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Piensa mal y no acertarás. 

Cuando abrió sus ojos al mundo, Megumi pensó que sería un buen día. El cielo estaba despejado, su cuerpo se sentía lo suficientemente descansado, Toji había preparado un desayuno decente sin cascaras de huevo en su emparedado y no tenía mensajes de una preocupara Nobara exigiéndole su tarea de la primera clase.

            — ¡Ve con cuidado Megumi!

Fue el último comentario que escucho antes de salir de casa. Se sentía bien y aquella tranquilidad no lo dejó en ningún momento, ni siquiera cuando entro al vagón de siempre que estaba lleno por personas aceleradas por su ritmo de vida. Su mente comenzó a divagó entre cosas absurdas y unas cuantas ideas para el futuro.

Su etapa de preparatoria estaba cerca de acabar, ya solo le quedaba un último periodo y sería libre para poder hacer lo que el realmente ambicionaba; estudiar medicina. Cuando era un niño la idea de ser biólogo o veterinario se clavó tanto en su cerebro que fingía inspeccionar a sus peluches, realizaba notas y usaba las playeras de vestir blancas de su padre como bata. Si le preguntaban, él negaría todo aquello con una mirada de indiferencia, pero Toji... Toji sacaría el álbum de fotografías negro con marco dorado enseñando sin más aquella etapa de su hijo menor junto con otras que eran mejor no mencionar.

Su cuerpo reaccionó ante la vergüenza conocida provocada por su progenitor y tembló al tiempo que sus manos se aferraban al frío metal del pasa manos. No tenía muchos amigos y en definitiva no podía contar a su prima Maki como tal, así que cuando Toji enseño tal libro a la chica de anteojos la vergüenza no fue tanta, pero cuando se lo enseñó a Nobara, la vergüenza fue tal que fingió que no tenía padre.

Toji lo consintió toda la semana siguiente cuando le concedió el perdón.

Por su parte la castaña no dejo de fastidiarlo en los días posteriores pidiéndole, a forma de broma, que revisara a su pequeño hámster. Megumi se la pasó negándola, hasta el día en que realmente el animal no pudo moverse. Ese día fueron a consulta y el diagnostico no fue nada favorable. Tuvieron que despedirse del mejor amigo de Kugisaki entre llantos cortados y palmadas incomodas.

No podía negar que los animales tenían un lugar profundo en su corazón, si le dieran la opción de aislarse en solitario o en compañía de la naturaleza en definitiva tomaría la segunda opción. Pero, como suele suceder, los deseos de infancia van desvaneciéndose por diferentes motivos hasta que se convierten en recuerdos nostálgicos. Aquello le sucedió. Su deseo por ser veterinario se esfumo cuando su vida cambio enseñándole la fragilidad humana pero la motivación de servir a los demás no. Era por ello que su estrés por un récord perfecto en sus notas le quitaba el sueño al punto de provocar dolores en su cabeza.

Pero no importaba si debía sufrir, estaba decidido a cumplir con su meta.

Se dio unos leves toques en la espalda con su mano libre, su espalda poco a poco comenzaba a dolerle. ¿No había alguna ley que regulara el peso con el que un estudiante pudiera acarrear al día? De seguir cargando tantas cosas su hombro se dislocaría. Soltó unos cuantos suspiros mientras movía sus hombros levemente, fue ahí que el tono de llamada de su celular lo detuvo y sin más saco el aparato de la bolsa lateral de su pantalón.

Cuando vio el nombre de la persona en la pantalla, así como la llamativa foto que mostraba a una chica de cabellos castaños con una diadema de orejas de ratón, Megumi no tuvo más opción que tocar el icono verde.

             —Hola, Nobara. - Dijo con tono tranquilo.

            — Megumi ¡¿Dónde estás?!

Estaba acostumbrado al tono chillante que su mejor amiga logra emplear en diferentes situaciones, pero debía admitir que la desesperación en aquellas palabras le causó una molestia que se asemejaba a la preocupación—Voy de camino a la escuela - Frunció el ceño—¿Sucede algo?

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