La creación

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En el principio, cuando aún no existía el tiempo y nada había sido creado, el Tohu y el Bohu, es decir el caos y el vacío, danzaban eternamente alrededor del espíritu de Yahvéh Elohim o El Señor Dios, el Creador. Su espíritu se movía sobre las aguas furiosas, perdido en la más absoluta oscuridad.

Entonces una voz resonó desde lo más recóndito, diciendo: «¡Que haya luz!» y un destello lo iluminó todo. Era la voz del Señor Dios, que se disponía a crear los cielos y la tierra. La luz se reunió en diferentes puntos del espacio y el Creador les concedió espíritu a cada uno, nacieron entonces los ángeles que alaban y sirven fielmente al altísimo.

Al ver que la luz era buena, la separó de la oscuridad; a la claridad impoluta la llamó “día” y a la negrura desconocida “noche”. De esta forma el primer día se completó.

Cabe recordar que un día a los ojos del Señor son mil años del hombre, por lo tanto, siete días que tardó Dios en crear el universo, son en realidad siete mil años humanos.

En el segundo día, el Creador calmó las aguas y las separó, pero estas protestaron ya que las aguas masculinas y femeninas se hallaban fundidas en un abrazo apasionado; hubo una gran lucha que aún hoy día los tifones conmemoran. Pero el señor Dios las apartó, a las aguas de arriba las sostuvo con una bóveda a la que puso por nombre “cielo” y a las aguas de abajo las llamó “mar”.

Al tercer día acumuló las aguas por debajo del firmamento y ordenó que se juntasen para que emergiera lo seco, a lo que llamó “tierra”. Pero entonces las aguas rugientes del Océano se levantaron y Tehom, su Reina, amenazó con inundar la obra de Dios. Pero Él cabalgó las olas en su carro llameante y arrojó contra ella grandes descargas de granizo, rayos y truenos. Luego atravesó con un espada el corazón de su monstruoso aliado Ráhab.

Al increparlas con su voz, las aguas de Tehom emprendieron la huida. Los ríos retrocedieron por las colinas y descendieron por los valles más allá. Tehom, temblando, reconoció su derrota. Yahvéh lanzó un grito de victoria y secó las aguas hasta que el fondo del mar quedó a la vista. Entonces midió con el cuenco de su mano el agua restante, la derramó en el lecho del mar y puso a éste dunas de arena por límite eterno; al mismo tiempo dictó un decreto que Tehom no podría infringir jamás, por muy violentas que mugiesen sus olas saladas, pues estaba, por decirlo así, encerrada tras unas puertas a las cuales ya se había echado el cerrojo. Luego tiró Dios el cordel sobre la tierra seca, fijando sus medidas. Permitió que
las aguas dulces de Tehom manasen en los valles y que la lluvia cayera suavemente sobre las cumbres de los montes desde su morada en las alturas.

La primera cosa sólida que el Señor Dios creó fue una gema, dónde grabó su nombre santo de cuarenta y dos letras, luego la arrojó a las aguas profundas y formó todo lo que existe a su alrededor, así como un niño se forma desde el ombligo hacia fuera antes de nacer; la gema sigue siendo el ombligo del mundo hasta ahora.

Después, al ver que la tierra era estéril y sin vida le ordenó que produjera vegetación, diciendo: «Que produzca la tierra toda clase de plantas: hierbas que den semilla y árboles que den fruto» la tierra así lo hizo.

El principal arcángel de Dios, un querubín llamado Lucifer, hijo de la Aurora, se paseaba ante los ángeles con joyas deslumbrantes. Durante un tiempo Lucifer, a quien Dios había nombrado Guardián de Todas las Naciones, se comportó de manera discreta, pero pronto el orgullo le trastocó el juicio. «Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono —dijo— y me sentaré en el Monte de la Reunión» Y añadió: «Subiré a las alturas y me asemejaré al Altísimo». Viendo las ambiciones de Lucifer, el Creador le expulsó a la Tierra y de la Tierra al Seol. Lucifer cayó del cielo como un rayo, pero fue reducido a cenizas; y ahora su espíritu revolotea a ciegas sin cesar por la profunda oscuridad de lo más hondo del pozo.

Hijos de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora