Capítulo 1: *Paradise*

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El martillar de mi despertador me hacía regresar de la auto dimensión que creaba al cerrar los ojos, los abrí lentamente notando la ligera claridad de la mañana que entraba por la ventana. Aparté el edredón y me levanté dando arrastrados pasos hasta llegar a la puerta, salir al pasillo y adentrarme al frío baño. Me despojé de mi camisón de dormir para posteriormente entrar a la ducha, que no tardó en crear un ambiente opaco y caluroso, el agua corría por toda mi longitud haciendo que despertara por completo <<Tranquila, hoy será tu último día de trabajo>> Me repetía en mi interior para convencerme de que mis monótonos días se alejarían, al menos por una semana.
―Apresúrate. Ya vas tarde. ―Los gritos de mi hermana se escuchaban tras la gruesa puerta de madera. Sin prestar atención, continúe con el refrescante baño y al terminar me envolví en una toalla mientras me movía hacia delante del espejo, quitando de él el exceso de vapor que contenía, cepillé mis dientes y luego el cabello. Volví a la habitación con la toalla aún cubriendo mi cuerpo, tomé la crema corporal con esencia a rosa, me senté en el borde de la cama dejando caer un poco de bálsamo en la punta de mis dedos, la unté sobre mis dos manos y después por las piernas, haciendo que la piel volviera a hidratarse, sintiendo cómo la fresca humedad regresaba mí, me levanté y me acerqué al cajón de ropa interior sacando de él un conjunto de lencería de color negro con un hermoso diseño de encaje, pasé los pantis por mis largas piernas hasta colocarlos en su lugar, luego me puse el sujetador y me acerqué al closet abriendo sus dos puertas, me detuve a analizar que me pondría en el día de hoy para ir a trabajar, giré mi cabeza y dirigí la vista hacia la ventana, notando la mirada del vecino sobre mi cuerpo inútilmente cubierto, su mirar es una mezcla entre vergüenza y lujuria, me acerqué sonriendo y contorneando mis caderas, le lancé un coqueto beso para después cerrar las cortinas, regresé al closet y saqué de él una falda de tubo negra, una blusa sin tirante y una chaqueta a juego con la falda, tomé unos tacones de aguja y un bolso. No tenía muchas ganas de ponerme maquillaje, por lo que coloqué una ligera capa de este. Salí de la habitación notando el exquisito aroma a waffles, que perfumaba toda la atmósfera y hacía que mi estómago comenzara a quejarse, posé la mano en la baranda de la escalera mientras bajaba con desesperados pasos hasta llegar a la cocina. Mi hermana servía el desayuno con suma cautela, quitando el excedente de miel que agregó a la comida como si fuera la chef de un restaurante, puso los cuatro platos encima de la mesa y regresó a buscar una jarra con zumo, su ropa se ajustaba perfectamente a su delgado cuerpo, sus tacones de aguja le quedaban perfectos con su vestido blanco y los dominaba tan bien, que en vez de caminar parecía que volaba. Su oscuro, opaco y largo cabello descendía por toda su espalda, sus gafas la hacían ver como toda una profesional y eso era, una innata abogada, la mejor de su bufete.
―Buenos días. ―Arrastré la silla y me senté en ella, mi hermana se volteó y me dedicó una pequeña sonrisa.
―Por fin terminas. ―Pongo los ojos en blanco y ella coloca la jarra en la mesa.
―Ya has elegido el destino de las vacaciones? ―Sorbé un poco de jugo y asentí con la cabeza―. Entonces a dónde vamos? ―La curiosidad se presentía por encima de sus poros.
―Cuando las otras dos decidan bajar. No quiero repetir lo mismo dos veces. ―Tomé la miel y esparcí una exagerada cantidad sobre el waffle haciendo que el trabajo de Jennifer fuera en vano.
―Oye! Sabes cuánto tardé en decorar los cuatro platos? ―protesto haciendo un ligero puchero.
―Buenos días ―descontinuó mi mejor amiga el ataque de reclamos de Jennifer.
―Bueno será para nosotras, porque tú te ves horrible. ―La cara de disentimiento de mi hermana resaltaba sobre todas sus expresiones.
―A quién se le ocurre emborracharse en la noche de un jueves? ―Mi comentario era acompañado con mi sonrisa más bufona.
―No te burles. Tú no te quedaste porque no tenías a quien tirarte. ―Puso las manos en su frente y luego continuó caminando para servirse una taza de café.
―Por eso ustedes dos se llevan tan bien, porque son igualitas, dos gotas de agua. ―Jennifer niega con su cabeza e intercala la mirada entre las dos. Ashley apartó la taza de su boca y negó con su dedo índice:
―No nos compares, tu hermana a veces se comporta como una frígida. ―Iba a responderle pero alguien interrumpió mi momento de victoria.
―Por qué la primera cosa que tengo que oír en cuanto vengo a desayunar es esa palabra? ―Rachel protestó como siempre.
―Por qué no te gusta escuchar esa palabra? Porque te identificas mucho con ella? ―Me muestra una sonrisa cínica y de las otras dos lo que se escuchaban son exageradas carcajadas.
―Si claro, y tu frase favorita es vete a la mierda porque hasta Steven te envió allí. ―La tensión bañó las paredes del ambiente y pronto la agonía se apoderó desde las puntas de mis dedos hasta el cabello más pequeño que poseía mi cuerpo, tomé mi bolso con desdén y me giré hacia mi hermana.
―Controla a tu amiga. Recuerda que esta casa es tuya y mía, la abuela la compró para las dos. ―Me giré sobre mis talones y saqué del bolso la llave de mi auto, caminé hacia la entrada, quité la alarma para después subir en él, tiré el bolso en la parte trasera, puse las manos sobre el volante y apoyé la cabeza sobre mis manos para controlarme. Steven era una persona muy especial, mi mejor amigo, mi primer hombre y la parte que más me costaba admitir: mi primer amor. Por qué lo perdí? Por estúpida, inseguridad, sólo lo utilizaba para satisfacer la desiderata sexual que impone el cuerpo después de experimentar pasiones prohibidas, o al menos yo lo siento así. Encendí el coche con la noción de partir a mi centro de trabajo y antes de acelerar la puerta se abrió.
―Empieza a conducir. ―Ashley interrumpió mi momento privado, donde creí que no escucharía sus chillidos de chica loca.
―Me puedes explicar por qué no compras tu propio auto, tú eres una diseñadora de modas. Yo sólo soy una secretaria. ―Giró el retrovisor hacia ella y revisó su maquillaje.
―Ya te cansaste de hablar sandeces, en primer lugar vamos al mismo sitio, en segundo lugar tú no eres una secretaria, eres una asistente personal, y no cualquiera, eres la asistente personal del dueño de la empresa en la que trabajamos. Y tercero, si tu sueldo fuera una mierda no te hubieras comprado un maldito Audi R-8, estás segura que no te tiraste al jefe mayor?
―Si claro, y también me tiré a su hijo, por dios qué cosas hablas?
―Seguro pronto ése será tu víctima. ―Me miró fijamente por unos segundos y luego comenzó a negar―. La resaca ya me está haciendo daño, no sé ni que hablo, en la vida hemos visto a ese tío y ya te estoy juntando con él―. Colocó sus gafas oscuras y aceleré sin prestarle mucha atención a sus tonterías.
El tráfico mañanero es igual al de todos los días en Los Ángeles. Al llegar estacioné el auto y bajamos de él. Entramos a la empresa como siempre, un compañero nos saluda, algunos nos expresan insinuaciones a un nivel poco profesional y otros simplemente se quedaban en silencio e imaginaban las cosas más pervertidas a las que su cerebro podría sucumbir. Nos acercamos al ascensor y esperamos una eternidad para que llegue al lobby. Nos adentramos y marcamos, cada una, el piso en que trabajamos. Las puertas comenzaban a cerrarse cuando alguien lo impidió colocando su mano. Se escuchó un << Lo siento >> proveniente de una voz sexy, masculina y ronca. La apertura de las puertas mostró la imagen de un Dios griego, del cual noté que no sólo su voz era sexy. Ante mis ojos era perfecto, su cabello azabache y brilloso contrastaba a la perfección con el tono dorado de su piel. Sus ojos verdes y expresivos te hacían olvidar la forma de respirar. Su tamaño pasaba los uno-ochenta. Su pantalón negro se ajustaba increíblemente a sus definidas piernas, la chaqueta de mezclilla combinaba estupendamente con su polera. Qué más podría decir? Es perfecto. De repente algo me hizo pensar en mi hermana, y cómo no hacerlo, si este hombre se ajusta perfectamente a su tipo ideal. Miré a mi lado y noté a mi amiga casi arrancando su labio inferior, me miró y negué. La puerta anunció la llegada al piso de ella, me mostró una expresión de dolor y bajó. Las puertas volvieron a cerrar y la atmósfera se plagó completa con su aroma. Si no llegamos pronto a nuestro destino sería capaz de olvidar todo mi autocontrol. Han pasado cerca de seis meses desde la última vez que tuve relaciones sexuales, el mismo tiempo que lleva Steven de casado. Aunque muchas veces me ha propuesto ir a la cama con él, siempre me he negado, ya que yo tengo mis propias normas y la más importante es nunca estar con un hombre emparejado, y no pienso romperla por el simple hecho de que él tuviera una crisis emocional con su esposa.
Sin darme cuenta alcancé mi destino y, supongo que mi acompañante también, porque este era el último nivel del edificio. Salí de la caja metálica y caminé con marcados pasos delante del chico, que me asechó con una mirada pervertida. Creo que en estos días me resalta más mi gen latino, ante todos los hombres me veo como un plato deseable y prohibido, un delicioso afrodisiaco de tierras desconocidas para el ser humano. Me senté en mi escritorio mientras encendía mi computador para ver los correos y mi agenda.
―Buenos días, princesa. ―La misma voz sensual retumbó contra mis oídos y levanté la vista para observarlo directo a los ojos.
―Princesa? Me parece que no llevo puesta ninguna diadema. ―Él sonrió y pasó el pulgar por sus carnosos labios.
―Tienes carácter, y eso me encanta. ―Sin prestarle mucha atención, miré los papeles que tenía en frente de mí.
―O me dice lo que quiere o simplemente se retira, por si no lo ha percibido, estoy ocupada.
―Está bien. Cuando llegue el señor Jones dile que Thomas está en su oficina. ―Sonreí sarcásticamente, aparté los papeles y lo miré desafiante.
―Lo siento. Sin la presencia del señor Jones no puede entrar a su oficina. ―Miró hacia el inmenso ventanal y colocó las manos en los bolsillos de sus jeans.
―Si quieres que te haga compañía sólo tienes que pedirlo. ―Me levanté para sentirme menos pequeña, aunque no hubo mucha diferencia al estar de pie.
―La última compañía que quisiera es la tuya, no sé la razón por la que te crees tan importante, no veo nada en ti que lo sea.
―Auch, eso dolió. ―Enarca una de sus gruesas cejas y coloca las manos sobre su pecho, pero rápido cambia su semblante al de un niño alegre.
―Sólo déjame pasar. ―Marca sus labios con un gracioso puchero, que a pesar de ser divertido no movió ni un poco lo decidido.
―Si quieres te puedes sentar. ―Señalo uno de los sillones invitándolo a sentarse. En un gesto inexpresivo levanta sus hombros y se sienta sin decir nada más. Saca el móvil del interior de su chaqueta y se pierde en la realidad virtual. Me acerqué un poco y carraspeé mi garganta llamando toda su atención.
―Te apetece beber algo?
―Café, por favor. Que esté bien cargado como para quitar la resaca que tengo. ―Resaca? Su rostro no demuestra tener ninguna resaca. Preparé lo pedido y lo entregué sin importancia.
―Esto es lo que hacen ustedes las secretarias? Servir, sólo eso? ―Aguanté el bolígrafo con el que iba a escribir en un post y lo miré.
―Yo no soy una secretaria, simplemente trabajo en este puesto porque no quiero ejercer la carrera que estudié. ―Abrió ligeramente su boca a la vez que asentía con su cabeza.
―Qué fue lo que estudiaste?
―Thomas, no crees que estás haciendo demasiadas preguntas para alguien que acabas de conocer? ―La autoritaria voz del señor Jones provocó un pequeño sobresalto en el joven chico que no tardó en ponerse nervioso. Me observó con ojos suplicantes y le di una sonrisa de consuelo.
―Buenos días señorita Watson. ―Su cálida sonrisa me recordaba a mi padre y me hacía retornar a mi niñez.
―Buen día señor Jones. Ya tengo preparada la agenda de la semana que no estaré.
―Ahora hablaremos de eso, déjame aclarar una situación con esta persona. ―Lo tomó de la chaqueta y lo levantó de su asiento. Thomas sonrió:
―Un placer conocerte. ―Las puertas se cerraron tras ellos y yo me concentré en organizar todos los papeleos y eventos de los próximos meses. Me adentré tanto en mi trabajo que cuando sonó el móvil mi ritmo cardíaco aumentó por completo, lo revisé y era un mensaje de Rachel:

Lo siento mucho, te juro que lo dije sin pensar, te quiero...

Guardé el aparato comunicativo y seguí en lo que hacía.

Después de unos cuarenta minutos tenía organizado más de la mitad de mi trabajo de la semana de vacaciones. Sentí el ruido de la puerta al abrirse, giré la mirada hacia ella y Thomas me saludó con su mano izquierda y se acercó a mí.
―Espero que nos veamos pronto. ―Miró la tablilla que contenía mi nombre y se encontraba sobre mi escritorio―. Caroline. ―Se aleja hasta perderse por completo. Me quedo con una rara sensación, como si sus palabras fueran reales.
―Señorita Watson, ya puede traer mi agenda ―se escucha a través del link. Me levanté y tomé la tableta, caminé hasta la puerta, me detuve para dar dos toques y me adentré al escuchar del interior un Adelante.
El día fue agitado y ya el ocaso se mostraba tras la gran ventana de cristal, el naranja expresaba la despedida del sol para dar la bienvenida a la brillante luna, aunque todavía faltaban algunas horas para verla. Recogí todo lo de mi escritorio y me acerqué a la oficina del señor Jones para anunciar mi salida, di unos toques y esperé atenta su respuesta.
―Adelante. ―Abrí la puerta y me quedé de pie en el mismo lugar mientras la sostenía.
―Ya me voy. ―Aparta la mirada de los documentos y me sonríe cariñosamente.
―Espero que todo se mantenga en pie con tu ausencia. Sabes que esto es una bomba de tiempo sin ti.
―No se preocupe, sólo será una semana.
―Hay algo que debo decirte. ―Analiza mi expresión antes de continuar la frase―. Pero eso puede esperar a que regreses. ―La preocupación se apodera de mí y se torna como una ola.
―Es algo grabe? ―Sin pensarlo dos veces niega con la cabeza provocando que me tranquilice inmediatamente.
―No, tranquila. Todo está bien. Sólo disfruta tus vacaciones. Cuando regreses tendrás mucho trabajo. ―Sin decir más, me retiré, tomé mi bolso y fui directo al estacionamiento, donde me encontraría con Ashley. Miré mi reloj y noté que había pasado alrededor de quince minutos de la hora en que acostumbrábamos a encontrarnos para regresar a casa.
―Y esa cara? ―le pregunté, ya que se mostraba molesta. Quité la alarma y nos adentramos al auto.
―No pudiste demorarte más? ―Ya se apreciaba obstinada, demasiado estrés acumulado.
―Como se ve que estás falta de un buen polvo. ―Me sacó el dedo corazón pero eso no es suficiente para ella y lo sabía.
―No más que tú. ―Sin contestarle, me coloqué el cinturón y comencé el camino a casa. Sólo se escuchaba la apaciguada música de la radio, sin notarlo en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos en nuestro domicilio.
―Parece que Steven está dentro ―musita Ashley y nos adentramos en casa, donde el silencio tomaba plenitud de todos los sonidos. Sin pensar me retiré los tacones y la chaqueta mientras caminaba hacia mi habitación. Al abrir la puerta ahogué un pequeño grito al notar una masa muscular sobre la cama.
―Qué haces aquí? Esta no es la habitación de tu hermana.
―Yo sé que la habitación de Rachel está del otro lado ―dijo sin más mientras se acercaba a mí para abrazarme, respondí a su muestra de cariño.
―Volviste a pelear con tu mujer?
―Puede ser pero, sólo vine a ver a mi mejor amiga. ―Me alejé y lo miré.
―No me voy a acostar contigo. ―Me mostró una tierna sonrisa y acarició mi mejilla.
―Sólo vine a visitarte, sólo eso. Estaba muy preocupado, no respondes mis llamadas y tampoco a los mensajes. ―Observa mis labios por escasos segundos y antes de marcharse sostengo su mano.
―Por qué te casaste con ella? ―Suspira y desvía la mirada cómo si estuviera pensando en la respuesta correcta.
―Ese día que estábamos haciendo el amor y te dije que te amaba, reaccionaste de forma negativa. Me dio miedo perderte como amiga, es la manera más cercana de demostrarte mi amor. Después de tu rechazo fui a un bar para ahogar las penas con alcohol, ella apareció para ayudarme y pensé que sería la vía más accesible para olvidar lo que siento por ti, pero todavía no ha surgido el efecto. Te amo y no me cansaré nunca de repetirlo. ―Sin saber qué decir lo abrazo pero, sólo era eso, un abrazo―. Me voy, pequeña. Cuídate en ese viaje. ―Se acercó a la silla del escritorio y tomó su chaqueta.
―No vas a esperar a Rachel? ―Lo miro mientras se coloca el abrigo y todos sus músculos hacen acto de presencia.
―Si me quedo otro minuto puede que rompas tu regla de no liarte con hombres casados. ―Se retira y tras su partida, Ashley irrumpe en mi habitación.
―Estás bien?
―Sí, por?
―Porque te toca preparar la cena hoy y... tengo hambre.
―Qué estaba pensando cuando acepté que viviéramos juntas?
―Tengo que contestar?
―No, era una pregunta retórica. ―Me cambié de ropa y me dirigí a la cocina para preparar la cena. Al terminar acomodé la mesa y saqué una botella de vino. Mi hermana y Rachel llegaron juntas y cenamos contando las anécdotas del día entre risas hasta que Jennifer hizo la pregunta más esperada de la noche.
―A dónde iremos de vacaciones? ―Doy un pequeño sorbo a mi copa y sonrío maliciosamente.
―Acaba de hablar, mujer ―protesta Ashley causando un sinfín de risas en mí.
―Iremos al paraíso de los pecados, Las Vegas.

Mr JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora