En mi cajón de la mesilla

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Ya he perdido la cuenta de los años que han pasado desde que te fuiste.
Yo era muy pequeño y nuestro tiempo juntos fue tan escaso que no soy capaz de reprimir las lágrimas.
Aún así recuerdo mi infancia feliz, pegado a tu bata azul con estampados blancos, y tus ojos grises llenos de amor, tu sonrisa sincera y reconfortante y tu enorme cariño.
Intento sonreir recordando aquella vez que tras una trastada me perseguiste por la casa, zapatilla en ristre y diciéndome "Aguarda" pero incluso eso tiene un retrogusto amargo.
Tantas noches de sábado en los que asustado por la oscuridad nos quedábamos los dos solos en casa. Me enseñaste a apreciar tu compañía, a disfrutar de las películas de antaño, de Lina Morgan, también de los Hermanos Calatrava y de las últimas revistas televisivas a finales de los 80, en mi Logroño natal.
De ti aprendí que la fe mueve montañas, que las mujeres valientes y luchadoras no son cosa de ahora; el valor de la familia, el amor por los tuyos y el sacrificio por los demás.
Me enseñaste a rezar el rosario, aunque ahora vagamente recuerdo los misterios, pero cada Semana Santa  lo hago con el tuyo en mi bolsillo, por miedo a que se rasgue colgado de mi fajin de hermano de la Santa Cruz. Y que descansa en el cajón de mi mesilla junto a tu foto en blanco y negro.
Soy incapaz de olvidar lo que cada año pedía al atravesar el arco de San Bernabe, era un niño, pero mi ilusión era tener un Ferrari Testarossa y llevarte en él a pasear... Pero te fuiste mucho antes de siquiera saber leer con soltura y mucho antes de saber quién era yo en realidad.
Ahora me pregunto si estarías orgullosa de mí, de quien soy y de los pasos que he dado huérfano, sin tu mano agarrando la mía, como tantas noches, hasta quedarme dormido.
Recuerdo tu última canción, un regalo que perdurará siempre en mis oídos. Despertaste una mañana después de meses de letargo, para decirme adiós, con un recuerdo de tu infancia, de tus padres con los que esa noche te reuniste.
Dale de betún de betún a la bota, dale de betún de betún al sombrero, dale de betún de betún que está nuevo...
Y te dije te quiero, siendo muy niño para entenderlo. Pero noté tu pesar, tus ganas de dejar de luchar para reunirte con los que te esperaban en las estrellas. Y esa noche, por primera vez en meses recé para que tu dolor se fuera y te reunieras con el abuelo, yaya, recé y encontraste el descanso, en las manos de la Virgen de Davalillo que me escuchó.
Aquella noche de junio, cuanto todos estábamos reunidos, fuiste tan generosa que hasta elegiste ese  momento y dijiste adiós en silencio y desde entonces tu ausencia pesa en el corazón.
Sólo espero que un día nos encontremos y pueda decirte todo lo que guardo callado, en el recuerdo, mirando de nuevo tus ojos, encontrando la paz en ellos.
Vas siempre en mi corazón.
Y por siempre, te quiero.

Diario de un náufrago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora