conejito.

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CONEJITO

Yelena la miró, incapaz de evitar que se formara una sonrisa sobre sus labios. Los ojos tímidos de Greta hicieron que su pecho se hinchara en un primitivo torbellino de lujuria. Era tan dulce para ella, y ni siquiera la había tocado todavía.

—Greta.

—¿Hm? —respondiste con un pequeño zumbido; lindo y tímido, gracias a eso Yelena no pudo evitar que un escalofrío recorriera su espalda al pensar en cómo sonarías rota y lloriqueando así pidiendo por más.

Pero estaba siendo demasiado atrevida, no era de extrañar por qué Hange había pedido dejarte a su cuidado, eras peligrosamente atractiva. Estabas aquí para que te cuidaran, y lo que ella quería podría no coincidir con lo que tú querías, primero mediría el terreno. Agarraría tu mano con suavidad, asegurándose de no asustarte demasiado; haciéndote saber que estarías bien, que no había nada de qué avergonzarse o temer; el plan fue establecido, en detalle, por los compañeros de Yelena.

La sola idea de dejarte sola mientras ella se unía a su equipo fuera de la Isla Paraíso no era algo que le pareciera atractivo; se suponía que debías ser consentida, tratada como una reina en todo momento, incluso cuando ella no podía. Por eso se elaboró este encuentro, un lujo que con las suficientes influencias con las que Yelena se podía manejar.

Te llevó a su habitación, señalando el baño, la cocina, donde estaban todas las necesidades. Su casa temporal era pequeña; suficiente para ella y ahora para ti, era donde te quedarías... y en cierta parte estabas agradecida de todo lo que hacía para buscar siempre tu comodidad.

—No es mucho... pero es cómodo. —El tono y la suavidad de su voz te relajaron aún más, el timbre de las notas que oscilaba lentamente te hizo derretir y en cualquier momento caerías como princesa sobre sus brazos.

Asentiste con la cabeza, sonriendo un poco, inclinando la cabeza en agradecimiento incapaz de pronunciar palabra alguna sin morir en el intento.

Tu reacción le apretó el corazón, la forma en que eras tan educada y amable, una cosita dulce que no podía creer que hubiese vivido todo ese infierno dentro de las murallas.

Tenía sentido, habías hecho el comentario sobre cómo te gustaban las personas que podían proteger a los demás sin importar poner en riesgo su propia vida, cómo te llamaban la atención de sobremanera aquellos ojos que te ponían de rodillas con solo una mirada ... y Yelena esperaba profundamente que se ajustara a ese criterio.

Te costaba aceptarlo en voz alta, sin embargo, sabías que lo era, era alta y grande, más alta que Jean; tal vez no con un físico tan fornido, no tan constituido, pero su presencia aún te hacía temblar las rodillas como si fueran de gelatina.

Te permites mirarla por el rabillo del ojo, viéndola caminar hacia adelante, colocando en su cama la bolsa que te había quitado... con toda honestidad, habías visto su sofá, y alguien tan grande como ella no cabría. Pasar un rato agradable durmiendo sobre su pecho sería imposible...

Esperarías que se quedara, que te abrazara y te hiciera sentir bien... dormir sola no te resultaba familiar, principalmente porque con quién querías dormir era con ella, tu adorada Yelena.

Vivir en soledad desde que todos los secretos fueron revelados sólo se volvió un pensamiento feo, agotador y horrible. Ser mimada te volvía codiciosa y necesitada, todo en uno. Algo bonito de lo que el escuadrón estaba orgulloso, siempre presumiéndote.

Necesitabas a alguien, y accediste por completo a ser bonita y buena para Yelena; única y exclusivamente para ella.

—Está bien, conejito. —suspiró, sentándose en el borde de la cama, mirándote.

CONEJITO. yelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora