2. Te extraño...

27 5 2
                                    

Soñé contigo,
estabas sentada
en una silla de mecer
en la que tú siempre
te solías sentar
en la sala de nuestra casa
para leer el periódico,
tomar un café,
apreciar la naturaleza,
o simplemente descansar después
de un día ajetreado.

El fatídico día
no lo mencionaré,
porque no hace falta
hacerlo... Lloraré...
No quiero llorar...
Así lo dejaré...
Está bien así mejor...
Sí, sí, así mejor...

Te ví meciéndote;
estabas tú de espaldas.
Caminé hacia
ti
en dirección a donde
estabas.
Me detuve unos
instantes en tus espaldas
antes de cruzar hacia [a]delante
para poder observarte,
esta vez, de frente; lo hice
porque la verdad
tenía miedo de
lo que podría pasar: tenía el
temor de
que te enojáras
por dirigirme a
ti sin permiso;
que me vieras
como un vagabundo
sucio y solitario;
o de plano que no me
reconozcas
y te hayas olvidado de mí.

Decidí tomar valor:
respiré hondo (creo que me oíste
hacerlo),
me armé de valor
y fui hacia [a]delante tuyo;
hacia tu rostro
que tus espaldas
no me dejaban
observar,
porque quizás,
estaban ocultando
lo que nadie es digno
de ver; ni siquiera
yo: tú angelical
belleza acompañada
con tu presencia llena
de amor, presencia que
tampoco es digna de presenciarse...
¡No soy digno de la presencia,
Soy pecador!...

Con miedo valeroso,
fui hacia [a]delante
de ella:

- ¿Eres tú? -me dijo ella.

- Supongo qué sí -dije yo con
miedo; ni de mi existencia sabía
en ese momento de temor.

- Te estaba esperando.

- Creí que nunca más
me volverías a
extrañar.

- ¡Pobre de mí!...
desde que me fuí
te extraño aún más
y más de lo que solía
hacerlo cuando estaba
con vida; cuando estaba
contigo. Por eso
siempre te espero aquí:
porque te extraño;
porque mi amor hacia ti
es mucho, y porque no
soporto
verte solo en
el mundo. Sé que
todos estos sueños
son producto de tú
extraño y amor hacia mí;
no soy yo, eres tú,
pero cuando eres tú,
me vuelvo yo, porque
ambos éramos unión;
éramos amor; lo éramos todo...
Por tal razón,
me encuentras aquí,
aquí en tus sueños:
porque no quiero dejarte
solo; quiero que
sepas que estoy
aquí para acompañarte,
y que nunca te dejaré solo,
y que conmigo
la soledad ya no estará más
contigo. Puedes contar
conmigo. Nosotros lo somos "todo",
y no puedo permitir que ese
"todo" se convierta en nada;
en soledad; en abandono... En olvidó...
¡No puedo dejarte solo!

En ese momento,
después de esas palabras,
comencé a llorar,
y ella me dijo:

- Ven aquí.

Y me senté sobre
sus piernas
que estaban todavía
recostadas en la
mecedora. Ella
con sus tiernas
manos
acercó mi rostro
lloroso, lleno de lágrimas
y de mocos
hacia su pecho
suave y angelical,
y empezó a acariciarme
y a decirme que todo estaría bien
mientras ella
mecía la mecedora
y cantaba una canción
de cuna para
que yo supiera
qué en verdad
todo estaría bien.

La verdad,
me sentía como un
bebé siendo
apachurrado y
acariciado por su madre
para tranquilizarlo
después de un golpe
o una caída,
o para hacer que se
relaje y así
hacer que se duerma
tranquilamente.

Sentía que todo era
real en ese sueño,
hasta que de repente...
Despierto en la realidad maldita y,
yo al percatarme de
esto
y de saber que lo
que paso en el sueño solo fue
algo de mi mente,
me dispuse a llorar
aún más de lo que
estaba llorando
en el sueño. La soledad y la
tristeza
volvió a venirme.

La SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora