Capítulo 1- Remordimientos que ahogan❤️

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“El infierno no se encuentra en el remordimiento, sino en el vacío que este provoca en tu alma"Mieiramusa

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“El infierno no se encuentra en el remordimiento, sino en el vacío que este provoca en tu alma"
Mieiramusa

Narrador omnisciente

Los truenos se sucedían sin descanso alumbrando la noche tétrica, logrando que estallase el cielo de aquel pueblo perdido entre las montañas de Galicia. El horizonte mostraba un espectáculo maravilloso: los colores de los relámpagos se entremezclaban otorgándole un aspecto mágico y perturbador.

El invierno estaba llegando con crudeza y el mal tiempo no concedía tregua: nevadas y tormentas se sucedían sin descanso. Un simple paseo por la plaza se convertía en una odisea, y atravesar las calles empedradas sin paraguas, una temeridad. Apenas se podían caminar tres pasos sin que un aguacero empapara los cuerpos de los osados transeúntes que se atrevían a desafiar a la lluvia.

Damián se revolvió con inquietud en la cama, retorciendo su cuerpo sin control, su corazón latía descontrolado. Giraba una y otra vez sobre sí mismo, agitando sus manos con violencia, de sus labios temblorosos y delirantes se desprendía la palabra: no, no…

En su mente adormecida, las imágenes que lo atormentaban, transcurrían como una película antigua, y en cada fotograma la angustia y la ansiedad se acrecentaban.

El padre Damián despertó entre neblinas y se incorporó nervioso. Las sábanas, perfectamente colocadas al acostarse, ahora se asemejaban a sudarios usados por cientos de fieles. La habitación en penumbra se le antojaba una cueva tenebrosa, las sombras proyectabas por la luz que entraba por su ventana se reflejaban en la pared de su cuarto enmarcando figuras extrañas. Las pesadillas no remitían y se sucedían todas las noches: notaba los labios resecos, y un sabor metálico en el paladar que últimamente se repetía con frecuencia. Habían pasado quince años desde aquella fatídica noche, y todavía la revivía cada vez que trataba de lograr un poco de sosiego.

Samil era un pueblo gallego alejado del mundanal ruido, enclavado en la comarca de los Ancares lucenses, lo envolvía una aura de encanto y misterio. Flanqueado por un castillo medieval, presumía de una vegetación envidiable. Era pequeño, sus habitantes apenas llegaban a los cinco mil. Poseía varios rincones repletos de magia, dignos de visitar, entre ellos destacaba su cascada y su iglesia románica.

No obstante, se trataba de un sitio peculiar, los parroquianos acogían al visitante con amabilidad, a pesar de que la gran mayoría de ellos preferían mantener la tranquilidad del pueblo y su intimidad, a que se viera invadido por muchos turistas. Por ese motivo, la escasa promoción no hacía justicia a las maravillas que se podían encontrar en los bajos de sus casas. Aunque gran parte de sus habitantes vivían de la agricultura, esa no era la única fuente de ingresos de aquel paraje cautivador.

Samil poseía un hechizo especial, porque entre sus gentes se encontraban verdaderos maestros del noble arte de la alfarería; creadores de piezas tradicionales de decoración y uso doméstico: lámparas y bisutería, que convertían el pueblo en un lugar donde convivían tradición y vanguardia en una explosión de color y diseño.

El sacerdote se levantó enojado, sabía que era inútil volver a intentar conciliar el sueño, un sueño que por esa noche se había extinguido. Durante su descanso nocturno apenas conseguía dormir cuatro horas, y su salud empezaba a resentirse; fuertes temblores y repetidas taquicardias lo acosaban, hasta despertarlo bañado en sudor. Con la llegada del día obtenía la paz interior, sin embargo, las noches contaban otra historia muy diferente: los terribles recuerdos lo invadían impidiéndole descansar.

Semidesnudo, marcando cada músculo de su pecho de espartano, ataviado con un pantalón roído de chándal, se acercó descalzo a la cocina de la casa donde vivía; se había instalado en ella al llegar a la pequeña parroquia que ahora regentaba. La vivienda era reducida y arcaica, no se hallaba en perfecto estado, pero, aun así, resultaba acogedora.

El clérigo preparó un café bien cargado en la anticuada cafetera, encendió el fogón y buscó la botella de orujo que escondía de ojos curiosos; intentaba no caer en esa tentación, sin embargo, cada vez le resultaba más difícil. El alcohol que bajaba como lava ardiente por su garganta, tranquilizaba su sistema nervioso, y lo serenaba. Se sirvió un vaso generoso del líquido translúcido que codiciaba igual que a un tesoro.

Apuró el trago sin saborearlo, y sintió la acidez del orujo, quemando su tráquea mientras descendía hasta su estómago, y suspiró. El sacerdote, sentado ante la abrupta mesa de pino, hundió las manos temblorosas a los lados de las sienes, enterrando la cabeza entre sus hombros, intentando controlar su estado de agitación.

Demasiadas noches se repetía la misma escena, los remordimientos lo asaltaban y solamente el alcohol y el saco decrépito de boxeo calmaban su zozobra…


Demasiadas noches se repetía la misma escena, los remordimientos lo asaltaban y solamente el alcohol y el saco decrépito de boxeo calmaban su zozobra…

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Rendido Al Pecado Vol- I  Bilogía DamiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora