando debía ir a chequeos rutinarios, Vegetta siempre lo acompañaba para estar al tanto de todo lo que ocurría con él.
Incluso si los hospitales no eran de su agrado, no hubo una sola consulta más donde el azabache no estuviera presente.

En cada una de estas visitas el ojiverde aprovechaba para saludar a Nieves; en cuanto Vegetta la conoció mejor y conoció también a Lana (la pareja de esta) se sintió realmente avergonzado de haber creído que la enfermera y Rubius lo habían engañado, había sido muy tonto de su parte siquiera llegar a pensarlo.
Al final todo quedó como un anécdota más para los cuatro, ya que, habían terminado entablado una agradable relación entre ellos.

Y obviamente en sus espontáneas estadías en Karmaland, no dudaban en pasar a la cafetería cercana al hospital donde muchas de sus memorias se habían formado.

Así el invierno llegó rápidamente y, para ese entonces ambos sentían que estaban viviendo un sueño, o dentro de alguna de las películas cliché que Vegetta no admitía le encantaban ver. Porque todo parecía tan irreal... Tan perfecto.

Pero lo malo de los sueños felices es que el despertar suele ser más amargo.
A Vegetta la realidad lo tomó por sorpresa una fría tarde a principios de diciembre cuando, mientras se encontraba acomodando las compras del hogar que recién habían realizado, un fuerte golpe se escuchó en el piso superior.
Se alarmó al instante. Rubius había subido a recostarse un rato ya que no se había sentido muy bien por las bajas temperaturas.

Subió con amplias zancadas hasta su habitación y al entrar se encontró con la escena del peliteñido aferrado fuertemente a uno de los muros.

- ¡Rubius! ¿Estas... Estas bien? ¿Qué ocurre, chiqui? - Preguntó exaltado mientras se acercaba a este.

El rostro del menor reflejaba una mueca de dolor a la par que su respiración era completamente irregular.
Este apenas y pudo aferrarse al cuerpo del azabache cuando lo atrapó antes de irse de bruces al suelo.
Hizo un gran esfuerzo por articular un par de palabras.
- Ve... Vege... No... No puedo... Respirar

Las alarmas mentales del ojimorado se encendieron. Su lado racional lo obligó a mantener la calma, no podía entrar en crisis teniendo en ese estado al menor.
- Aguanta Rub... Voy... Voy a llevarte al hospital

Y así lo hizo, cargó el delgado cuerpo del chico para dejarlo momentáneamente sobre la cama mientras buscaba un par de abrigos para ambos.
Una vez que tuvo todo listo salió lo más rápido posible y emprendió el camino hacia Karmaland.

Tan sólo llegar al hospital, Rubius fue internado de emergencia.

- ¿Vegetta? - La voz de Luzu llegó a oídos del pelinegro. Este de inmediato se giró a verlo.
El médico no tuvo que preguntar más, sólo le bastó ver el rostro angustiado de su amigo para entender.

- Luzu... - Las orbes violetas se inundaron de lágrimas - No quiero... No quiero perderlo... No estoy listo para ello.

El castaño se acercó para consolarlo.
- Lo sé, Veg... Lo sé... Nadie está listo para perderlo

𝕂𝕖𝕖𝕡 𝕞𝕖 𝕚𝕟 𝕪𝕠𝕦𝕣 𝕞𝕖𝕞𝕠𝕣𝕪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora