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Estar allí fue una de las mejores experiencias que podría haber tenido en mi vida. Nunca se me cruzó por la cabeza la opción de encontrar tan placentero y emocionante, tan divertido y relajante el subirse a una gran moto y competir contra otros.
Motocross.
Nunca lo derivé como un bello deporte, siempre lo imaginé como uno de los más peligrosos, por lo que no quería ver una carrera. Pero, Dios mío, qué equivocada estaba.
El olor a gasolina en los tanques que estaban apilados a mi lado, el ruido de los motores acelerando, el piquete de la arena salpicando mis piernas cada vez que una moto pasaba por las gradas, los gritos de las personas a mi alrededor animando a sus motociclistas favoritos... Era un ambiente lleno de adrenalina al cual quería integrarme.
¿Cómo se sentirá el sostener el mango de la moto? ¿Se sostendrá igual mientras aceleras que cuando frenas? ¿Qué tan caluroso es el casco? ¿Cuánta adrenalina puedes sentir? ¿Qué tan bien se siente montar una moto? ¿Picará la arena en las botas luego de las carreras? ¿Se irritará la piel por la arena? ¿Qué tan fuerte se siente el calor? ¿Mi pelo sería un estorbo?
Miré al cielo reconsiderando todas aquellas y más preguntas. La curiosidad me carcomía, por lo que no podía dejar de mirar la carrera como si fuese lo último que vería en mi vida..
