Día 04: Regalo

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Día 04

Regalo

...

Kagome nunca había recibido un regalo normal, ordinario, eso que dices, «Ay, qué lindo, es lo que quería»

Su abuelo siempre había sido extraño para sus regalos: pedazos de bichos disecados, pelos, pergaminos. Adoraba a aquel hombre, había sido el padre que no tenía debido a aquel desafortunado accidente, pero era muy extraño. A veces, dudaba que fuera el padre de su madre, cuando ella era tan tranquila y sabía. Y hablando de su madre, envidiaba la paciencia que poseía, y como ella, siendo su hija, había nacido sin desarrollar bien esa capacidad.

Se rio, pensando que Hoyo también le había hecho regalos extraños cuando creía que podría ayudarla con sus supuestas enfermedades...

¿Nadie nunca podría darle un regalo decente? ¿Aunque sea de cumpleaños?

Pensar en su cumpleaños generaba que una sonrisa nostálgica se dibujara en sus labios, recordaba que sus últimos tres cumpleaños habían sido catastróficos para ella... Pues al cumplir los quince años había conocido a Inuyasha, así que cuando los dieciséis, diecisiete y dieciocho años llegaron a ella, también los vio como un recordatorio de lo que podrían ser aniversarios con ese malhumorado hanyou.

¡Hasta los extraños regalos de su abuelo empezaron a recordárselo!

Todo era dolor, sufrimiento... Estaba tan harta...

Mínimo quería un bonito regalo, algo que dijera... ¡Éste es el regalo que esperaba! Toda emocionada...

...

Cuando el milagro se le cumplió y las barreras del tiempo se quebraron por un momento permitiéndole volver a la época antigua, desistió de su anhelo de un regalo perfecto, de algo que la hiciera emocionar... por qué ahí no necesitaba nada pretencioso...

Sin embargo, descubrió que estaba muy equivocada si pensaba que no iba a recibir algo que la hiciera estremecer.

Ella sabía que era su cumpleaños, pues, aunque en esa época usaban un calendario lunar, ella estaba tan acostumbrada al solar, que saber en qué día se encontraban, no era difícil ni imposible para ella.

Aspiró profundamente, encaminándose a su casa, pensando en todo lo que había cambiado su vida en ese último año, estaba tan perdida en sus pensamientos, que cuando entró a la cabaña, la escena con la que se encontró, la dejó completamente estupefacta.

Inuyasha estaba dentro de la casa, pero no estaba solo. En una cesta, a sus pies, se veían varios cangrejos que esperaban ser cocinados. A un lado, un rollo de tela muy bonita junto a un saco de arroz y lo que más hizo que su corazón se inquietara, de buena manera, el temible hanyou, miraba un punto en la nada, cubriendo su mirada con su abundante chasquilla, mientras extendía en su mano derecha un bonito ramo de flores de diversos colores y formas hacía ella.

Aquello había sido demasiado para su pobre corazón, cayendo arrodillada en su sitio y las lágrimas empezaron a caer de sus ojos castaños sin poder detenerse.

—¿Kagome? —Inuyasha se abrió paso entre las cosas, soltando el ramo de flores, y llegó hasta ella, tomándola en brazos, para dejarla con delicadeza sobre unos cojines que tenían en la esquina de la cabaña— ¿Estás bien? ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? ¿Hice algo mal?

Las preguntas del hanyou invadían como ametralladora la cabeza de Kagome que solo aumentaba su llanto.

—¿Qué? —siguió insistiendo, totalmente desesperado—. Te traje cangrejos porque sé que es de tus platillos favoritos de esta época, conseguí esa tela porque sé que te molesta estar todo el día con este traje de sacerdotisa, el saco es porque sé que no te agrada que falté arroz en las comidas y bueno, las flores, Kohaku me dijo donde había un jardín de flores que podrían gustarte y...

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