1. Dos hombres, tres muertes.

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Volvió de la cocina hacia el silencio del Living sosteniendo una taza de té caliente que emitía un vapor ascendente y pausado. Lo único que se escuchaba en toda la descuidada Hostería "Maison Sereine" era el ruido del viento agitando los árboles aledaños y la queja de sapos que se mojaban por la intensa lluvia a la que el hombre de pantalón de vestir oscuro y camisa a cuadros no daba atención. Eligió el sofá más grande de los tres que ocupaban la sala y le arrimó una mesita baja que se encontraba en el centro; depositó su taza y se dejó caer sobre el acolchonado asiento. percibió algo incómodo debajo suyo y metió su mano por el costado exterior de su pierna izquierda, encontrando el control remoto de un televisor de tubo que se ubicaba cruzando la sala, justo debajo de un ventanal que de vez en cuando se iluminaba por los relámpagos de la tormenta. Encendió el televisor y localizó un canal de noticias en el que aparecía una reportera gesticulando tras un cartel que llevaba escrito la palabra "Pandemia".

Presionó torpemente los botones del control y subió el volumen del aparato al momento que la mujer decía:
"...el contagio ya no se trata de casos aislados, la población se infecta mediante el contacto físico y por tal motivo, la aislación es inminente. La ciudad está afectada y el virus se extiende a pasos agigantados, con lo cual el gobierno ha determinado cerrar todos los accesos para impedir la contaminación a otros pueblos. Estamos recibiendo reportes policiales de individuos infectados que intentan abandonar la metrópoli antes del cierre total de las rutas. Recomendamos que se mantenga lejos del contacto con la gente. Si usted vive en zona rural, quédese donde se encuentra. Y bajo ningún concepto permita el ingreso de personas provenientes de la ciudad ni del conurbano..."
El hombre refregó su cuadrada barbilla con la mano derecha, dejando en evidencia un gesto de leve preocupación en su rostro cobrizo con arrugas en la frente.

—No va a pasar, este lugar es alejado de la ciudad... ¿Quién va a venir hasta aquí? ¿Justo a esta casa vieja? No va a pasar, no va a pasar... 

El hombre fue interrumpido por un trueno cercano y el viento que arremetía contra el ventanal abriendo una de sus hojas para que la lluvia se colase en la habitación. El viejo varón se levantó rápidamente a cerrar la ventana y en el apuro golpeó su pierna contra la mesita baja, cayendo de manera imprevista por delante y derramando la taza de té que se deslizó de costado en el suelo de parqué. El hombre se levantó gimiendo de dolor y se arrastró hasta el ventanal, lo cerró con vehemencia y se quedó mirando unos segundos la lluvia. De pronto vio con temor cómo un trueno iluminaba la figura de un individuo que se acercaba a la posada.

—No puede ser ¡viene caminando a este lugar! —bramó enfurecido corriendo hacia el hall de la Hostería—. ¡Si piensa que va a poder entrar en la casa está equivocado, antes caerá muerto! —llegó hasta la entrada principal y cuando quiso echar el cerrojo, la endeble puerta se sacudió con tres golpes firmes provenientes del exterior que hicieron retroceder al hombre. —¡¿Quién es?!— Tartajeó.

—Ayúdeme por favor... necesito un lugar donde pasar la noche, —Contestó una voz calma al otro lado de la puerta—. Esto es una posada ¿Verdad?

—¿No oyó las noticias? No puedo dejar entrar a nadie. Váyase ¡Por favor! —Suplicó.

—Le ruego me ayude... mi vehículo quedó encallado en un pozo justo en frente de este sitio, la tormenta no me permitió ver por dónde iba... lo puede ver desde aquí, créame por favor...
El solitario acercó el ojo a la mirilla de la puerta para comprobar que allí estaba, un vehículo estilo sedán color negro inmóvil frente a la Hostería, cubierto de lodo. Al instante se percató del sujeto que se encontraba del otro lado de la puerta, mirándolo fijo con una leve sonrisa enmarcada en un rostro gris. Sintió un escalofrío recorriéndole de pies a cabeza.

—Nada me asegura que usted no esté enfermo, si lo dejo entrar y me contamina...

—Tranquilo ¿Estaría caminando si estuviera contaminado?

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