0. El llamado

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Estoy debajo del agua, pero me siento temblar. Quiero respirar, intentarlo me sienta fatal. Cada vez, cada intento fallido, cada débil arranque me arrebata la lucidez y la tranquilidad, pero me trae de vuelta al exhalar con un empuje. Me voy perdiendo y no tengo control de mí mismo. No puedo creer que estoy aquí otra vez. Qué otra maldita cosa podría desear, creo que todo.

El color morado me inunda la boca, el aliento y el tacto. El olor es nauseabundo, me trae dolor en la frente y en las pantorrillas. Al posar las puntas de los pies sobre el suelo pierdo estabilidad, se sacuden sin ningún control, me deja inutilizado e incapaz de decidir mis próximos pasos. Lo estoy haciendo todo mal, no tengo idea. ¿Qué he hecho?

Me toman de los brazos, me levantan con pesar en los huesos, el tiempo en su reloj corre, pasa, huye despavorido. Sé que me quieren dejar, preferirían verme caer por el suelo y permitir que reaccione hasta que no haya más remedio que sentir pena por mí. ¿Por qué no lo han hecho ya?

¿Estoy borracho? Lo pregunto, pero sé que sólo lo estoy pensando. No reconozco dónde estoy. Estas paredes no significan nada para mí cubiertas de palabras, mostrándome que lo saben todo y sólo se burlan de mí. Saben lo que yo sé y lo que no quiero recordar. No soy capaz de leerlas.

Me arrastran a la cama lentamente, los pasos son tan densos que me quitan fuerza. Si nunca he sido fuerte, me dice aquél que vive dentro de mí. Cómo he llegado hasta aquí, lo sabes bien. Ustedes lo saben, me han ayudado a hacerlo. Esto es un juego de perder.

Se siente bien el estirar en mi piel, lo siento en mi vientre, en mis brazos. Esta ropa está tan áspera, ya no quiero cargarla más, me lastima cada roce. Estoy a flor de piel.

Les duele el alma tanto como a mí, ¿tengo otra opción?

He querido estar aquí en medio todas mis vidas. Arrástrenme hasta sus rostros, quiero sentir su dolor amargado, su necesidad de escapar.

Estruja mi cabello, ella sabe cuánto me gusta, sacando naturalmente fuertes gemidos, como lo soñaba y como nunca me atreví a soltar. Me froto como un gato rogando confortable fiebre.

Me giro con su dirección, sé que él lo está esperando, viéndonos empezar a brotar por todo el lugar, como si estuviéramos actuando.
Me devuelve amor y cosquillas la embriagante realidad, el reconciliarme con ambos al quemarnos mutuamente. No hay concentración alguna en seguir protocolos y, sin vergüenza, cantamos al unísono, sin ritmo ni armonía, retorciendonos como si nos doliera. Me duele un poco, pero esto nos llama a la distancia. Sabemos el camino que vamos a recorrer. Empezamos por el final para desviarnos y volver a comenzar. Obedezco sus órdenes. Saben lo que quiero y cómo lo quiero.

Mis pedazos se juntan con los suyos y todo empieza a oler a rosas. En mi garganta resbala el blanco, brillante y ácido llanto guardado, ahora amargo. Muerdo despacio, porque cada apretón se queda marcado por aquí y por allá, por siempre sellado, atándome de arriba abajo, de brazos y piernas, sus dedos marcados.
Me muevo lento, hacia atrás y hacia adelante, para que no desaparezcan. Parece que me detengo, intentando a toda costa no hacerlo. Hasta los más pequeños toques me hacen retorcer. Ellos se encargan de mecerme y de limpiarme con sus lenguas el rojo vivo que arroja mi piel. Aliméntenme hasta que ya no quede nada, hasta que esté lleno y rebosando y sea capaz de hacer lo mismo por ustedes. Ahóguenme. Sofóquenme para que deje de gritar sus nombres.

Somos suficiente al mismo tiempo, lo sentimos dentro y nos flagelamos congelados en ese momento, en esa fuente que interminablemente brindará el dulce y húmedo alimento, incansable.

Me pone el dedo al callar mis inútiles balbuceos, y lo chupo débilmente. La electricidad de los dedos de él bajando por mi espalda me regresa a mi posición, rebotando.

Parece música cada toque y cada frotar entre nosotros, entre ella, entre él y yo. En ella, en él y en mí se liberan notas que hablan entre sí, todos estamos dentro de cada quien y de nosotros mismos, él en ella y ella en mí, yo en mí mismo y cambiamos para brindarnos todo lo que cada uno puede ofrecer, a sí mismos y a toda cavidad posible. No puedo mantener la mirada sin sentir que estoy cerca del fin.

Mira nuestro cuerpo, dice él. Te conocemos más de lo que te conoces a ti mismo. Conócenos.

Y no puedo evitar gritar, sintiendo su calor envolviendo mi oreja y cómo tiembla sobre mí. De la parte más profunda de mi cerebro hasta las puntas de mis pies. Ella se tensa fuertemente al sentirlo y me sonríe porque ha llegado también. Él no deja de sacudirme y yo no quiero detenerlo, no quiero parar, dejo que jale mis brazos hasta que no nos sienta más.

Abierto de par en par, amenazando con cerrarme en cualquier momento, me envuelven con su ardor antes de que el fuego se termine de extinguir. Lo inhalo y ahora huele a lilas, a humedad, a humo azul. Los rasguños se multiplican con rabia uno tras otro, acompañando al estremecer de sus piernas enlazadas y estiradas una sobre la otra, sin tener claro el inicio o el fin de ellas. Hemos quedado en el limbo, por encima de lo superficial, en el ciclo de atrás hacia adelante, bombeando sin cesar y destilando el salado sudor que aún quema, por fin devolviéndome lentamente el control, desapareciendo la duda y las nubes negras de la vista. Brillan, todos ellos, sus ojos, su piel, sus vellos, sus bocas, mojadas y maltratadas. Sus latidos me retumban dentro, al compás de nuestras entrañas, acabando, volviendo, reconstruyéndose, cicatrizando, naciendo otra vez.

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⏰ Última actualización: Mar 24, 2021 ⏰

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