Ella

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A él le gustaba ignorarla, despreciarla, le encantaba hacerle sentir que no valía nada, que sus esfuerzos eran en vano, que sus acciones nunca lograrían una consecuencia positiva. La rechazaba, la desplazaba hacia el lugar más lejano que jamás hubiese existido. Para él, ella, no significaba nada.

Sin embargo, para ella, él lo era todo.

Los actos que hagamos hoy, tendrán resultados mañana, se repetía todos los días al anochecer la chica sin perder la esperanza, pensaba que muy en el fondo la amaba tanto como ella a él.

Su mantra era cierto y se cumplió con el paso del tiempo; este señor se hizo su amigo y fue el mejor profesor que tuvo en la vida, le enseñó lo inimaginable, desde encontrar en un día gris la felicidad que no encontró en uno brillante hasta que los sentimientos no duran para siempre.

Él creía que podía comerse al mundo, tener a todos a sus pies a la espera de acatar órdenes y cumplir sus antojos. Ella era su juguete favorito, no importaba como le hablara o la tratase, era su maldito boomerang, siempre regresaba.

Para unos el tiempo es el mejor compañero, para otros puede ser el peor enemigo.

Para él, fue el segundo.

Con el paso de los días, ella, comenzó a cuestionarlo todo, desde los motivos de su existencia hasta las razones de porqué lo amaba. Pasaron semanas, muchas, antes de que llegara a una conclusión.

Él se divertía, ella lloraba.

¿Existe una forma correcta de amar? No. Pero él no la amaba. No la amó hasta que no fue demasiado tarde.

Su gran amigo, la tomó de la mano, le hizo recordar acontecimientos pasados haciendo que los observara desde otro punto de vista, ahora solo era una espectadora de las escenas que transcurrían ante sus asombradas pupilas. No podía creer que hubiera sido tan estúpida, tan ilusa, tan enamorada.

Ahí todo cambió: ya ella no lloraba.

Él se extrañó de no verla llegar como cada día, le restó importancia las primeras veces. Cuando comenzó a esperarla, ella ya había decidido no volver.

Él la buscó, pero ella nunca se dejó encontrar.

Ahí se dio cuenta de que era más que su juguete preferido, era aquella niña que le alegraba el día sin siquiera él saberlo, era la persona que alguna vez lo quiso como jamás nadie lo volvería hacer, y ahí estaba el gran problema: que lo era, pero que ya no lo sería otra vez.

Ella abrió sus alas, apreció que el cielo es más grande que el trozo azul que observaba desde su cuarto. Y voló lejos, muy lejos de los maltratos, de las ofensas y de las insensibles formas del que alguna vez llamó su verdadero amor.

Él lloraba, ella sonreía.

El tiempo fue el mejor juez, dictó la sentencia más justa.

Mientras él la recordaba, ella ya había olvidado todo.

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