[ Tres ]

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Bajo las estrellas.
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O cómo el cielo puede guiar a almas perdidas.
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Estaba seguro que era uno de los días más calurosos de la época, estaba acostumbrado a los días de calor, pero los climas extremistas del desierto siempre parecía replantear el concepto de calor. Bufó, y eso que ya estaba acostumbrado a atravesar el mismo terreno.

Agarró con fuerza la cuerda que mantenía el control de su camello y luego su mochila, la cual descansaba en sus hombros con pesadez. Odiaba tener que visitar a Grindelwald, el estúpido siempre se divertía haciéndolo ir hasta ese miserable pueblo. Pero, en fin, habían negocios que hacer y no podía esperar más de lo que ya había hecho.

Sólo le faltaba un día para llegar al Valle de Godric... Aunque de valle no tenía nada. No sabía cómo los pobladores habían decidido llamarle así, tal vez era un extraño padecimiento que te hacía llamar las cosas que tenías como las que tú quisieras tener. Ah, no importaba.

Miró el cielo, el hecho de que no tuviera que entrecerrar los ojos lo alarmó. La noche caía rápido en el desierto, debía apurarse para encontrar un buen lugar y acampar, ya mañana convencería al estúpido de Gellert para que no lo volviera a invitar... y, si se negaba, entonces no habría más que romper lazos con ese ingrato.

Miró a su alrededor, no parecía haber nada cerca de su ubicación, tal parecía que le tocaría acampar en medio de montañas de arenas... ¿Qué era eso?

Un bulto oscuro se movía con tranquilidad (¿o cansancio?) a una gran distancia de él, parecía que no aguantaría más y... Oh, se desplomó.

Apuró a su camello para que pudiera llegar rápido hacia lo que había estado observando hacia unos momentos. Parecía una persona, cosa extraña ya que no muchos se atrevían a pisar ese desierto, era muy engañoso y no cualquiera podría acostumbrarse a andar por ahí, alrededor de diez personas se perdían o se encontraban muertas a lo largo de todo el lugar. Todos sabían que debías encontrar a un experto antes de atreverte a pisar esas arenas.

Llegó al lado de la persona, se encontraba desparramado por la arena con una fina tela oscura que lo cubría del fuerte sol. No parecía tener más que un pequeño bolso que descansaba en su hombro y cruzaba su cuerpo hasta la cadera, también parecía maltratado. No era un maltrato a causa de las fuertes temperaturas de algunas que otras caídas, eran maltratos que te harías cuando peleabas.

Vaya, con quien se venía a encontrar en medio del desierto, podría ser un criminal o alguien que perseguía malos rumbos...

Pero parecía tan indefenso.

Se bajó de su cabello, tal vez fue el sonido que hizo al caer contra la arena, pero la persona se removió, dando un salto asustada mientras lo miraba a los ojos con temor.

—Ohh... —fue lo único que pudo decir después de toparse con esos hermosos ojos, ¿un criminal tendría esas hermosas piedras fingiendo ser ojos? Tal vez sí, tal vez así lograba encantar a sus víctimas antes de atacarlas.

—¿Otra alucinación? —preguntó el contrario parpadeando muchas veces. Con un gran esfuerzo (o eso parecía) el joven se hincó y alzó una mano hacia su dirección, alcanzándole y aferrándose a él— Santo Dios —balbuceó el joven—. No eres una alucinación.

Otras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora